La noche del sábado 4 de octubre de 2003 es digna de recordar. Los Oakland A’s de Billy Beane visitaban Fenway Park con dos victorias de ventaja ante los Boston Red Sox y la posibilidad de alcanzar la segunda ronda de los Playoffs después de caer en el quinto partido las tres temporadas anteriores. Un home run en extra innings de Trot Nixon, sin embargo, le dio la victoria a los locales y, en los dos siguientes partidos, estos encontraron las fuerzas necesarias para remontar la eliminatoria y volver a dejar a los poderosos Athletics con las manos vacías. Los Red Sox, quienes esa temporada empezaron a utilizar una estrategia semejante a la de Billy Beane a la hora de contratar y evaluar jugadores, lograrían al año siguiente ganar las Series Mundiales y, en cierta medida, pusieron de manifiesto la efectividad e importancia de las sabermetrics a la hora de construir equipos, lo que esencialmente acabó destapando el secreto de Billy Beane ahora conocido como “Moneyball”, gracias al cual había logrado dejar en evidencia la visión más tradicionalista que dominaba en las Ligas Mayores.
Esa misma noche, a miles de millas de distancia, en el pueblo tejano de Lubbock, los Texas Tech Red Raiders abrían el calendario de la Big 12 ante sus rivales de Texas A&M, dando un recital de football en el que su quarterback, B.J. Symons, lanzó por encima de las 500 yardas (por tercer partido consecutivo) y anotó 8 touchdowns, récord hasta la fecha en la Big 12, siendo sustituido con más de 12 minutos aún por jugarse. De un modo muy parecido a los A’s de Billy Beane, quienes durante cuatro años habían pasado por encima de equipos con un presupuesto mucho mayor. Los Red Raiders venían desde el año 2000 mojándoles la oreja al resto de power houses de la Big 12, sumando año tras año impensables cantidades de yardas y puntos. Y todo ello pese a encontrarse en una universidad mediana y con un programa de football que nunca había conseguido una recruiting class mejor que la de sus rivales de conferencia, llevándose las universidades de Texas, Texas A&M y Oklahoma todo el talento del estado de Texas, y dejando a Texas Tech los jugadores que nadie más quería. Su “Moneyball” particular se llamaba Mike Leach.
Algo más de diez años antes, en un intento por encontrar una ventaja competitiva en el football, Mike Leach y Hal Mumme, entonces head coach en la universidad de Iowa Wesleyan, idearon un sistema de pase conocido como la Air Raid, basado en la antigua West Coast de Sid Gillman y en el juego de pase de BYU en los ochenta. Substrayeron lo que no fuera estrictamente necesario y añadiéndole sus propias modificaciones, como el mayor uso de shotgun, la mayor separación entre los miembros de la línea ofensiva para dificultar el pass rush exterior o la creación de las hoy sobradamente conocidas wide receiver screens, que harían estragos en cualquier nivel de college football en el que compitieran. Incluida la SEC, donde Mumme y Leach llevaron a la Universidad de Kentucky, un equipo ahogado por el resto de programas en la conferencia más dura de la NCAA, a liderar la liga en la mayoría de estadísticas de pase durante dos años consecutivos. Convirtiendo a su quarterback Tim Couch en la primera elección del draft de 1999 después de lazar más de 8.000 yardas y 76 touchdowns en sus dos temporadas como titular, unos números que nunca se trasladaron a su etapa en la NFL.
Tim Couch se sumaría a una lista negra de pasadores conocidos como System-QB, de los que se considera que su producción ofensiva es fruto del sistema de pase que utilizan, en este caso la Air Raid de Mumme y Leach, más que de su propia habilidad como lanzadores. La habilidad para encontrar quarterbacks infravalorados por su estatura o su poca fuerza y adaptarlos a su sistema es uno de los mayores logros de Mike Leach quien, en 1999, siguió repitiendo su éxito como coordinador ofensivo de Oklahoma, lo que le llevó tan sólo un año después a obtener su primer trabajo como head coach de la mano de Texas Tech. El resto, como se suele decir, es historia.
Dos «bichos raros»
Billy Beane y Mike Leach no pueden ser dos personas más distintas. El primero creció jugando a dos deportes que podría haber practicado a nivel profesional, siendo un atleta puro a quien circunstancias de la vida le llevaron a convertirse en el general manager de los Oakland A’s. Al segundo la vida le llevó por otro camino: acabó siendo entrenador de football sin haber pisado prácticamente un campo en su vida (fue el quarterback suplente del equipo de su instituto hasta su año junior), algo que muy pocos pueden decir. Sin embargo, el que fuera primera ronda en un draft de la MLB y el estudiante de derecho convertido a gurú ofensivo tienen mucho más en común de lo que a simple vista pueda parecer, y ambos son considerados hoy en día como auténticos genios en sus respectivos ámbitos.
