El otro día volvía del trabajo en el autobús sin música con la que distraerme, y eso nunca es buena señal. Me dediqué a observar uno a uno a todos los pasajeros, había de todo: había señoras mayores, había niños que volvían de la escuela acompañados por sus canguros o hermanas (por la edad espero que no fueran madres), había hombres con traje; había gente de todas las edades, complexiones e indumentarias imaginables. Sólo había una cosa que no existía dentro de ese autobús: un bigote. En todo el autobús, por increíble que parezca, no había un solo tío con bigote. ¿O quizá no tan increíble? Pensadlo un momento, ¿a cuántas personas con bigote conocéis? ¿Y de menos de 40 años? Yo diría que una o ninguna. El bigote es claramente un estilo de vello facial en desuso en la sociedad actual, un apéndice encima del labio superior que da más vergüenza a sus portadores que otra cosa. Por suerte el bigote sólo está obsoleto en nuestra sociedad, en otras partes del mundo se venera a los que lo llevan hasta el punto de organizar eventos en su honor. Por ejemplo, en la NFL. Y es que el pasado domingo, en el Edward Jones Dome de St. Louis, los Rams regalaron muchos bigotes postizos con las entradas para el partido contra los Redskins en honor a su nuevo entrenador, uno de los bigotes más legendarios de la NFL en los últimos tiempos, en honor a Jeff Fisher.
Y no es para menos. Jeff Fisher aceptó esta offseason uno de los mayores retos que existen en el football, aceptó el puesto de entrenador de uno de los peores equipos del football para darle la vuelta emocional y deportiva a una franquícia que en los últimos años no levantaba cabeza. Porque no nos engañemos, pese a que los años de Marshall Faulk no quedan tan lejos, los Rams del último lustro han venido siendo el peor equipo de la peor división de la NFL, un equipo que siempre estaba bien colocado en los drafts y que en ocasiones ni tan siquiera competía durante los partidos. Era de esos equipos que cuando los equipos rivales le veían en el calendario ya daban su partido por ganado, que parecía que salía al campo para cubrir el expediente, que había perdido totalmente las ganas de jugar a football, y eso probablemente es lo peor que le puede pasar a un equipo. El mejor intento de recuperar al equipo fue cuando contrataron a Steve Spagnuolo, quien acababa de ganar la Superbowl XLII para los New York Giants, pero se quedó en intento tras una segunda temporada desastrosa; ahora sinceramente parece que han dado en el clavo. Porque Jeff Fisher es mucho más que un tío con bigote.
Jeff Fisher es un entrenador que ante todo nunca va a permitir un equipo apático, que se deje ir a medio partido, que no se parta el alma por cada yarda. En su etapa de 16 años al frente de los Tennessee Titans Fisher tan sólo ha tenido 5 temporadas con récord negativo, y en 6 de ellas se ha metido en Playoffs, algo que deja evidencia de su buena hacer a la hora de llevar un equipo. Pero más allá de los números, por lo que más destacan los equipos de Jeff Fisher es por su instinto de supervivencia. Años atrás quizá los Titans no eran el mejor equipo de la NFL pero, al contrario que los Rams, a nadie le gustaba tenerlos en su calendario porque seguro que ese partido iba a ser muy difícil de ganar. Y es que los equipos de Fisher, pase lo que pase, siempre se mantienen dentro del partido. Quizá cualquier otro equipo, como podrían ser por ejemplo los Rams de estos últimos años, habrían salido contra un equipo aparentemente superior como los Lions tan acomplejados que les habrían pasado por encima. Resulta que Fisher, en tan sólo una pretemporada, ya había inculcado al equipo su manera de hacer y ya les había exigido el camino a seguir mientras el equipo estuviera a sus mandos, y los Rams no sólo fueron un equipo se mantuvo dentro del partido sino que lo dominó durante mucho rato e incluso lo estuvo a punto de ganar. Pero donde realmente se demostró que Jeff Fisher ya es quien manda en la banda de St. Louis fue en el último partido contra los Redskins.
Washington venía de una primera semana sensacional, en la que habían ganado holgadamente a los Saints y en la que Robert Griffin se había convertido ya de forma oficial en la nueva sensación de la NFL. No sé si porque los Rams se pusieron nerviosos por la presión, o porque los Redskins venían demasiado fuertes de la semana pasada o simplemente por un golpe de suerte pero Washington no tardó en ponerse 7-0 arriba. Después, entre la inefectividad en la red zone y algunas decisiones arbitrales que fueron en su contra (ah sí, el tema de los árbitros de repuesto, algún día tendremos que hablar de ello), el equipo se tuvo que conformar con un field goal estando 14-3 abajo. De hecho una de esas decisiones arbitrales fue un touchdown no concedido a Steven Jackson que provocó que éste montara en cólera y perjudicara a su propio equipo con una falta personal que en el fondo era totalmente innecesaria. Pero paradójicamente, probablemente este fue el punto que giró la tortilla del partido. Steven Jackson ya no volvería a jugar en todo el encuentro después de esa falta por decisión de Fisher (aunque luego las versiones oficiales nos hagan creer que fue por unas pequeñas molestias), teniendo en cuenta que el marcador ya era de 21-6 después del pase largo de Griffin a Hankerson hay que tener el bigote muy bien puesto para tomar la decisión de sentar a tu mayor estrella cuando necesitas remontar. Pero lo hizo, y le salió a las mil maravillas. El equipo se enrabietó, Daryl Richardson se salió como runningback a tiempo completo y el partido de repente ya no estaba tan lejos. Y de tan poco lejos que estaba al final acabaron remontando y poniéndose por delante (31-28). Ahora eran los Redskins los que estaban nerviosos viéndose por detrás en el marcador pero, aunque tenían posibilidades de victoria, la justicia poética ese día no estaba dispuesta a dejar a St. Louis en la estacada. En el último drive del partido, y después de un enganchón con un defensor Josh Morgan le lanzó el balón; falta personal totalmente innecesaria, quince yardas de penalización y partido visto para sentencia. Paradójicamente, esa misma actitud que Fisher había censurado con anterioridad era la que ahora le daba la victoria final; eso de haz cosas buenas y te pasarán cosas buenas (o cosas malas a los rivales, que vendría a ser lo mismo en este caso) se cumplió con precisión de cirujano.
Pero el partido en sí tampoco es lo más importante, lo importante es el rumbo global del equipo y en eso las cosas no podrían haber ido mejor. Dos semanas son las que ha tardado Jeff Fisher en hacer que los Rams sean su equipo, dos semanas en las que St. Louis ha demostrado que ya no es ese equipo corderito al que todo el mundo quiere en su calendario para conseguir una victoria fácil. A partir de ahora los Rams son un equipo incómodo al que sería deseable evitar en el calendario y, si uno se tiene que encontrar con ellos, sería una irresponsabilidad confiarse en esos partidos. Porque otra vez más ha quedado demostrado nunca se puede dar por muerto al equipo de Jeff Fisher. Así pues, en honor a este gran entrenador y luchador, a partir de mañana mismo creo que todos deberíamos dejarnos bigote, no sólo para revitalizar una moda que nunca debería haberse extinguido sino porque si hubiera un poco más de Jeff Fisher en todos nosotros seguro que el mundo iría mucho mejor.