Suena el despertador y abrimos los ojos. Parece que es un día normal y corriente pero no lo es, de hecho todo nos resulta francamente familiar: la canción de la radio, el tiempo que hace cuando miramos por la ventana, lo que leemos en la prensa,… Curioso, ¿verdad? ¿Qué es lo que está pasando ahí? ¿Es acaso el día de la marmota? Pues no, pero tampoco estamos tan lejos de eso. Lo que pasa estamos llegando al último tercio de la temporada de la NFL y los Giants, otro año más, vuelven a ser un equipo con aspiraciones para entrar en playoffs. ¿Cómo? ¿Pero los Giants no eran ese equipo malísimo que empezó la temporada perdiendo sus 6 primeros partidos? Sí, eran ese equipo, pero también son un equipo que ha ganado sus últimos cuatro partidos de forma consecutiva, algo que hace que ahora mismo sea un equipo que asoma la cabeza como candidato muy factible para jugar la postemporada. Varios factores influyen en este cambio de dinámica tan drástico de los Giants pero ninguno tan carismático como el regreso del aura de misticidad que envuelve a los Giants desde ya hace un tiempo. Efectivamente señores, la chiripa azul ha vuelto.
Probablemente no es el motivo más importante para entender porqué los Giants han mostrado dos caras tan distintas en una misma temporada, pero teniendo en cuenta los precedentes (que datan desde la mítica recepción con el casco de David Tyree en la Superbowl XLII) es imposible obviar que la chiripa azul ha vuelto. Quizá solo sea temporalmente, pero ha vuelto. De hecho es mirando el calendario como uno ya sospecha de este factor, puesto que estas cuatro victorias consecutivas han sido contra Minnesota, contra Philadelphia, contra Oakland y contra Green Bay. Minnesota y Oakland podríamos considerar que fueron victorias asequibles puesto que sobre el papel son equipos bastante inferiores a los Giants (especialmente si tenemos en cuenta que el partido ante los Vikings fue el que jugó Josh Freeman), pero no pasa lo mismo con Philadelphia y Green Bay, dos equipos aparentemente más fuertes que los Giants viendo lo que está siendo la temporada de forma global, pero que afrontaron su partido contra New York en su peor momento del año. Qué digo del año, tanto Eagles como Packers jugaron contra los Giants sumidos en la mayor crisis de juego de ataque de su historia reciente. Y hay que ver como ganaron estos partidos. Primero, a Philadelphia le ganaron siendo incapaces de meter un solo touchdown, cierto es que cinco field goals siguen sumando 15 puntos pero ganar en estas condiciones dice muy poco acerca de la claridad de ideas en la red zone y mucho acerca de la suerte que tuvieron. Y luego a Green Bay le ganaron de forma más convincente, pero aprovechándose de la presencia de Scott Tolzien como quarterback titular de los Packers y selllando el partido con un pick-six de Jason Pierre-Paul. Que tiene narices la cosa también, por un lado porque ‘JPP’ llevaba una temporada en la que decir que se estaba comiendo los mocos era quedarse muy corto, y por el otro porque interceptó un pase simplemente levantando los brazos haciendo el pass-rush. En serio, ¿qué porcentaje de balones tocados en la línea acaba interceptado sin que el balón haya sido bateado hacia arriba? Pues eso, chiripa azul. Ojo, no estoy diciendo que los Giants hubiesen perdido contra los Packers si no es por esta jugada, pero está claro que todo influye.
Pero si la chiripa azul es simplemente una coincidencia de calendario, ¿los Giants deberían empezar a perder la semana que viene en Dallas y volver a ser el equipo mediocre de principio de temporada? Pues no lo creo. Primero porque el football es un deporte que se mueve por dinámicas y por niveles de confianza, y cuando un conjunto encadena varios triunfos consecutivos jugar (y ganar) siempre les resulta mucho más fácil. Y segundo porque, aunque el tema de la chiripa azul está ahí y todo el mundo puede verlo, la reacción de los Giants se fundamenta en bases más sólidas que la suerte que hayan podido tener.
