«Las peleas han sido parte del hockey desde el primer día.»
Así de rotundo se muestra Dave Singer, un periodista estadounidense que cubre la NHL, acerca del papel de las peleas en la competición. De hecho, las peleas, la velocidad y la habilidad de los jugadores suelen ser los puntos fuertes de la competición favorita de Canadá.
Pero, ¿por qué se pelea tanto en la NHL? Algunos periodistas sostienen que es, en parte, por culpa de la velocidad que propicia choques brutales que, en muchos casos, terminan en lesión o conmoción. Es por eso que, a veces sin justificar, se producen conductas violentas que terminan en pelea. ¿Es algo negativo? La mayoría de los fans no ve las peleas como algo malo, sino como parte del juego. En las ligas europeas, como la checa o sla ueca, países donde el hockey hielo tiene mucho tirón, las peleas hace tiempo que se prohibieron y el juego sigue su curso. Sin embargo, en esas ligas se producen más lesiones que en la NHL, ¿por qué? Periodistas y jugadores lo tienen claro: porque no hay peleas.
¿Más peleas, menos lesiones?
«El trabajo de un enforcer es mantener a las estrellas sanas y concentradas en el aspecto más fino del juego», explicó Marty McSorley, exjugador y enforcer en la NHL, en el National Post. El enforcer tipo es un jugador alto, corpulento, físico y con habilidad para pelear. Lo demás es secundario, siempre y cuando sepan patinar y conducir, pasar y lanzar el puck de forma aceptable. Así, marcar goles no es primordial, como sí lo es responder al adversario cuando juega sucio. De esta manera cuando un rival actúa de manera sucia, se espera que el enforcer reaccione de manera agresiva o violenta contra el causante o contra las estrellas o porteros del contrincante.
Muchos de los enforcers lo son desde que empezaron a jugar. Convertirse en ‘policía del hielo’ ha sido la única oportunidad de ser jugador profesional de muchos a lo largo de la historia. Advertidos desde pequeños de que su misión no era marcar, sino defender a su equipo, intimidando y marcando el terreno, estos jóvenes, deseosos de jugar a su deporte favorito y convertirse en profesionales aceptaban su nuevo rol y lo perfeccionaban. Así llegaron grandes enforcers como Dave Williams, que se pasó 4.400 minutos sentado en el área de castigo, promediando 4,12 minutos de castigo por partido durante los 14 años que duró su carrera, Chris Neil, que desde 2001 ha pasado más de 2.300 minutos ‘castigado’, o Dave Schultz, dueño del récord histórico de una temporada, 472 minutos.
Así, con enforcers tan importantes como el recientemente fallecido Dave Semenko, estrellas como Wayne Gretzky, el considerado por muchos como el mejor de la historia, han podido triunfar perforando defensas y porterías. Se trata de dar miedo, que nadie se atreva a pasarse con las estrellas. De la misma manera, varios periodistas aseguran que Sidney Crosby, uno de los mejores jugadores de esta década, se lesiona tanto por la falta de buenos jugadores físicos que le protejan. Durante su carrera, el genio canadiense ha sufrido muchas conmociones, alguna le ha tenido apartado hasta 40 partidos, fruto de los incesantes placajes de las defensas rivales. En su momento, Gretzky tenía a Semenko para marcar terreno. Ahora, sin embargo, los defensas atosigan a Crosby y no le dejan ni respirar.
La edad de oro del enforcer
De enforcers ha habido siempre. De hecho, Paul Patskou, un conocido escritor sobre hockey, asegura, en el documental Ice Guardians, que «el primer partido de hockey terminó en pelea». Es un hecho que el hockey es un deporte en el que se dan las condiciones perfectas para terminar peleándose. No solo todo transcurre a una gran velocidad, rapidez a la que los choques adquieren mucha más fuerza, además se juega patinando y con palos (sticks), por lo que cualquier golpe puede ser doloroso y cargado de malas intenciones. Si a eso se le suma la permisividad del reglamento del propio juego, se obtiene un coctel explosivo en forma de placajes, golpes de stick en la cara y peleas más propias del ring, que del rink, nombre que adquiere la pista de hockey.
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La edad de oro del enforcer como jugador transcurre desde 1967 hasta la década de los 80. En 1967, aparecen los Philadelphia Flyers, nacidos en un draft de expansión como nueva franquicia de la NHL en una época dominada por los Saint Louis Blues. En cualquier gran drama, se necesitan héroes y villanos, y los Flyers de esos años fueron ambas cosas. «Si no podemos encontrar el talento necesario para ganarles. Encontraremos jugadores que puedan vencerles», son palabras de Ed Snider, propietario en aquel momento del equipo de Pennsylvania.
