Se han hecho mucho de rogar pero por fin ya están aquí, recientemente hemos conocido las sanciones para los Saints por el escándalo del bounty program. Para el club y para el staff ya las sabíamos, sanción de forma indefinida al coordinador defensivo Gregg Williams, un año para el entrenador Sean Payton, ocho partidos para el general manager Mickey Loomis y seis partidos para el entrenador asistente Joe Vitt además de una multa en dinero y la pérdida de dos segundas rondas de draft. Para los jugadores han salido a la luz hace poco, un año de sanción para el linebacker Jonathan Vilma, ocho partidos para el defensive end Anthony Hargrove, cuatro partidos para el defensive end Will Smith y tres partidos para el linebacker Scott Fujita. Y una única pregunta en las mentes de todos nosotros, ¿son justas estas sanciones? A decir verdad no podemos saberlo porque ¿qué es justicia en este caso? Este caso es tan único que no hay reglamento específico que dictamine las sanciones a imponer, así que lo único que realmente podemos hacer es esperar que el criterio de Roger Goodell, juez único en este caso, haya sido el acertado. Y digo esperar porque ni tan siquiera lo podemos juzgar, puesto que para juzgarlo deberíamos tener todas las cartas encima de la mesa. Y va a ser que no es el caso. A excepción del famoso archivo de audio de Gregg Williams justo antes de jugar contra los Niners (que fue filtrado por Sean Pamphilon, un productor televisivo ajeno a la NFL), nosotros conocimos la existencia del bounty program y hemos conocido las sanciones. Punto.
El comisionado se ha mostrado totalmente hermético durante el proceso, a día de hoy sigue manteniendo su postura y no se prevé que la cambie en un futuro próximo con lo que, aunque da la sensación de que son sanciones bastante duras, no podemos valorar si realmente tanto el cuerpo técnico como los jugadores afectados se las merecen. O, extrapolando la cuestión, tampoco podemos valorar si los otros jugadores no sancionados se merecen no estarlo. Hay que recordar que la NFL emitió un comunicado en el que decían que podrían caer sanciones a un total de entre 22 y 27 jugadores pero al final sólo cuatro han sido sancionados; no tenemos las pruebas y por lo tanto no se puede decir nada en firme, pero sorprende la presencia de Scott Fujita entre los sancionados al igual que sorprende la ausencia de otros jugadores de los Saints implicados en golpes y situaciones de juego concretas. Porque el secretismo y la falta de pruebas a nivel público no nos permite valorar las cosas, pero lo que sí hace es avivar el fuego de las especulaciones. Así pues, encontrar un punto de equilibrio entre discreción y justificación sería recomendable para calmar los ánimos de todos los que queremos explicaciones.
De todas formas, aunque no podamos analizar con justicia la severidad de las sanciones, lo que sí podemos hacer es valorar cuando se han anunciado dichas sanciones. Resulta bastante incomprensible ver como las sanciones al staff técnico se conocieron el día 21 de marzo mientras que las sanciones para los jugadores se conocieron el día 2 de mayo. ¿Por qué esta diferencia de tiempo de casi un mes y medio si los hechos eran los mismos para todos? Como en el caso anterior, muchas cosas internas pueden haber sucedido para explicar esta situación pero, a falta de una explicación convincente (la opacidad del proceso vuelve a no ayudar demasiado), da la sensación de que Goodell ha estado mareando la perdiz para dar a conocer las sanciones justo después del draft. ¿Tanto costaba darlas antes y que los equipos se pudieran preparar para ellas vía draft? Los Saints poco podían hacer, no tenían ni primera ni segunda ronda (entre la sanción y el trade por Mark Ingram del draft pasado) y, como ya se olían el percal, ficharon a Curtis Lofton y David Hawthorne en la agencia libre para cubrir la posible baja de Jonathan Vilma. Pero por ahí no van los tiros, esto es una cuestión de principios.