Los problemas de los Giants a principio de temporada se resumían esencialmente en dos puntos: la línea de ataque y la línea de defensa, dos unidades que representaban la clave de los Giants de temporadas anteriores. Empezamos por la línea de ataque. La línea de ataque daba la protección suficiente a Eli Manning para que pudiera desarrollar su juego, algo especialmente importante si New York quería explotar la velocidad y las rutas largas de Victor Cruz. Definir como porosa la línea ofensiva de los Giants en el tramo inicial de temporada es quedarse muy corto. En el fondo era normal, la línea de antaño ya es bastante veterana y las nuevas piezas como Justin Pugh (reciente primera ronda del equipo) necesitaban tiempo para adaptarse. Es por eso que durante la reconstrucción de la línea lo que deberían haber hecho los Giants era inclinarse hacia el juego de carrera, puesto que el bloqueo de carrera es algo mucho más sencillo que la protección de pase. El problema es que hasta hace muy poco los Giants no han tenido un juego de carrera fiable, básicamente porque David Wilson no ha podido consolidarse como RB primario del equipo. Ya no entro a valorar si es culpa de que él no ha respondido a las expectativas, si el staff no le ha sabido desarrollar o si Coughlin le ha castigado demasiado por sus errores, el tema es que parece que el puesto le ha venido grande y sin juego de carrera estos Giants no iban a ningún lado. Es por eso que uno de los puntos clave en el giro radical de estos Giants es la vuelta de Andre Brown a los terrenos de juego, un jugador muy infravalorado pero que hoy por hoy es imprescindible para ellos y ha proporcionado la amenaza terrestre ceríble que necesitaban. Porque con una amenaza de juego terrestre tan potente como Brown, las defensas rivales tienen que acumular gente en la caja, no pueden ir locamente a por el quarterback, la línea ofensiva tiene un trabajo más fácil para proteger las jugadas de pase y Eli Manning tiene tiempo para pensar y no tiene que lanzar al bulto porque se le viene el sack encima. Un efecto dominó como la copa de un pino, un buen runningback siempre facilitará las cosas al resto del ataque.
Por otra parte los Giants también tenían un problema con la línea defensiva. La que no hace tantos años era la unidad más dominante de toda la NFL, y además a mucha distancia del segundo, este año estaba totalmente desaparecida. ¿Sabéis cuantos sacks hicieron entre Jason Pierre-Paul, Justin Tuck y Mathias Kiwanuka durante la racha de seis derrotas inicial? Tres. Sí, sumados. Destaca especialmente el medio sack de Tuck, una auténtica proeza. Y obviamente, cuando la línea defensiva no rinde al nivel bestial al que rendía hace no tanto, las carencias en las otras unidades defensivas (especialmente en el cuerpo de linebackers) se hicieron más que evidentes. Pero llegó Jon Beason. Es extraño el movimiento de los Giants porque cuando uno lleva una dinámica negativa suele convertirse en un equipo más vendedor que comprador, pero Jerry Reese pasó de tópicos y decidió llevarse a Beason por una mísera séptima ronda, un precio de saldo. Y el movimiento no le podría haber salido mejor. No hay que olvidar que hace dos o tres años Beason era de los mejores linebackers de toda la NFL y que su traspaso sólo es explicable después de su grave lesión y de la irrupción de Luke Kuechly en los Panthers, y de hecho sigo sin explicarme como Carolina decidió venderle a un precio tan rematadamente bajo. En fin, el caso es que Beason empezó a jugar en la última de las derrotas de los Giants, ante los Chicago Bears, y desde el primer momento ya se vio que el lavado de cara a la defensa era importante. Desde entonces que la defensa de los Giants, especialmente la defensa contra la carrera, ha mejorado de forma exponencial y ha logrado limitar a dos de los mejores runningbacks a nivel estadístico como Adrian Peterson, LeSean McCoy y Eddie Lacy a 28, 48 y 27 yardas respectivamente. Y sí, el pass-rush sigue siendo igual de inoperante que a principio de temporada, pero lo que está claro es que la incorporación de Jon Beason ha marcado un antes y un después en la defensa de New York. Pero no sólo lo ha marcado porque sea una mejora sustancial en el puesto de middle linebacker, que lo es, sino que lo ha marcado porque su presencia intimidante en la caja y su capacidad para acumular placajes ha permitido que otros jugadores, especialmente Antrel Rolle, estén mucho más liberados de sus funciones contra la carrera y puedan ejercer sus funciones contra el pase de forma mucho más efectiva. Y como antes, se produce otro efecto dominó y vemos como la presencia de un simple jugador puede mejorar el rendimiento de toda una unidad. Y si en algún momento recuperan el pass-rush perdido, podemos volver a estar delante de una defensa temible.
Y todo esto nos lleva al momento en el que estamos ahora. Un año más, y sin importar el inicio pésimo de temporada que hicieron, tenemos a los Giants metidos en la lucha para meterse en playoffs. Probablemente no como wildcard, esas plazas parecen adjudicadas a cualquier otra división que no sea la NFC Este, pero a estas alturas sólo dos partidos les separan de la cabeza de la división, y eso que hace un mes parecía un chiste de mal gusto ahora es una realidad más cercana de lo que muchos quisieran. Porque sí, creo firmemente que ningún fan de un equipo distinto a los Giants querría enfrentarse a ellos en playoffs, a un solo partido. Porque nadie quiere tener que hacerle frente a esa combinación de suerte, acierto y buen timing llamada la chiripa azul. Señores, pueden echarse a temblar.