Llegó otra vez septiembre con la nueva temporada de la NFL a la vuelta de la esquina para traernos cada domingo la emoción de la mejor liga deportiva del mundo. Pero mientras para muchos de nosotros este mes significa la vuelta a nuestros respectivos empleos, para otros muchos hombres en EE.UU significa el fin de una etapa laboral e incluso puede ser que de un sueño.
La primera semana de septiembre, las 32 franquicias de la NFL realizaron los últimos cortes de jugadores y ultimaron sus plantillas con los 53 miembros que compondrán el roster con el que afrontarán la temporada. De estos 53 jugadores, muchos de ellos ni tan siquiera llegarán a pisar el campo de juego en temporada regular, pero aun así podrán decir que forman parte de manera oficial, y remunerada, de una equipo profesional de football. En cambio, otros jugadores no pasaron el corte. Se han quedado por el camino y la franquicia decidió que son un miembro prescindible para la organización. Exceptuando algunos veteranos ilustres, en la mayoría de casos hablamos de jóvenes no drafteados que tuvieron algún destello en su etapa universitaria e intentan probar suerte a nivel profesional. En otras tantas situaciones, jornaleros que se han movido en varios equipos de la liga siempre con papeles secundarios y que ven poco a poco como las nuevas hornadas les pasan por delante.
Estos jugadores de los que hablamos, principalmente los más jóvenes, en el mejor de los casos podrán encontrar el próximo verano otra oportunidad para realizar los campos de entrenamiento con algún equipo y volver a probar suerte. En el peor, dejarán la práctica profesional del football, buscarán otra manera de ganarse la vida y se sentarán los domingos de otoño e invierno frente al televisor con esa mezcla de orgullo y amargura que da saber que te quedaste tan cerca de las estrellas. Son la otra cara de los Rodgers, Brady y Newton, aquellos que estuvieron cerca del éxito pero no consiguieron atraparlo. Para muchos ya no habrá otra oportunidad, como les ocurrió a algunos afortunados en 1987.
La huelga de 1987
Si alguna vez están por Kansas City y están pensando en realizar alguna inversión o desarrollar algún negocio, pueden contar con la ayuda de Jack Epps. Jack es un consultor especializado en Derecho Empresarial muy conocido en la zona con más de veinte años de experiencia en la profesión. Si durante sus largas reuniones de trabajo se toman algún tiempo para relajarse y desconectar, van a comer algo o a tomar un café, quizás Epps les cuente la historia de aquella llamada tres semanas después de empezar su Posgrado en Derecho en 1987. El ahora especialista en leyes había probado en los campos de entreno de los Kansas City Chiefs y los Tampa Bay Buccaneers durante los veranos de 1986 y 1987, pero primero una lesión en Kansas City le privó de estar en el roster y en Tampa Bay no pasó el corte final para unirse al equipo. Epps había renunciado a su sueño de ser safety profesional en la NFL y había decido centrarse en su prometedor futuro como abogado, hasta que recibió aquella llamada.
La NFLPA (National Football League Players Association) se había declarado en huelga después de no llegar a un acuerdo sobre las condiciones en que los jugadores podían llegar a la agencia libre. Si bien durante ese momento se discutieron otros puntos delicados en la relación Liga-NFLPA (la política antidrogas, la garantía en los contratos, etc.), el punto relativo a los traspasos entre equipos fue sin duda el que llevó a la Asociación de Jugadores a romper las relaciones y declararse en huelga después de la semana dos de 1987. Los propietarios se estancaron en que el club de donde partía el jugador debería recibir una compensación ya fuese en forma de dinero, otro jugador o elecciones del Draft. Los NFLPA pedía que cualquier jugador que tuviese un mínimo de cuatro años de experiencia en la liga y hubiese finalizado su contrato pudiese ir a otro equipo sin necesidad que el equipo anterior recibiese ningún tipo de compensación. Este hecho permitiría que los jugadores tuviesen más libertad y posibilidades para moverse entre distintas franquicias, lo que directamente ayudaría a que pudiesen mejorar sus salarios.
