No es temporada de barbacoas en Nueva York, que digamos, Nueva Jersey, East Rutherford para ser más exactos, Meadowlands para precisar más; imposible calibrar más, a veces uno no sabe donde juegan los Giants. Pero el grill está abierto esta semana para dar ‘vuelta y vuelta’ a NY Giants.
Por Axel Andrés
Muchos dicen que no es lo mismo vivir las cosas que no que te las cuenten luego. A mí esta historia me la contaron. Corría el febrero de 2008 y yo estaba en Canarias de viaje de fin de carrera, que muchos pensaréis podría haber ido más lejos pero la pasta no me daba para más y en Canarias tenía carnavales y un hotel con todo incluído, pero esto creo que os importa un pimiento. El caso es que coincidió dicho viaje con la Superbowl XLII y, como no quería perdérmela, me fui a un bar que había al lado del hotel a preguntar si la iban a echar por la tele esa noche. Recibí una grata sorpresa cuando me dijeron que no había ningún problema, así que me fui con un par de amigos a verla, pero mayor fue mi sorpresa cuando a la media parte nos echaron casi a patadas porque éramos los únicos clientes del bar. Supongo que tener un bar abierto con cinco camareros, tres clientes y la Superbowl en la tele no sale demasiado rentable para el negocio, así que no me quedó otra que ir a dormir pensando qué estaría pasando en la segunda mitad. Pero como suele ocurrir la realidad superó a la ficción. Al día siguiente me contaron que, en un final digno de un guión de Hollywood, un tío se escapó del pass-rush de 27 jugadores contrarios para lanzar un pase de 150 yardas para que un receptor a quien no conocían ni en sus reuniones familiares atrapara el balón con el casco en medio de una quíntuple cobertura. Luego viendo el vídeo me di cuenta de que quien me lo contó exageró ligeramente, pero estaba claro que había nacido una leyenda. Una leyenda que supuso un anillo. Una leyenda tan increíble que aún se habla de ella en nuestros días. Una leyenda tan épica que hasta se hicieron vídeos promocionales estilo DVD de fitness en los que el protagonista decía, sin vocalizar mucho por cierto, una frase que ya para siempre quedaría grabada a fuego en nuestras mentes y en nuestros corazones. Había nacido la leyenda del «Touchdown or Nothing».
Y sí, seguro que esos días fueron los más felices para jugadores y seguidores de los Giants, pero mirado en perspectiva esa victoria en la Superbowl XLII fue lo peor que le podría haber pasado a la franquícia. No por la victoria en sí, porque es indudable que ganar mola más que perder, sino porque eso llevó a pensar tanto a los seguidores como a los periodistas o incluso a la gerencia, que es mucho peor, que ya el trabajo ya estaba hecho y ahora sólo tocaba abrir los brazos y recibir los múltiples anillos que iban a llegar. En ningún momento se pararon a pensar que ganaron la Superbowl gracias a una dosis de chiripa de proporciones bíblicas. Pero de todas formas, quizá hubieran llovido más anillos si se hubieran hecho las cosas mejor, si no se hubieran relajado por haber llegado a la cumbre, o lo que según mi opinión es más importante, si no se hubieran ensalzado a los héroes equivocados.
Porque pese a la jugadita de marras, Eli Manning nunca ha sido un héroe. Si un quarterback tiene un línea defensivo colgado de la espalda y no hay sack, es demérito del línea y nunca una genialidad del quarterback. Y lanzar al bulto lo sé hacer hasta yo. Pero esa jugada, que tiene menos posibilidades de éxito que lanzar una moneda a cara o cruz y que salga canto, ha servido para endiosar a Eli Manning. Y para que él se endiose a sí mismo, hasta el punto de autoproclamarse como un quarterback de élite y reclamar ser el pasador mejor pagado de toda la liga. Y lo más lamentable es que la gerencia le hace caso y le pagan. No sé qué coño tiene este tío que cada vez que llora le hacen caso, como cuando se negó a ir a los Chargers el día del draft, pero eso es otro tema que no viene a nada. El tema que nos ocupa es que, a pesar del anillo y a pesar de su megacontrato, Eli Manning es un quarterback que anda muy lejos de la élite de la liga, y los Giants en vez de asumir que nunca será como su hermano van y le ríen las gracias. ¿Es que no han visto sus propios partidos? Eli Manning tiene cagadas de bulto y, si bien es verdad que muchas veces tiene buenas estadísticas, muchas veces es más por el buen cuerpo de receptores que siempre ha tenido que no por méritos propios. Y frente al argumento de que esta temporada parecía que jugaba mejor, al menos en los finales de los partidos, tampoco es porque él haya mejorado muchísimo sino más bien por otras dos razones: porque se apoyan lo que no está escrito en la regla cada vez más surrealista y estúpida del pass interference (inventada por un tal Peyton Manning que probablemente la haya dado algún consejito al respecto) y por una cantidad indecente de potra que hace que receptores malos a rabiar como Victor Cruz estén destacando en la liga. Que por cierto, con sus bailecitos de pseudo-salón cada vez que mete un touchdown, está empezando a desbancar a Hines Ward como el jugador que da más rabia de toda la NFL.