Tardar tanto en anunciar las sanciones no es sólo darles un palo a los Saints sino que también significa mantenerles en el suelo para que no se levanten, y en absoluto debería ser eso. Sí, los Saints han hecho las cosas mal y tienen que pagar por ello, pero también hay que darles la oportunidad de que empiecen a hacer las cosas bien, algo que con esta decisión se les ha negado. Además, haber comunicado las sanciones después del draft también ha perjudicado a equipos a los que el escándalo sólo rascaba indirectamente simplemente por haber fichado a un jugador que pasó por New Orleans, como son los casos de Cleveland Browns y Green Bay Packers, dos franquícias que contaban respectivamente con Fujita y con Hargrove para la temporada y que ahora se ven sin capacidad de reacción casi sin comerlo ni beberlo. De todas formas, aunque existen, los daños colaterales no tienen más importancia; lo que sí tiene importancia es que la NFL (y Goodell en particular) no ha sabido manejar los tiempos en este aspecto, ha parecido actuar de forma vengativa en vez de ser imparcial y, de paso, le ha dado vida a un escándalo que convenía que muriera tan pronto como fuera posible.
Pero si la NFL no ha llevado este asunto todo lo bien que sería deseable, la NFLPA no se queda corta. Según la Asociación de Jugadores, la NFL no tiene capacidad para sancionar actos ocurridos antes de la aprobación del pasado convenio laboral (4 de agosto de 2011) con lo que las sanciones a los jugadores son ilegales (a Vilma se le sanciona básicamente por poner recompensas para lesionar a Warner y a Favre, Fujita fichó por los Browns en 2010 y Hargrove jugó su última temporada en New Orleans ese mismo año). Pero es que si por lo que fuera las sanciones se mantuvieran, afirman que no debería ser Goodell quien escuchara las apelaciones sino Art Shell o Ted Cottrell, dos ex-entrenadores pagados a medias por la NFL y la NFLPA que ahora son quienes se encargan de escuchar las apelaciones para las infracciones cometidas sobre el campo. De momento, Goodell ha dicho que las apelaciones hay que hacérselas a él y, como no parece que tenga ningún tipo de intención de ablandarse, la NFLPA está luchando con todas sus fuerzas para que sean Shell o Cottrell quienes se encarguen del tema y poder así rebajar un poco las sanciones. Pero entre tanta lucha por defender a los jugadores sancionados, la NFLPA se está olvidando de que también representa a los jugadores que tenían una diana en la espalda. Ya no hablo sobre Brett Favre o Kurt Warner porque ya están retirados, pero ahora mismo sería muy comprensible que jugadores como Cam Newton o Aaron Rodgers estuvieran molestos con la NFLPA. Porque, pese a que se pueden discutir muchos matices, son sus propios representantes los que están intentando ayudar a la gente que les ha intentado hacer daño de forma deliberada. Y, aunque el terreno es pantanoso, ayudar a los «malos» no sólo puede estar mal visto por los «buenos» sino que también puede estar mal visto por el resto de la gente que rodea a este deporte, incluídos los fans.
Está claro que el tema es espinoso por cualquier lado por donde lo mires, pero debería haberse tratado mucho mejor. Por un lado es obvio que Goodell ha convertido la seguridad de los jugadores en su cruzada personal como comisionado, y también es obvio que este es un caso que choca de frente con su política, pero también debería saber que no es lo mismo imponer sanciones que ir a hacer daño, y con su actitud hermética y los plazos para anunciarlas da la sensación de que hacer daño es lo que quiere. Y por el otro la NFLPA debería echarse elegantemente a un lado y retirarse de un panorama en el que parecen pintar más bien poco, porque si están tan preocupados como dicen por la salud de los jugadores no parece lógico que intercedan para rebajar las sanciones de gente que ha llevado a cabo un programa que, paradójicamente, intentaba atentar contra la salud de los jugadores. Porque si en vez de tirar piedras contra sus propios tejados todos ponen su granito de arena será mucho más fácil poner este desagradable incidente en el pasado, que no en el olvido, porque estas cosas no hay que olvidarlas nunca. Y es que, aunque a veces parezca mentira, el football es un deporte y no una excusa barata para que cuatro zumbados se den de leches.