Era un secreto a voces, la carrera de Troy Polamalu estaba llegando a su fin y su retirada esta offseason estaba cantada. En el fondo nadie quería que ocurriera, y no hablo de los fans de Pittsburgh, probablemente ningún fan de la NFL, Ravens incluidos. Polamalu era de esos jugadores queridos y admirados a partes iguales allá por donde iba. Un jugador que hacía que la gente se sentara a ver un partido porque jugaba él y eso era sinónimo de espectáculo. Un jugador que hacía que todos muchos niños americanos quisieran ser el safety del equipo de su colegio para poder imitarle. Y sobre todo, un jugador que conseguía que cualquier amante del deporte se aficionara a la NFL. Pero obviamente, el tiempo pasa para todos, y todo lo que tiene un comienzo, tiene un fin. El día 10 de abril saltó la noticia, Troy Polamalu se retira. Tras 12 temporadas como profesional, el jugador decidió poner fin a su carrera para, principalmente, pasar más tiempo con su familia.
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Troy Polamalu siempre representó la figura de un guerrero en el campo. De hecho, lo lleva en la sangre, ya que es de origen samoano. Y como buen guerrero samoano es rudo pero noble. Su pelo despejaba cualquier duda, no estaba en el campo para posar para la cámara, venía a la batalla y en el diccionario de un guerrero no viene la palabra perder. De alguna manera parecía inevitable que un jugador como él no iniciase su carrera en el football universitario jugando para USC, es decir, los troyanos del sur de California. Ya por aquel entonces lucía el número 43 a la espalda y su nombre empezaba a ser conocido. No jugaba con un casco de troyano, pero lo parecía por la intensidad que ponía en su juego, algo que jamás dejaría indiferente a nadie.
No tardó en empezar a despuntar en la NFL tras ser elegido por los Pittsburgh Steelers en el número 16 global del draft del año 2003. En su año de rookie no jugó de titular pero en el segundo año acabó con las impresionantes cifras de 96 placajes, 1 sack y 5 intercepciones, una de ellas retornada para touchdown. Esto le llevó a la Pro Bowl de aquella temporada, la primera de muchas. En su tercer año, con unas estadísticas parecidas al año anterior, se confirmó como el nuevo gran safety de la liga, pero esa temporada fue mucho más que eso para él. De hecho, fue mucho más que eso para toda la franquicia de Pittsburgh.
A principios de 2006, Seattle Seahawks y Pittsburgh Steelers se enfrentaban en la SuperBowl XL que acabó con victoria para los acereros. No fue una victoria cualquiera, fue el primer anillo para Pittsburgh tras 26 años de sequía. Una sequía demasiado grande para la franquicia más laureada de la historia. Claro está, la “Cortina de Acero” no es leyenda por casualidad. Esa mítica defensa que tantos anillos permitió ganar a los Steelers en la década de los ’70 dejó un gran vacío. Pasaron los años, pasaron hasta las décadas y nadie sabía si en Heinz Field volverían a disfrutar de una defensa mayúscula, una defensa que atemorizara rivales y que ganara campeonatos.
Quizá la gente estaba esperando un nuevo Jack Lambert, que solo con ver sus dientes mellados imponía a sus rivales. Obviamente, era imposible que llegara un defensa así. Lo que tampoco se esperaban es que el líder defensivo que esperaron durante más de dos décadas fuera un chaval de origen samoano con un pelo que invitaba a sonreír. Troy Polamalu se convirtió, junto a Roethlisberger en ataque, en el nuevo emblema de Pittsburgh. Dos jóvenes que llegaron en años consecutivos y que sembrarían las raíces de unos nuevos Steelers campeones. Es cierto que por aquel entonces había en el equipo nombres de jugadores apurando sus brillantes carreras como Hines Ward, James Farrior o el mítico Jerome Bettis.
Pero si por algo sus carreras habían sido tan brillantes como escasas de títulos era por algo. Dicen que los grandes ataques ganan partidos pero las grandes defensas ganan campeonatos, pero no basta con tener grandes números para ser campeón. Para levantar un Lombardi hay que ser leyenda, tener algo que no se pueda medir en estadísticas ni que te pueda enseñar ningún entrenador. Eso es lo que supuso Troy Polamalu para los Steelers, un seguro de vida en la retaguardia con un espíritu que transmitía a todo su equipo, por muy veteranos que fueran. Transmitía esa sensación de que estando él en el campo, su equipo no iba a perder.
No sería su último anillo ya que apenas tres años después volvió a levantar el Lombardi, en esta ocasión ganando sobre la bocina a unos Cardinals comandados por el gran Kurt Warner. Y además, como los grandes guerreros, también tuvo que saborear el amargo sabor de la derrota. No fue una derrota cualquiera, sino que fue derrotado por los Packers liderados por otro jugador que venía fraguando su propia leyenda, Aaron Rodgers.
Podría seguir hablando de sus números individuales, colectivos y demás durante todas las temporadas que jugó en la NFL…pero no. No lo voy a hacer por un motivo bien sencillo. Tras seguir los doce años de carrera de Troy Polamalu, ahora que se va no me vienen a la cabeza sus grandísimas estadísticas. Solo me vienen recuerdos puntuales, jugadas suyas de hace años pero que recuerdo como si las hubiera hecho ayer. Jugadas que no había visto antes sobre un campo de football y que probablemente no se vuelvan a ver. ¿Por qué?
Porque no recuerdo que nadie pudiera interceptar lo que parecía imposible.
Porque no recuerdo que un jugador pudiera llegar tan alto:
Porque no recuerdo que nadie pudiera leer la mente de un quaterback, antes que el propio quaterback:
Porque no recuerdo que nadie pudiera mejorar lo que ya era inexplicable:
https://www.youtube.com/watch?v=ewSS9h3pEAU
Porque después de doce años, a todos los fans de la NFL solo nos queda ponernos en pie, aplaudir y dar las gracias a Troy Polamalu por todo lo que nos ha hecho disfrutar en el terreno de juego. Ahora comienza una nueva era en Pittsburgh, con una defensa rejuvenecida a base de los últimos drafts y que ya busca un nuevo líder. Quién sabe si será Shazier o el recién elegido Bud Dupree. De momento, muchos jóvenes defensas acereros quieren ser los que lideren esa nueva “cortina de acero” y escribir su propia leyenda. Igual que esos niños que sueñan con ser Troy Polamalu y que puede que dentro de muchos años, se conviertan en el eje de la próxima gran defensa de Pittsburgh. Igual que él lo soñó cuando era pequeño y ha demostrado que, a veces, los sueños se hacen realidad.