El peralte extremo del circuito de Tennessee ha convertido al Bristol Motor Speedway en uno de los más famosos y populares lugares para todo aficionado a la NASCAR. «Thunder Valley» proporciona a cualquier espectador la sensación de encontrarse en un verdadero anfiteatro de la Antigua Roma, aunque las casi mil yardas de trazado poco tienen que envidiarle a tal espectáculo romano. Con los años, las 500 vueltas bajo las luces de agosto se han consolidado como las carreras más anticipadas y cotizadas de prácticamente todo el calendario, donde la acción, los parachoques doblados y los finales apretados garantizan una competición sin igual.
Bristol Motor Speedway abrió sus puertas en 1961, en lo que iba a ser otro circuito corto, ancho y de suave pavimento. Pronto se convirtió en uno de los circuitos preferidos de los pilotos, hasta que en 1969, sin embargo, se decidió elevar el peralte en treinta y seis grados y convertirlo en un circuito sin precedentes. La carrera inaugural, como era de esperar, trajo consigo una infinidad de quejas por parte de los pilotos, quienes vieron en la inclinación la causa de los numerosos accidentes sufridos durante las 500 millas; entonces no era ninguna casualidad que el número de banderas amarillas aumentara en la proporción en que lo hacía el peralte de los circuitos del calendario, y desde luego Bristol dio buena prueba de ello.
En 1992, el trazado volvería a ser sujeto a nuevos cambios, y su asfalto sería sustituido por cemento, tal y como es hoy en día. Con el tiempo, los pesados coches de Winston Cup acabarían puliendo el hormigón, de manera que las partes menos transitadas durante las curvas no proporcionaban apenas velocidad, y hacía prácticamente imposible cualquier intento de adelantamiento. En agosto de 1995, la Goody’s 500 y sus espectadores fueron testigos de un total de 15 cautions que cubrieron 106 vueltas, en el que ha sido uno de los mayores festivales accidentados en la historia del deporte. Para muchos, además, el final de carrera aun permanece en la memoria como el mejor desenlace de todos los tiempos.
Dale Earnhardt, el Intimidador por excelencia, se convirtió en el gran protagonista de la noche, en una de las carreras que más honor hacen a su apodo. Conduciendo cual animal salvaje, Earnhardt se deshizo uno a uno de sus rivales aplicando su famoso «Earnhardt Tap», que consistía en golpear a su predecesor en la parte trasera y, sin miramientos, completar el adelantamiento enviándolos a visitar la pared exterior. Rusty Wallace fue una de las víctimas de «The Intimidator», y su enfrentamiento al final de la carrera es todavía uno de los momentos más recordados de la NASCAR. Earnhardt, sin embargo, se aseguró el mantenerse competitivo hasta el final, y su pelea en los instantes finales con Terry Labonte, quien se vio ralentizado por coches doblados, sólo puede clasificarse como épica.
Vuelta a vuelta Earnhardt iba recortando terreno a Labonte hasta que, en la misma última curva, Earnhardt volvió a aplicar su ámpliamente criticado movimiento, aunque esta vez, para deleite de los allí congregados, Labonte perdió el control, dio una vuelta sobre sí mismo y aun así cruzó la meta en primera posición, privándole a Earnhardt de la que parecía una nueva victoria para el de North Carolina.
Desde entonces, tan sólo una vez Dale Earnhardt salió victorioso de una carrera en Bristol (1999) y, curiosamente, en los cinco años siguientes, fue nada menos que Rusty Wallace el gran dominador en la media milla de «Thunder Valley», donde venció cuatro veces.
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