Tengo una pequeña cosa que confesaros. Como bien sabréis todos, el domingo coincidían en el tiempo la jornada de la NFL y el Barça-Madrid. Antes que nada, decir que yo opté por ver esto último. Y no sólo eso sino que ni tan siquiera hice un pequeño esfuerzo para irme enterando de qué pasaba en la NFL mientras transcurría el partido. No tengo ningún problema en admitirlo, me gusta el fútbol, y que en ocasiones lo ponga por delante del football no me convierte en un fan de segunda categoría como algunos aficionados de monóculo y pantalón de pinza nos quieren hacer ver. Ser seguidor de la NFL no es algo de carácter exclusivo como un matrimonio, es una simple afición, y se puede compaginar con ser fan de otros deportes, con hacer cursillos de punto de cruz o con ir a la plaza del pueblo a dar de comer a las palomas. Todos los que estamos en este mundillo somos fans de un deporte y ahí ni hay clases ni hay distinciones que valgan, y alguien que esté encerrado en su cuarto cual monja de clausura viendo programas especializados y partidos todo el día no es más fan que yo ni que nadie de los que me estáis leyendo y os sentís identificados conmigo. Que ya tenemos suficiente clasismo en nuestra sociedad como para tenerlo que aguantar aquí. Dicho esto, y volviendo ya al tema, un Barça-Madrid es un partido de extremos claramente opuestos pero en el que todo el mundo tiene un pensamiento común: «el mío es mejor». Ya se hable de los equipos, de Messi o Cristiano, de Casillas o Valdés, de Guardiola (ahora Tito) o Mourinho. Cada extremo afirmará y defenderá a muerte que lo suyo es mejor que lo de su rival. Pero es que es normal, cuando algo nos toca más de cerca que algo que se le parece, hay una tendencia clara a pensar que lo nuestro es mucho mejor que lo otro, aunque no tengamos razones concretas para afirmarlo de forma totalmente objetiva. Y un ejemplo clarísimo de esta situación se halla en lo ocurrido esta última jornada en la NFL.
A finales del primer cuarto del partido entre los San Diego Chargers y los New Orleans Saints, Drew Brees conectaba con Devery Henderson para una ganancia de 40 yardas. Touchdown. Uno más de los muchísimos que lleva en su carrera si no fuera porque éste era el touchdown que rompía uno de los récords más antiguos de la NFL: el récord de partidos consecutivos con almenos un pase de touchdown. Éste suponía el partido número 48 en el que Brees lanzaba un pase de touchdown, superando así la marca de 47 partidos que consiguió Johnny Unitas entre los años 1956 y 1960. Lo más lógico sería que todo el mundo le felicitara por lograr tal hazaña, por romper un récord vigente desde hacía algo más de 50 años, pero en el football no todo es tan simple. Los más cercanos al football tradicional, los que tienen una visión más arcaica del deporte, corrieron a decir que este récord no tiene mérito porque en esta liga tan orientada al pase cualquiera podría haber alcanzado este récord, que lo que tenía realmente mérito era el récord de Unitas porque se jugaba en una liga mucho más terrestre y en las que las oportunidades de pasar escaseaban. No lo pongo en duda en absoluto, la marca conseguida por Unitas tiene muchísimo mérito, pero menospreciar la marca de Brees de esta manera es una aberración y es más bien propio de fans que no han sabido evolucionar al mismo ritmo que ha evolucionado la NFL. Porque el football de hoy en día se parece muy poco al de hace 50 años, y los sistemas defensivos de los equipos han evolucionado tanto o más que los sistemas ofensivos.
Es cierto, las oportunidades de Unitas para completar pases y hacer touchdowns eran muy limitadas porque el football en los años ’50 era muy propenso a la carrera, algo que sin duda no sólo afectaba al número de jugadas de pase por partido sino que también afectaba a las opciones de pase en cada jugada de ese tipo que se ejecutaba, pero por otra parte también las defensas contrarias estaban diseñadas para parar la carrera. Eran esquemas muy cargados en la línea defensiva (con frentes de 5 jugadores en la mayoría de las ocasiones) y en los que las cualidades físicas primaban por encima de la estrategia, la táctica o el engaño. Básicamente eran defensas que se ajustaban al football de la época, un football planteado en base a la fuerza bruta, un football en el que el que lograba tumbar al rival de culo el que era el que ganaba. Ahora, sintiéndolo mucho para los que admiraban el juego de antaño, el football es mucho más complejo y poner más cojones que el rival no es para nada una garantía de éxito. El football ha ido desarrollando con el paso de los años una vertiente estratégica en la que se intenta defender no sólo ganando en el terreno físico sino también en el terreno táctico, creando situaciones en las que casi nunca sucede lo que parece que vaya a suceder. Así pues, tanto la multitud de variantes ofensivas creadas a lo largo de los años como el desarrollo de otras tantas ideas defensivas lo único que han hecho es complicar la vida a los quarterbacks, primero por tenerse que saber de memoria un playbook con infinidad de posibilidades y después por haber tenido que desarrollar una habilidad especial para diagnosticar los movimientos de la defensa rival antes de todos y cada uno de los snaps que recibe. O puesto de otra manera, a la hora de ejecutar una jugada de pase Unitas probablemente sólo tenía que rezar para que la línea aguantara y mirar si el receptor había podido conseguir una separación decente respecto al cornerback para lanzarle la bola; Brees tiene que reconocer la formación defensiva y el personal que está en el campo, identificar el tipo de cobertura y si se tercia si hay algún mismatch del que pueda aprovecharse, diagnosticar si alguien entra al blitz o si algún línea defensivo cae en cobertura, ajustar su propia protección y, después de todo esto, coger el snap, rezar para que la línea aguante y mirar si el receptor está lo suficientemente desmarcado para lanzarle la bola. Sí, es cierto que la relación pase-carrera actual y las formaciones abiertas favorecen a Brees, pero la complejidad de los sistemas de juego actuales de la NFL hace que el récord de Brees tenga, almenos bajo mi punto de vista, más valor que el que tenía anteriormente Unitas.
De hecho, podemos hacer una prueba. Invirtamos los papeles. No creo que haya nadie en la faz de la tierra que dude de que Brees podría conseguir este mismo récord en la época de Unitas pero, ¿sería Unitas capaz de llegar a esos 47 partidos seguidos lanzando mínimo un pase de touchdown en la NFL de hoy en día? Sinceramente, no lo sé. No estoy diciendo que no fuera capaz de hacerlo, si es un mito en la posición de quarterback y consiguió este récord es porque fue un extraordinario jugador, simplemente pienso que tendría que pasar por un proceso de adaptación bestial y no estoy nada seguro de que pudiera asimilarlo hasta el punto de convertirse en un pasador de élite en la NFL. Quizá sería un excelente quarterback, pero no puedo afirmar con certeza que sería lo suficientemente bueno como para optar a superar semejante récord. No me malinterpretéis, con estas palabras no quiero quitarle ni un ápice de mérito la marca anterior de Johnny Unitas, sigue siendo una marca espectacular y más en los tiempos que corrían entonces pero, por todo lo que conlleva el ser un quarterback hoy en día en la NFL, el mérito que tiene Drew Brees rompiendo ese récord me parece mucho mayor.
O dicho de otra manera, que para mí el récord de Drew Brees, el de mi época, el mío, es mejor.