Hay jugadores que son capaces de jugar bien, a un nivel alto tanto de calidad como de exigencia. Existen los que tienen un buen lanzamiento, los que defienden intensamente, los que tácticamente tienen muy buenas nociones del juego. También se han podido conocer jugadores que tuvieron una influencia determinante y especial para sus equipos. Pero jugadores que reúnan todas estas características y que, además, lo hicieran con una suavidad y sutileza únicas, ha habido muy pocos. Mejor dicho, prácticamente ha existido uno con estas particularidades.
Las descripciones que se pueden encontrar sobre Jamaal Wilkes son diferentes al del resto de jugadores. El baloncesto moderno ha dado paso a la especialización en cada una de las posiciones del juego. El entrenamiento y dedicación específicos para pívots, bases o aleros hacen que un jugador exprima todo su potencial focalizándose en todos los aspectos de ese puesto. Aún así, Wilkes demostró en sus 12 temporadas como profesional una polivalencia y multitud de recursos que eran igualmente productivos para él, como tremendamente complicados de defender para sus rivales.
Tiros desde fuera, penetraciones a canasta, lanzamientos en la zona, rebote, defensa… todo valía para sumar y para ir construyendo poco a poco la base del jugador de leyenda en el que se convirtió. Nacido en Berkeley (California), tanto su vida personal como profesional estuvo ligada a ese estado de una manera muy especial. Jugó en el instituto de Santa Bárbara, su equipo universitario fue UCLA, ingresó en la NBA en los Golden State Warriors y completó su carrera profesional jugando en los dos equipos de Los Ángeles: Lakers y Clippers.
En sus años en la NBA, jugó un total de tres temporadas en la franquicia de Oakland, ocho en los Lakers y una –la última– en los Clippers. Su currículum deportivo está a la altura de un jugador considerado entre las leyendas o, al menos, jugadores más influentes en la historia de este deporte. Ganó cuatro anillos, fue nombrado Rookie del Año en 1975, seleccionado para el All-Star Game en tres ocasiones y nombrado dos veces en el equipo defensivo de toda la liga.
Todo ello le valió para que en 2012 se le terminaran de dar los reconocimientos que merecía por su trayectoria deportiva. En ese año, entró en el Hall of Fame y se retiró su dorsal ‘52’ a lo más alto del Staples Center, un reconocimiento que le hace pertenecer a un selecto grupo de nueve jugadores también con su número retirado en los Lakers y al que, presumiblemente, se unirá Kobe Bryant una vez finalice la temporada regular 2015/16.
El Islam y una mecánica de tiro peculiar
Poco después de llegar a la NBA, Jamaal Wilkes se convirtió al Islam. Cuando nació, sus padres le llamaron Jackson Keith Wilkes, pero al pasar a formar parte de esta religión decidió cambiar su nombre a Jamaal Abdul-Lateef. Aún así, y para que se le reconociera de un modo más fácil, públicamente decidió usar su apellido de nacimiento, de ahí que comúnmente se le conozca como Jamaal Wilkes.
La unión entre su nombre original y el que adoptó como musulmán no fue la única mezcla que hizo en su vida. La conexión entre muchas facetas del juego, sumado a la polivalencia y amplia gama de recursos de este jugador, le hicieron una persona que difícilmente se puede olvidar aunque ya hayan pasado 30 años de su retirada. Una de las cosas que le hicieron verdaderamente icónico fue el modo de ejecutar todo su talento. Y este detalle residía en su peculiar forma de lanzar a canasta.
Jamaal subía el brazo con el balón entre las dos manos como hace todo el mundo. Pero la diferencia entre su lanzamiento y el del resto de jugadores estaba en lo que sucedía después. Se ponía el balón detrás de la cabeza, como pasándoselo detrás de la oreja derecha, y lo soltaba de una manera muy poco frecuente, aunque muy efectiva para él.
“Mi jugador ideal sería un buen estudiante, educado, cortés, buen jugador de equipo, un buen reboteador, un buen jugador defensivo y un buen tirador exterior e interior. Mejor lo dejamos en Jamaal Wilkes y punto” –John Wooden, entrenador de Wilkes en UCLA.
Pese a su característica forma de lanzar, consiguió firmar 17,7 puntos por noche en su carrera y rozó el 50% de acierto en tiros de campo (49,9% exactamente). El cénit de su trayectoria lo alcanzó justo a la mitad, en su séptima temporada, cuando promedió 22,6 puntos por partido y un acierto del 52,6%, ligeramente por debajo de su mejor marca en este sentido: 53,5% en el curso 1979-80.
Su mecánica de tiro le ayudó a conseguir todas estas marcas, pero también a ser diferente y a sacar a relucir su calidad en los momentos importantes. Si por algo se recuerda a este jugador es por su calidad en el lanzamiento y por lo efectivo que era en los momentos decisivos.
Así, una de las noches más mágicas que se le recuerdan es el sexto partido de las Finales de 1980 contra los Philadelphia 76ers, un encuentro en el que los angelinos obtuvieron la victoria y acabaron ganando el título. Aquel encuentro se recuerda también por los 42 puntos de Magic Johnson en su año de rookie, una actuación espectacular que tuvo que dejar protagonismo a la de Wilkes, la cual tampoco se quedó corta: los 37 puntos que anotó fueron fundamentales para que los Lakers se llevaran la victoria ante unos Sixers que contaban en sus filas nada menos que con Maurice Cheeks y Julius Erving, quien aportó 27 puntos a los de Pensilvania en aquel encuentro.