Se trataba de un asunto sobre el que ya se había negociado y legislado en varias ocasiones, como durante la anterior huelga de 1983, y de nuevo la Asociación de Jugadores, ante la falta de acuerdo, echo el resto pidiendo a sus afiliados, que eran la gran mayoría de jugadores de la liga, que no se presentasen a los entrenos y partidos de sus respectivos equipos. Los propietarios encajaron el órdago de la NFLPA y decidieron que la liga continuaría con o sin los miembros de la Asociación de Jugadores recordándoles que por cada partido que se saltasen perderían de media 12.000 dólares por semana.
Los general managers sacaron sus calculadoras, descolgaron sus teléfonos y contaron cuántos jugadores tenían actualmente en el roster que podrían usar durante la huelga y cuántas posiciones debían cubrir de manera urgente. De golpe, todos los chismorreos, las recomendaciones, los recuerdos sobre tal o cual jugador de tal o cual universidad empezaron a correr por los despachos de las franquicias. Así lo recuerda Jim Crocicchia, aquel joven economista que tenía previsto probar fortuna en la capital financiera de América, Nueva York, y acabó lanzando un pase de touchdown de 46 yardas en el Giant Stadium un Monday Night Football.
El entonces entrenador de los Giants, Bill Parcells, tuvo una conversación informal con uno de sus ojeadores que tenía contralada cada conferencia de la NCAA, incluso las más extravagantes como la Ivy League. La Ivy League tiene entre sus miembros algunas de las universidades más reputadas de EE.UU como Yale, Princeton o Harvard. Si bien los mejores médicos, matemáticos o ingenieros del país salen de estos centros, no es precisamente una de las divisiones que se considere cantera de la NFL. Pero el ojeador de Parcells le comentó que el quarteback de la Universidad de Pensilvania, Jim Crocicchia, podría ser un prospect interesante, ni mucho menos para ser drafteado, pero quizás para mantener en el radar. Algunos meses después, estaba dirigiendo el huddle en la jornada 4 de la liga. Crocicchia declaró a la ESPN lo que le había confesado a un reportero poco después del partido sobre su estrategia ofensiva.
«Bueno, miré alrededor en el huddle, y nuestra estrategia fue permanecer en el huddle el mayor tiempo posible porque algunos no podían recuperar el aliento.»
La West Coast no sólo ha sido conocida en Estados Unidos por la maravillosa ofensiva que capitaneó Bill Walsh para los 49ers. La costa bañada por el Pacífico también fue cuna del hip-hop mundial durante la década de los 90 y un referente cultural respecto al arte callejero. Muchos raperos siempre se vistieron con ropa de Los Angeles Raiders, por el estético negro de sus uniformes, pero poca gente sabe que el archiconocido productor Suge Knight, creador de Death Row Records junto a Dr. Dre y descubridor de grandes estrellas mundiales de la música como Snoop Dogg o Tupac Shakur, también jugó dos partidos como defensive end de reemplazo para Los Angeles Rams. Su caso es un claro ejemplo de aquellos hombres que se acercaron a la liga durante la huelga para no volver a pisarla nunca más.
El sueño de aquellos que encontraban su segunda oportunidad en la liga se vio empeñado por el trato que se les dio desde algunos flancos de la Asociación de jugadores. Vistos como esquiroles, sin tener en cuenta la ayuda económica que para muchos suponía cada partido que pudiesen jugar como reemplazos, hubo todo tipo de sabotajes por parte de los jugadores en huelga e incluso por parte de los aficionados del equipo. Desde los típicos ataques con huevos a los autobuses, pasando por pancartas ofensivas delante de sus casas o incluso llegando a entrar a los hoteles para despertarlos a mitad de la noche de sus partidos como visitantes; los jugadores de reemplazo tuvieron que soportar todo tipo de rechazos durante su vuelta al football profesional. Para algunos como Jack Epps en Kansas City supuso un golpe moral severo, para otros como Doug Hooppock, que también se unió a los Chiefs y cobraba cerca de $4.000 por partido después de haber sido despedido una semanas atrás por la empresa de transportes Yellow Freight, esas acusaciones sonaban a broma.
Tras un par de semanas viviendo el football bajo esta extravagante situación, el jolgorio inicial de ver como los equipos de primera línea rellenaban sus filas con jugadores de reemplazo empezó a dejar paso a las iras de los entes comerciales que rodeaban la NFL por no poder ofrecer su producto a pleno rendimiento.