Y es que la analogía entre Mike Leach y Billy Beane es prácticamente perfecta. La gran diferencia radica en cómo funcionan ambos deportes: en béisbol la inmensa mayoría del éxito se encuentra en los jugadores, no en la estrategia. Beane encuentra a los jugadores, y ellos juegan. El football es más complicado, porque la estrategia ofensiva y defensiva tiene un peso infinitamente mayor en el éxito de un equipo, y es en ese aspecto donde Leach demuestra su fortaleza, encontrando y adaptando a los jugadores a su sistema. Mientras que Beane veía en Chad Bradford a un relevista intocable, el resto de equipos veían a un pitcher con un lanzamiento raro y una fastball demasiado lenta para sobrevivir en las Ligas Mayores. Mike Leach, por su parte, encuentra a sus “Chad Bradfords” en lanzadores como Graham Harrell o Kliff Kingsbury (otros dos System-QB’s cuyo incuestionable éxito nunca se trasladó a la NFL), los cuales no tienen suficiente fuerza en su brazo para liderar un ataque y son descartados por el resto de programas. O en receptores como Wes Welker o Danny Amendola, quienes a los ojos de scouts tradicionales no son más que receptores demasiado pequeños y lentos, mientras que para Leach son el jugador perfecto y fundamental para que su ataque aéreo funcione. Amendola y Welker son ejemplos de receptores que han llegado a triunfar en el siguiente nivel pese a sus limitaciones, gracias a darse a conocer en el sistema de Leach.
Las similitudes entre Beane y Leach van más allá del ámbito deportivo y su enfoque direccional. Ambos son personajes que le muestran al público su faceta más excéntrica, sin miedo a que los tachen de locos. Es sabido que Billy Beane prefiere levantarse a las 6 de la mañana para ver un partido del Arsenal, su equipo favorito en la Premier League, antes que ver un partido de su propio equipo y ponerse nervioso cuando el más mínimo detalle no vaya acorde a su plan; y que en su vida privada prefiere tratar cualquier tema antes que hablar de béisbol y de los Oakland A’s. Por su parte, Mike Leach es la viva definición de la persona extravagante, y seguramente no haya nadie igual que él en el football universitario. Sus discursos, sus comentarios casi fuera de lugar y su ferviente afición por la historia (ha escrito incluso un libro sobre el líder apache Gerónimo), sumado a sus experimentos en el campo le hicieron en su día ganarse el apodo de «The Mad Scientist», el científico loco. Durante una offseason se dedicó a estudiar la historia de los piratas, y cómo la metodología democrática de éstos se podía trasladar a cómo tratar un vestuario de football. El resultado fue que su despacho en Lubbock acabó pareciendo un museo o una tienda de antigüedades más que otra cosa, y su discurso sobre cómo blandir la espada en el terreno de juego le ganó un cameo en la conocida serie Friday Night Lights. A decir verdad, a su lado Billy Beane parece la persona más normal del mundo…
La mente de Leach
Pero en pocas palabras, ¿qué es la Air Raid, y qué hace tan especial a este sistema? Como dijo el autor Michael Lewis en un artículo para el New York Times sobre Leach, la Air Raid “no es un playbook, es una actitud, y se ha de ser muy optimista para utilizarlo”. Por eso el escepticismo de muchos entrenadores en el mundo del football hace que muchos equipos no se atrevan a adoptarlo como su sistema ofensivo, si bien hoy en día cualquier equipo utiliza algún que otro concepto o esquema originario del mismo. En pocas palabras, la Air Raid es una variante de la spread que trata de estrechar a la defensa horizontalmente a base de pases cortos y rutas cruzadas como mesh y shallow cross, dos de las preferidas de Leach, para atacar los espacios vacíos del campo, variando las formaciones pero manteniendo el número de jugadas limitado. De hecho, el mantra principal de Mumme y Leach era que si añadían una jugada tenían que eliminar otra, siempre para mantener la sencillez y no complicar a sus jugadores, lo que en muchos casos hace que tener un libro de jugadas no sea ni siquiera necesario.