Llegar y besar el santo
Lo que más sorprendió de Jamaal Wilkes a su llegada a los Golden State Warriors en 1974 no fue su calidad ni su valía para jugar en la élite. Lo que abrió los ojos de la gente de ese chico que llegaba de UCLA habiendo ganado 2 títulos de la NCAA fue su rápida adaptación a la NBA. Hizo todo lo que se le pidió para que su aclimatación al equipo fuera lo más rápida posible y para adaptarse a la filosofía de juego de la franquicia. Lo hizo a una velocidad de vértigo, lo que le permitió dejar en los libros de historia 14,2 puntos y 8,2 rebotes por partido y ganar el premio al mejor rookie de la temporada 1974-75.
Su llegada, en definitiva, fue llegar y besar el santo. Aparte de sus registros y de ser el mejor jugador de primer año de aquella temporada, consiguió guiar a su equipo a las Finales ante los Washington Bullets. La temporada había sido buena para los de la bahía de San Francisco: un récord en la temporada regular de 48-34 les permitió acabar como líderes de la división Pacífico. Esta superioridad la plasmaron en los Playoffs, en los que solamente perdieron 5 encuentros y donde barrieron 4-0 a los Bullets en las Finales.
Tras dos temporadas más en Golden State, donde mejoró sus registros respecto a su primer curso, en el verano de 1977 acabó recalando en los Lakers. La adquisición de Jamaal por parte de los de oro y púrpura fue muy sencilla y exponencialmente positiva a largo plazo. Llegó como agente libre y fue el complemento perfecto en los años sucesivos para jugadores de la talla de Kareem Abdul Jabbar o Magic Johnson. Wilkes llegó a los Lakers justo al comienzo de una década donde la NBA se iba a globalizar mucho más y donde la rivalidad entre esta franquicia y los Boston Celtics iba a alcanzar su máxima expresión.
En ocho temporadas en los Lakers, Wilkes llegó a cinco veces a las Finales de la NBA: en tres de ellas saboreó las mieles del éxito y en dos probó el lado amargo de la derrota. Aunque los enfrentamientos con los Celtics en aquella década iban a protagonizar partidos y noches épicas, las tres primeras Finales de Wilkes las iba a jugar contra los Philadelphia 76ers, de las cuales ganó dos y perdió una. Contra los de Massachusetts perdió en una ocasión y venció en otra justo al año siguiente.
Su mejor pico de forma y de nivel de juego llegó en la temporada 1980-81, casualmente en una de las que los Lakers no llegaron a la ronda final por el título. En este momento de su carrera, no contó solamente su nivel de juego ni su confianza en sí mismo, sino la respuesta que daba al equipo en caso de necesitar su ayuda o su presencia para mantener al equipo en lo más alto. En esta campaña, Magic Johnson estuvo fuera de las canchas 45 partidos por una lesión y, el reto de suplir este vacío temporal, no le intimidó: registró 22,6 puntos por encuentro y consiguió disputar su segundo All-Star Game.
Su gran estado de forma le permitió seguir en la cabeza, junto con Abdul-Jabbar, de la lista de anotadores de los Lakers durante las dos siguientes temporadas: 21,1 y 19,6 puntos por encuentro en las campañas 81/82 y 82/83 respectivamente sirvieron para seguir cimentando poco a poco el gran jugador que tanto gustaba a los aficionados y que, sin parar, seguía sumando para hacer mejor su propia carrera y la del equipo para el que jugaba.
Tras este periodo, probablemente el mejor de su carrera, comenzó un declive paulatino que iba a acabar alejando la gran imagen de Jamaal Wilkes que se había visto hasta ese momento. En la temporada 1983/84 sufrió la infección de un parásito, algo que le dejó muy debilitado e incapaz de mantener el nivel al que se sabía que podía llegar.
Sus números comenzaron a descender y, a partir del curso 82/83, no volvió a promediar más de 20 puntos por encuentro. En la 84/85 tuvo una lesión en los ligamentos de su rodilla izquierda que le hizo perderse la mitad de la temporada regular. Solamente jugó 42 partidos y no pudo aportar más de 8,3 puntos y 2,2 rebotes por noche.
Su última temporada la pasó en el equipo vecino de Los Ángeles, los Clippers. Al contrario que cuando llegó a la NBA a los Warriors, le costó mucho adaptarse. No estaba acostumbrado a un equipo perdedor y donde el ambiente fuera tan distinto que lo que había conocido hasta entonces. Tras haber disputado únicamente 13 partidos con los Clippers, y solo uno de ellos como titular, decidió poner punto y final a su carrera como profesional.
Pese a este declive en el final de su carrera, siempre se le recordará por su buen hacer y por dedicarse sin descanso a mejorar todas y cada una de las facetas del juego. De ahí que destacara tanto independientemente de si defendía, atacaba, tiraba a canasta o cortaba un pase. El trabajo le dio mucho de lo que obtuvo del baloncesto, pero la polivalencia y sus inagotables recursos le hicieron ser brillar de una manera diferente a los demás.