La vida de este jugador puede enseñar muchas cosas a quien se acerque a ella y la conozca más a fondo. Es capaz de dar una lección de que el esfuerzo es el mejor camino posible para lograr el éxito, pero sobre todo que ninguna persona debe dar por seguro lo que va a hace en la vida ni hacer planes definitivos previendo lo que le puede suceder en el futuro. Porque puede que salga totalmente al contrario de como se había pensado.
Nacido un 27 de febrero de 1971 y criado en Gastonia, Carolina del Norte, James Worthy no pudo ofrecer un calificativo más categórico en su entrada al Hall of Fame sobre qué le parecía el baloncesto cuando era pequeño: “Simplemente lo odiaba”. Comenzó a jugar a los cuatro años y no le gustaba para nada, pero lo que nunca imaginó es que el destino le iba a deparar un futuro marcado precisamente por el baloncesto y que, sin él, su vida no hubiera sido la misma.
Para comprender mejor cómo James Worthy llegó a ser uno de los mejores jugadores de la NBA, y concretamente de Los Angeles Lakers, es necesario conocer su historia y lo que le hizo dedicarse en cuerpo y alma a aquel deporte que tanto odiaba. Sus progenitores eran de familia muy humilde. Su padre, concretamente, era pastor de la iglesia baptista. Tanto él como su mujer tenían una filosofía de vida clara basada en el trabajo duro y en el esfuerzo. Como muchos padres de Estados Unidos, el objetivo era que sus hijos finalizaran sus estudios en el colegio y fueran a la universidad, algo que para una familia con los ingresos que tenían los Worthy era algo bastante caro de asumir.
«De pequeño odiaba el baloncesto» – James Worthy
James vio cómo sus padres tenían serios problemas para pagar la universidad de sus hermanos, por lo que decidió pedir una beca para ayudar en casa. “Esa era la única razón por la que quería jugar al baloncesto”. Aunque lo hacía forzado por las circunstancias y no por diversión, nadie triunfa en el mundo del baloncesto si no tiene las aptitudes, cualidades y ese toque mágico necesario para triunfar. James Worthy era rápido, veloz, ágil y destacaba por encima de la media del resto de sus compañeros y rivales en la liga de instituto.
En Ashbrook, equipo situado en la natal Gastonia de Worthy, al oeste de Charlotte, empezó a construir el jugador en el que se convirtió en los años sucesivos. En su año de Senior promedió 21,5 puntos, 12,5 rebotes por encuentro y un nivel espectacular, algo que le hizo que no le faltaran las ofertas para lograr una beca, el objetivo por el que había decidido seguir jugando al baloncesto.
Cuando dio el salto a la universidad no lo hizo demasiado lejos, aunque sí le permitió llegar a donde él quiso. Prefirió quedarse cerca de casa y jugó para la Universidad de Carolina del Norte. Para convencerle de que ingresara en ese equipo, el entrenador por aquel entonces, Dean Smith, habló con los padres de James y les prometió dos cosas: que podría asistir a las clases y que tendría que ir a misa a no ser que sus padres dijeran lo contrario mediante una carta. “Desde ese punto supe que quería jugar para el entrenador Smith”, confiesa años después Worthy.
En Carolina del Norte compartió vestuario nada menos que con Sam Perkins y Michael Jordan. Estuvo tres temporadas y ganó un título de la NCAA en 1982. Tras eso, le esperaba la gloria como jugador. Una rocambolesca casualidad hizo que los Lakers, campeones también en 1982, tuvieran en su poder la primera elección de aquel Draft. En 1980 habían recibido de los Cleveland Cavaliers ese primer pick a cambio del traspaso de Don Ford a la franquicia de Ohio y lo acabaron usando para elegir a James Worthy.
En su retirada doce años después, James Worthy pudo contabilizar que había sido tres veces campeón de la NBA, una vez MVP de las Finales, siete veces All-Star, miembro del Hall of Fame y elegido en 1996 entre los 50 mejores jugadores de la NBA hasta aquel momento. Promedió 17,6 puntos, 2,3 rebotes y 3 asistencias por noche y todo ello le valió para que, el 10 de diciembre de 1995, Los Angeles Lakers le retiraran su mítico dorsal ‘42’ a lo más alto del Staples Center, uniéndose a jugadores como Elgin Baylor o Wilt Chamberlain y al que más que probablemente se unirá Kobe Bryant una vez acabe la presente temporada, su última en activo como profesional.