Pero lo que hace al sistema único es su percepción de “balance”, o equilibrio. Para muchos entrenadores (los no optimistas), lo más importante en un ataque de football es mantener una proporción adecuada entre el pase y la carrera, para que la defensa no sepa qué defender. Como no podía ser de otra manera, para Mike Leach esta teoría es absurda, ya que ignora el hecho de que si corres la mitad de las veces y pasas la otra mitad, hay varios jugadores en el campo que nunca van a contribuir tanto como los otros, y ahí es donde se pierde el equilibrio. El verdadero equilibrio, en la Air Raid, se encuentra en el momento en que se obtiene contribución ofensiva por parte de todos los jugadores posibles en el campo, independientemente de que se corra o se pase. Porque al final, debería dar lo mismo si un running back tiene 10 carreras al final del partido o si tiene 10 recepciones, y lo que importa de verdad es la producción que se obtenga de las cinco skill positions en cada jugada, atacando todas las partes posibles del campo.
El siguiente gráfico recoge la idea de un ataque balanceado o equilibrado para Mike Leach, mostrando la distribución porcentual de toques, yardas y touchdowns por parte de cada una de las cinco posiciones (X, H, Y, F y Z) que pueden recibir o correr en una jugada (sin contar al quarterback), tomando como muestra el ataque de Texas Tech en una temporada cualquiera bajo el mando de Leach (2000-09):
Es evidente, como se puede apreciar, que no hay dependencia en ninguna posición concreta, pero sin embargo el corredor del backfield (F) sigue teniendo un protagonismo ligeramente mayor que el resto, incluso en un ataque que lanza pases en una proporción tan elevada. Cuando el balón y las jugadas están distribuidas de forma tan equitativa es cuando la defensa se encuentra en completa desventaja.
Esta mentalidad no dista mucho de la idea de producción ofensiva que Billy Beane ha intentado establecer en los A’s desde su llegada. Durante mucho tiempo se le ha criticado por no seguir los dogmas tradicionales o las reglas no escritas del béisbol, por priorizar las estadísticas ofensivas sobre la defensa de sus jugadores, o incluso por ignorar variables como la química entre jugadores. Para Beane, un shortstop que solo es útil por su defensa es como para Leach tener un fullback que sólo es útil bloqueando, es esencialmente una posición malgastada que no se pueden permitir, ya que ello exige una contribución ofensiva mayor por parte del resto de jugadores. Priorizar el ataque sobre la defensa, colocar el máximo número de corredores en las bases o no regalar outs es una cuestión de probabilidad, siempre con el objetivo de maximizar las opciones de conseguir carreras y victorias. Del mismo modo, jugarse 4ºs downs cortos en vez de regalar la posesión mediante punts, algo de lo que Leach siempre ha sido muy aficionado, es también una cuestión de probabilidad y de maximizar las posibilidades de anotación, no es, como muchos insinúan, por capricho ni locura.
Al final todo se traduce en encontrar la manera óptima de hacer las cosas. Para Billy Beane fueron las estadísticas, y para Mike Leach fue la Air Raid. Las circunstancias llevaron a ambos a tener que innovar para sobrevivir, porque mientras los A’s eran incapaces de competir en una liga con un presupuesto tres veces inferior. Los equipos a los que ha dirigido o ha ayudado a dirigir Mike Leach desde los años 90 (Kentucky, Texas Tech o Washington State) no se podían permitir utilizar el mismo sistema que todos los demás, intentar correr cuarenta veces por partido y esperar que su atletas superaran al resto de la competición, por lo general más fuertes, más grandes y más rápidos. Los argumentos en contra siempre vienen del mismo lado, de que en college football se gana con la carrera y con defensa, tal y como lo vienen haciendo los programas exitosos como Alabama, Texas o LSU. Sin embargo, cuando tus recruiting classes en 2015 son la número 33 del país (Texas Tech) o la número 41 (Washington State), no puedes permitirte el lujo de jugar a ser Nick Saban, y muchas veces pensar distinto es la única opción.
Quizás 2015 no sea el año más oportuno para escribir sobre Billy Beane o Mike Leach; los Oakland A’s van camino de finalizar su peor temporada desde 1997, el último año antes de que Beane tomase los mandos, y mientras tanto Leach encara su cuarta temporada al frente de los Cougars de Washington State tras lograr un decepcionante 3-9 en 2014. Ambos han vivido tiempos mejores, pero eso no significa en absoluto que no puedan estar satisfechos por el trabajo bien hecho: de primeras, la Air Raid sigue siendo uno de los sistemas más prolíficos en la NCAA, y el coaching tree de Mike Leach se extiende hasta más de diez equipos a día de hoy. Por su parte, la influencia que ha tenido Billy Beane en el béisbol durante quince años es casi incomparable, y cada vez son más los equipos en la MLB que intentan promocionar a su «Billy Beane» particular, utilizando todo tipo de métodos de evaluación para encontrar cualquier ventaja competitiva. Lo más seguro es que, de una forma o de otra, tengamos Mike Leach y Billy Beane para un buen rato.