La Super Bowl supone el final de la temporada de fútbol americano, al menos en lo que concierne a partidos porque ahora comienza todo el baile de traspasos, intercambios, agentes libres y draft (nada de staffs técnicos ya que este año las franquicias se han esmerado en completarlos pronto), y para muchos ello colleva una sensación de pesadumbre durante las primeras semanas sin competición hasta que la moral se adecúa a siete meses sin football.
Recuerdo haber leído una noticia tras los Juegos Olímpicos de Sidney de 2000 que decía que existía gente propensa a la depresión tras la finalización de las Olimpiadas según reportaban asociaciones de psicólogos. Y recuerdo la sensación de tristeza que me producía el día de la ceremonia de clausura tras embotellarme en veinte días todos los deportes posibles. El dato de las depresiones resulta algo exagerado, la sensación de pesadumbre es siempre salvando las distancias. El football no es más que una parte material de nuestras vidas porque lo apreciamos, sabiendo que obviamente cuidar a las personas de nuestro alrededor está por encima de todo. El amar algo, ya sea un deporte, varios, tu Blackberry, tu perro Pluto, o el habitual hecho de querer a un ser humano, es innato en el hombre, y al perderlo, la sensación de vacío es inevitable.
Igual que el día de ayer me molestaba durante unos días no seguir viendo los Juegos Olímpicos, desde hace varios años me «pica el mono» del football ya los primeros días de Febrero. Y he hecho esta reflexión estos días ante el bombo y platillo que se le da mediáticamente a la Super Bowl y la falta de respeto que se muestra en este país a este deporte, y, generalizando, a las cosas y la gente que aprecia parámetros diferentes a los que la sociedad impone. Es decir, somos raros o «frikis».
El problema no es problema, sino un elemento cotidiano e inherente en la historia de los seres humanos, reirse y burlarse del diferente. Por estas latitudes cainistas llamado constitucionalmente Reino de España, el «furbol» o «furgol» es el deporte incontestablemente rey, seguido de un baloncesto maltratado. No hay cabida para otros deportes como los provenientes de Estados Unidos, primero por nuestra identidad cultural, lo cual es realmente admirable ante la progresiva americanización del mundo, pero por otro lado, lo corto que llegan a mirar nuestros ojos y lo poco abierta que son las mentes españolas producen situaciones como la muy debatida en nuestras esferas de football con Carrusel Deportivo y la retransmisión de la Super Bowl.
Mi rareza es bastante abierta. Me pongo en el lugar de cualquiera y entiendo que un deporte como el fútbol americano no es atractivo para el espectador medio español, de ahí que el ambiente festivo con el que se puede abordar el tema para venderlo a la audiencia es comprensible. Otra cosa es la falta de respeto y la burla a este deporte, y por consiguiente la ofensa a todos aquellos que nos dedicamos semi o profesionalmente a él, precisamente en un año en el que la minoría de fans españoles han tomado partida en iniciativas como Radio NFL Spain, y aprovechando una tendencia creciente en alguna medida de gente que se interesa por los deportes del otro lado del charco. Es simplemente una cuestión de educación cultural y respeto lo que hace que una mente acepte a los diferentes o no.
La grandiosidad del deporte americano
La crítica más fácil hacia los deportes americanos es la extensa duración de los partidos que en muchos casos los hace díficiles de digerir. No les falta razón a esos detractores, tanto beisbol, hockey, football y baloncesto, así como la NASCAR, son acontecimientos en los que durante muchos minutos no pasa nada, es una característica común de los deportes yanquis, los minutos de vacío. Ahora bien, en los momentos que pasa algo, ocurre de verdad, de forma emocionante y dramática, y en muchos casos en varias secuencias consecutivas. Es una faceta innata y común en todos ellos, y nunca falla; los americanos fueron lo suficientemente listos para configurar sus deportes como un espectáculo para el público.
A los hechos me remito. Todos aquellos que conocen el football recuerdan la victoria de Pittsburgh Steelers en la Super Bowl del año 2009, o la edición anterior y el drámatico drive final de NY Giants frente a los perfectos New England Patriots. También aquel ‘City of Music Miracle‘ en el Wild Card del año 2000 entre Bills y Titans, o los dos touchdowns de kickoff consecutivos en la Super Bowl del año 2001. La épica es un factor intrínseco, el espectador sabe que habrá uno o varios momentos cumbre por regla general. Lo mismo ocurre con el béisbol o el hockey. El hielo no dejó unas vibrantes Playoffs el año pasado, en especial gracias a Pittsburgh Penguins, primero con Washington Capitals y el duelo Crosby vs Ovechkin, y luego una Stanley Cup reeditando la del año anterior en la que los de Pensilvania ganaron en unos dramáticos segundos finales en Detroit en el séptimo partido. El béisbol no se queda atrás: los Red Sox levantando un 3-0 en una final de la American League contra sus archienemigos Yankees en 2004 o los siempre débiles Arizona Diamonbacks destronando a la dinastía Yankee en el año 2001.
Los estadounidenses lo han hecho así, los medios ayudan con los titulares y la puesta en escena como un show, y cada niño norteamericano mama el deporte como la biblia. Con todos estos argumentos favorables hacia la cultura del deporte yanqui habrá muchos todavía que no comprendan como apreciar estos deportes, y no es mi intención hacer conversiones, simplemente un manifiesto por la defensa de la libertad de gustos, el respeto y la ética periodística, la apertura de la mente a otras esferas y la liberación de los prejuicios. Así es como la sociedad ha progresado durante la historia, cuando ha habido alguien diferente; lo contrario es encerrarse en un trastero.
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