Hace un año, la NHL confirmaba la compra de Montreal Canadiens por parte de la familia Molson en una operación en la que los tres hermanos, Geoff, Andrew y Justin se guiaron más por el corazón que por la lógica. Son la séptima generación de los Molson, una familia a la que no le falta el dinero en Canadá desde hace décadas y conseguían traer a sus raíces algo que les pertenecía, pues su abuelo compró el equipo en 1957.
Los Molson compraron los Canadiens por $575 millones en verano de 2009 (compra confirmada en diciembre de 2009), ni que decir tiene que es el precio más alto por la adquisición de una franquicia en la historia de la NHL, y la tarifa incluía el Bell Center. Teniendo en cuenta que el valor de una franquicia es dos o tres veces sus ingresos, la revista económica Forbes estima que el valor real de Montreal es de $408 millones, es decir, los hermanos Molson van a tardar muchos años en que este negocio tenga sentido financiero, sin embargo la operación no solo responde a una apelación sentimental (es el club que siempre ha poseído su familia) sino que hay un trasfondo económico cercano: la familia Molson posee muchas más empresas y quiere crear sinergias, bloquear competidores y tener repercusión mediática.
El gran beneficiado de esta compra fue George Gillett Jr, antiguo propietario del club. Las cifras son brutales comparado, por ejemplo, con las venta de los Lightning; Tampa fue comprado el año pasado por $93 millones, 113 menos que en otra operación de cambio de dueños dos años atrás. Gillett dejó la franquicia con beneficios de $40 millones anuales en parte gracias a cambiar el nombre del pabellón antiguamente llamado Molson Centre, en honor a la familia que vendió (como otras tantas veces en los últimos 57 años) la franquicia a principios de este siglo a Gillett Jr.