Pero aunque pueda parecer lo contrario, no todo es culpa de Eli Manning. Incluso diría más, hay otro héroe ensalzado por buena parte de los aficionados que aún se lo merece menos que él, y ese es Tom Coughlin. El aún ahora entrenador de los Giants, ese hombre que tiene 65 años pero que en realidad parece que tenga el doble, recibió justo después de ganar la Superbowl un contrato para renovar como head coach por cuatro años. En ese momento todo el mundo pensó que era la mejor noticia del mundo para los Giants pero el tiempo a demostrado que la decisión fue malísima. Porque Coughlin es un entrenador muy estricto, que tiene muy mala hostia, que quizá hasta se puede decir que es un buen gestor de vestuario (porque con la de pollos que han pasado por ahí durante estos años es raro que no hayan salido más cosas raras de ahí dentro) pero que precisamente sus métodos tiene pinta de que son lo que hace sangrar a su propio equipo. Sólo así se explica que Brandon Jacobs haya durado una o dos temporadas a un rendimiento aceptable, Coughlin lo ha quemado de forma criminal y de tantos golpes recibidos se ha quedado más abollado que la última Copa del Rey. O sólo así se explica que los Giants desde que ganaran la Superbowl en 2008 tengan un récord a partir de diciembre de 6-9, con un solo partido de playoffs (perdido, obviamente), después de haber competido a un buen nivel y en muchas ocasiones liderado su división durante las jornadas anteriores. Pero no sólo sus métodos casi militares hacen daño a su propio equipo, también parece que se tire piedras contra su propio tejado con sus decisiones en el campo. Por poner un ejemplo, el año pasado los Giants se dejaron remontar un partido en el último segundo porque DeSean Jackson retornó un punt para touchdown, y Coughlin tiene saber estar que casi no había entrado Jackson en la end zone que ya le estaba metiendo una bronca del quince al punter por no chutar la bola fuera. Hasta ahí todo comprensible, un poco falto de tacto, pero comprensible. Lo que no es comprensible bajo ningún concepto es que un año después te la sople lo que haya pasado en temporadas anteriores y sigas chutándole los punts a DeSean Jackson, que si no pisa fuera por media mierda se lo retorna otra vez. O le gusta putearse y ponerse retos chungos, o a este hombre le da igual si su equipo gana o no.
A quien no le daría igual si su equipo gana o no sería al que por 2008 era el coordinador defensivo de los Giants, un tal Steve Spagnuolo. Cierto es que su situación con los Rams no invita a pensar precisamente esto, porque ahora mismo en la NFL no hay equipo más desangelado que los Rams, pero Spagnuolo fue el principal responsable de la Superbowl ganada por los Giants y el héroe menos reconocido en el seno de la franquícia. Una injusticia del tamaño de una plaza de toros. Spagnuolo, al ver que la gerencia prefería a Coughlin, se buscó la vida por su cuenta y dejó huérfana una defensa, y en especial una línea defensiva, que era el motor de este equipo. Porque la Superbowl no la ganó ni Manning ni Coughlin, la ganó el mareo al que fue sometido Tom Brady durante todo el partido por parte de los Strahan, Umenyiora y compañía. Luego Strahan se retiró, Spagnuolo se fue, se acabó cortando a Antonio Pierce, probablemente el único linebacker decente del equipo y así, poquito a poco, los Giants pasaron de tener la defensa más dominante en los últimos diez años a ser un equipo en el que el ataque tiene que tomar las riendas y la defensa hace lo que buenamente puede. Un ataque que recordemos está liderado por Eli Manning.
Así pues, a los aficionados a los Giants no les queda otra que confiar en que Eli siga jugando bien durante el resto del año (se acepta «que siga teniendo una flor regada con plutonio en el culo» como sinónimo) , y que no cometa las cagadas esporádicas que le han venido acompañando en su carrera si quieren tener alguna opción de playoffs. Su calendario es muy chungo, mucho más que el de los Cowboys, y casi no tienen margen de error. Y ya lo sabemos, cuando todo está en el aire es «Touchdown or Nothing». Hace tres años y pico fue touchdown. La semana pasada fue nothing. Veremos qué pasa a partir de ahora, pero los precedentes no invitan mucho al optimismo.
Y le ríen la gracia
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