De esta manera nacían los Broad Street Bullies, apodo que recibieron por su dureza y la violencia que derrochaban en cada partido. Para conseguirlo draftearon a dos de los más grandes enforcers de la historia, Dave Schultz y Don Saleski. A su vez reunieron más talento ‘pugilístico’ a su elenco de jugadores y, mientras los otros conjuntos tenían dos o tres enforcers, los Broad Street Bullies tenían siete. Siempre había uno en el hielo y no pasaban demasiados minutos desde una pelea a otra. En general, fue un equipo odiado por todos y solo querido por la ciudad de Philadelphia. Al poco tiempo de reunir el equipo, consiguieron dos veces la Stanley Cup (1975 y 1976) y llegaron a tres finales consecutivas (1974-76), siendo considerados uno de los mejores equipos históricos de la competición pese a su juego.
Poco después, viendo el éxito, las demás franquicias empezarían a imitar a los Flyers consiguiendo enforecers en el draft creando equipos intimidantes con preferían ser temidos que amados. Así, los ’80 serían la edad de oro de los enforcers, una época con partidos que, por ejemplo en los enfrentamientos entre los Islanders y los Rangers, ambos de Nueva York, podían llegar a durar más de tres horas y media por culpa de los parones de tiempo por peleas. Es la época en la que más se pagaba a jugadores que podrían estar en la cárcel si hicieran fuera de un rink lo que hacían dentro de él.
Boogaard y la decadencia del enforcer
Pasaban los años, los ’80 terminaban y los equipos volvían a su costumbre de buscar el talento y rodearlo de uno, dos o tres enforcers para protegerle, huyendo de la temeraria idea que dominó en la década de 1980. Sin embargo, seguía habiendo jugadores hechos para pegar y ser pegados, jugadores que contaban las temporadas por peleas y minutos en el área de castigo y no en partidos y puntos sumados. Su misión era clara y la cumplían bien.
Durante los siguientes años, el hockey seguiría su curso. Velocidad, choques, lesiones y peleas. Los enforcers existían y nadie los cuestionaba. En 2011, la liga temía a uno de los mejores luchadores de todos los tiempos, llamado Derek Boogaard. Un canadiense que, como todos, de joven quería ser estrella, marcar goles, dar asistencias y ser el mejor. Como la mayoría de veces, el sueño se esfumó, pero él tenía el talento, la estatura y el peso para ser enforcer. Así, durante los seis años que duró su carrera, el enforcer consiguió solo tres goles pero su contrato era considerablemente elevado, cobrando $1,6 millones al año. Por contra, los 589 minutos que se pasó en el área de castigo indicaban el por qué de ese contrato, nadie se atrevía con él ni con las estrellas de su equipo.
Para Boogaard, 589 minutos en el área de castigo y tres goles le valían para ganar $1,6 millones.
Esa misma temporada 2011, el 13 de mayo, sus hermanos lo encontraron muerto por culpa de una sobredosis accidental en su casa de Minneapolis. Solo tenía 28 años. Sus cenizas reposan en casa de su madre pero su cerebro fue donado a la ciencia para ser examinado. Boogaard nunca se preocupó por romperse un nudillo, los dolores de espalda o las numerosas conmociones que le llevaron a abusar del alcohol y los antiinflamatorios. Él solo quería lo que venía después, su carrera como jugador de hockey, su sueño de toda la vida.
La autopsia dictaminó que sufría encefalopatía traumática crónica muy avanzada, más que la de algunos enforcers que murieron con unos cuantos años más que él. Además, su accidente ocurría poco después de que dos enforcers de la liga, también por debajo de los 40 años, murieran con lesiones similares. Estas tres muertes dispararon el debate sobre la salud de los enforcers en la liga y la comunidad seguidora del deporte. Los padres de Boogaard, además, presentaron cargos contra la NHL y la NHLPA por culpa del accidente.
Desde entonces, los equipos cada vez apuestan menos por el enforcer y se centran en buscar talento para ganar. Claro, aún hay peleas, pero pocos equipos siguen contando con un jugador con la única misión de salir a pelear. Además, la liga ha promovido varios cambios en el reglamento para reducir al máximo las peleas y mejorar la seguridad de sus jugadores y evitar conmociones. Por eso, cada vez hay más jugadores talentosos y el juego es más rápido. «Es un juego distinto. Ahora es más como en la universidad o en Europa«, dijo Darren McCarty, exenforcer de los Red Wings, en enero antes de bromear diciendo que sin enforcers no podría haber jugado nunca. «Con este juego estaría aprendiendo como golpear la curveball, porque eso es lo que me privó de jugar al baseball».
Un último dato para evidenciar el cambio. A mitad de la temporada 2016-17, Antoine Roussel, jugador de los Dallas Stars, lideraba la NHL con 87 minutos en el área de castigo. En el mismo momento de la temporada 1996-97, 20 años antes, Gino Odjick, de los Vancouver Canucks, lideraba la misma estadística con 214 minutos.