‘Big Game James’
Su rapidez, habilidad para botar con velocidad hacia la canasta y superar rivales fueron parte de las señas de identidad de este jugador durante las temporadas que jugó como profesional. El hecho de que compartiera vestuario con jugadores de la talla de ‘Magic’ Johnson ayudó de buena manera a que Worthy sacara a relucir su juego y lo hiciera brillar en cada partido.
La mayor parte de su carrera la desarrolló en la década de los 80, coincidiendo con la época de mayor rivalidad entre Lakers y los Boston Celtics. De las tres Finales que jugó, dos las ganó ante los de Massachusetts y una ante los Detroit Pistons, pero también saboreó el lado amargo de la derrota en cuatro ocasiones: dos ante los Celtics y los Pistons y las otras ante Philadelphia 76ers y Chicago Bulls.
La regularidad marcó las campañas que jugó para la franquicia de oro y púrpura. En la temporada regular únicamente bajó de 18 puntos de media en la 1983/84 y llegó a 22 en la 1985/86. En la 83/84 llegó a su máximo de rebotes por noche (7,7) y en la 1991/92 alcanzó su máximo promedio de asistencias por partido (4,3).
Aún así, el factor que le hizo diferenciarse más de sus rivales y compañeros fue por el incremento de nivel y el plus de calidad que aportaba a sus actuaciones personales y a su equipo cuando llegaban los Playoffs. Si en la temporada regular promedió a lo largo de su carrera unos 17 puntos, 5 rebotes y 3 asistencias y 52% de acierto en tiros de campo, en la postemporada mejoraba esas cifras: 21,5 puntos, 5,2 rebotes, 3,2 asistencias y 54,4% de acierto en tiro.
«James Worthy fue uno de los jugadores top 10 o top 5 en la historia de los Playoffs» –Magic Johnson
De ahí que le llamaran ‘Big Game James’, precisamente por cómo transformaba y mejoraba su juego en los Playoffs y por las grandes actuaciones que se le recuerdan en las fases finales de los campeonatos. Una de las más destacadas fue el descomunal porcentaje de acierto que registró en las finales de conferencia de 1985 ante los Denver Nuggets.
- Game 1: 78,6%
- Game 2: 72,7%
- Game 3: 70,6%
- Game 4: 57,1%
- Game 5: 83,3%
Todos estos números supusieron en aquella época el mejor porcentaje de acierto en tiro (72,1% de media) realizado por un solo jugador en una serie de Playoffs de cinco partidos. Lo increíble de todo esto es que en las sucesivas temporadas iba a mantener este nivel cuando llegara la ‘postseason’, pero aún se iba a guardar una carta para realizar una de las mayores gestas y actuaciones individuales de la historia que se recuerdan en unos Playoffs.
Séptimo partido, triple-doble y tercer anillo
Pónganse en situación. Finales de la NBA del año 1988. Los Angeles Lakers contra Detroit Pistons. Séptimo y último partido de las series en The Forum (Inglewood, California). La serie llegaba con 3-3 en el marcador después de que los Pistons hubieran ganado el primer encuentro, los Lakers remontaran 2-1, Detroit le diera la vuelta de nuevo 3-2 y los angelinos lo igualaran en el sexto.
James no había acumulado ningún partido en la temporada regular con más de 12 rebotes y tan sólo en uno había anotado más de 32 puntos. En el resto de los Playoffs sus mejores marcas habían sido 27 puntos en un encuentro y 11 rebotes en dos partidos. Pero las estadísticas están para romperlas y las oportunidades para tocar la gloraia con las manos se presentan muy pocas veces. Así, Worthy firmó una de las mejores actuaciones de la historia en unas Finales y en un séptimo encuentro con 36 puntos, 16 rebotes y 16 asistencias, un triple-doble legendario que fue determinante para dar el título a los Lakers, pues ese encuentro lo ganaron por un ajustado 108-105.
Ese título supuso el primer back-to-back de un equipo en la liga en casi 20 años y la confirmación (si aún no se había corroborado) de que James Worthy era un jugador especial y, cuando llegaban los Playoffs, se convertía en un jugador tocado por una varita mágica. El odio y desafección que mostraba por el baloncesto en las primeras etapas de su vida se volvió inversamente proporcional al talento que desarrolló y mito en que se convirtió con el paso de los años. Nunca hay que decir nunca ni dar las cosas por sentado, porque nunca se sabe cuándo te puedes convertir en toda una leyenda de la NBA.