Algunos patrocinadores y anunciantes empezaron a retirar su apoyo a las cadenas televisivas ya que las audiencias bajaron considerablemente en el segundo partido durante la huelga. Además, muchas empresas no querían ser relacionadas con un conflicto laboral de esta magnitud y preferían suspender su implicación económica hasta que todo se resolviese. Esta acción repercutía directamente sobre las cadenas de televisión que veían como sus beneficios, después de asumir cuantiosos pagos por los derechos televisivos, empezaban a descender. Las cadenas televisivas, analizando la situación, repercutieron estas pérdidas a la liga por incumplimiento de contrato y suspendieron los pagos que a su vez la liga repartía entre las distintas franquicias.
Cuando grandes empresas y contratos multimillonarios empezaron a entrar en escena, los jugadores de reemplazo, tal como reconoció a la ESPN Jack Epps, sabían que su tiempo se estaba acabando y que la situación de huelga no se mantendría durante muchas más semanas. Pero esa sensación aún se reafirmó de manera más contundente cuando grandes estrellas de la liga decidieron cruzar la línea. Cuando Lawrence Taylor, Tony Dorsett o el mismísimo Joe Montana anunciaron su vuelta a la competición, los reemplazos supieron que el sueño tocaba a su fin.
En su momento, el fin de la huelga se entendió como una victoria por parte de la Liga que no sucumbió a las medidas de presión de la NFLPA y reactivó de nuevo la competición sin ceder en las negociaciones por la agencia libre. La asociación quedó muy tocada después de esta batalla, pero gracias a estos actos de rebeldía poco a poco fue consiguiendo que la NFL legislase en favor de los jugadores y, a día de hoy, la NFLPA es un referente en cuanto a sindicatos de jugadores profesionales. Sus luchas por mejorar la seguridad, integridad y garantías de los miembros del sindicato son ampliamente conocidas en el mundo del deporte.
La vuelta a la realidad
No hubo grandes discursos ni momentos emotivos en el despido de los reemplazos. Casi todos ellos recibieron una llamada unos días después de su tercer partido informándoles que la huelga se había disuelto después de 24 días y que ya no era necesario su servicio. La mayoría no volverían a vestirse profesionalmente como jugadores de fútbol americano ni compartirían más momentos con aquellos compañeros con los que habían pasado casi tres semanas aprendiendo las jugadas y soñando cuantos días se alargaría esa situación. El formal y corporativo “gracias por vuestra ayuda” que les comunicó un miembro del cuerpo técnico y un cheque con cerca de $12.000 fue lo que les quedó a la gran mayoría. A día de hoy, existe un pequeño grupo de hombres en EE.UU, desde abogados, economistas, transportistas o empleados de la construcción, que durante sólo tres semanas en 1987 se sintieron estrellas de la NFL.
Pero esta historia de película, que ya incluso hemos visto en el cine alguna vez, no podía terminar sin su gran final. Gil Brandt, una eminencia en la historia de los Dallas Coyboys con más de 40 años en diferentes posiciones de la franquicia, por aquel entonces era jefe de scouting del equipo y fue el responsable de buscar nombres que pudieran suplir a las estrellas durante esas semanas de huelga. Brandt era claro en sus conversaciones con los jugadores de reemplazo. La oferta era limitada, sólo duraría el tiempo que durase la huelga y se pagaría un salario concreto (mucho menor que el de los titulares) por cada encuentro. Sin garantías, sin responsabilidades por parte de la franquicia. Un contrato partido a partido. Robert Williams con 25 años y después de ser cortado en los campos de entrenamiento de los Washington Redskins y de los propios Dallas Cowboys en veranos anteriores, había olvidado el football y se había centrado en buscar un trabajo estable para mantener a su mujer y a su hijo en Wako, Texas, hasta que ese día de septiembre sonó el teléfono. Después de pensarlo meditadamente, sólo le hizo una petición a Brandt, que enviase un coche para recoger a toda su familia, no viajaría sin ellos a Dallas.
Tras aquellas tres semanas como jugador de reemplazo, Robert Williams consiguió un puesto en los equipos especiales de los Cowboys para toda la temporada. Más tarde, un contrato de larga duración y un puesto como cornerback titular. Robert Williams formó parte del genial equipo de los Dallas Cowboys que ganó dos Super Bowls seguidas en 1992 y 1993 y cumplió el sueño de todos esos jugadores de reemplazo que mantuvieron la liga viva durante esos 24 días de 1987.