Dicen los que saben que la NFL está atravesando un momento de alarmante falta de talento en el puesto de quarterback. A pesar de ello, un jugador joven y con experiencia en la liga como Colin Kaeperncik no consigue encontrar acomodo. Parece que Kaepernick nunca va a ser la estrella que una vez pareció que podía ser, pero hay muchos equipos a los que el ex de los 49ers podría ayudar.
Kaepernick sigue en la agencia libre por su reciente faceta de activista político. Habrá a quien calificar de activismo político lo que hizo el quarterback el pasado año le parecerá una barbaridad, pero no hay otra manera de definirlo. Hay quien incluso ha insinuado que todo fue una maniobra comercial (no sabemos muy bien para qué), que es un poco raro que Kaepernick se cayera del caballo como San Pablo y pasara de la noche a la mañana de ser otro deportista más con opinión política inexistente a convertirse en el adalid del Black Lives Matter.
Lo cierto es que criticó abiertamente el trato que la policía da a los negros, no le prestó ni al himno ni a la bandera estadounidense el respeto que se presupone y lució camisetas en las que se veía a Malcom X y Fidel Castro o el logo del Black Panther Party. Kaepernick no ha escrito un manifiesto. Tampoco está liderando protestas en las calles. No es Angela Davis, ni César Chávez, pero es probable que lo que él ha hecho haya ayudado a su causa tanto o más que lo que otras gentes anónimas hacen día a día en los barrios.
La NFL no le ha perdonado esto. No se lo han perdonado los propietarios de los equipos, que en su mayoría son varones, blancos y conservadores, y no se lo ha perdonado una buena parte de una afición en la que los varones-blancos-conservadores son mayoría.
Kaepernick no es el primer deportista americano en ingresar en una lista negra. No es el primero que sufre en sus carnes ese pacto entre caballeros a los que los propietarios de las franquicias recurren cuando les parece necesario vetar a alguien. Propietarios que nunca han destacado por su carácter progresista, ni sus ganas de innovar. Más bien todo lo contrario.
«Contrataremos negros cuando los Harlem Globetrotters empiecen a firmar blancos.» Esta es una de la joyas que salió de la boca de George Preston Marshall. El que fuera propietario de los Washington Redskins entre 1932 y 1969 destacó por ser uno de los más firmes defensores de la segregación en la NFL. Aunque no existía ninguna prohibición oficial sobre la inclusión de negros en los rosters, de hecho hubo afroamericanos en la NFL antes de 1933, Marshall lideró un pacto entre caballeros que garantizaba una liga «blanca».
Pese a que las franquicias fueron abandonando está política a partir de 1946 Marshall se mantuvo fiel a sus principios hasta 1962. El propietario estaba obsesionado con ser el equipo preferido de los conservadores estados del Sur. Para lograrlo no solo se negaba a contratar negros, sino que fichaba compulsivamente a jugadores formados en ‘Dixieland’ y hacía que durante el descanso de los partidos la banda tocara canciones sureñas.
Marshall no cambió de decisión por las buenas, tuvo que ser Stewart Udall, secretario de Interior de John F. Kennedy, quien le obligara a acabar con la segregación. La polémica fue tal que miembros del Partido Nazi y del KKK, a los que Marshall era afín, se manifestaron en los alrededores del D.C. Stadium. La fama de Marshall entre los afroamericanos era tan mala que Ernie Davis, drafteado por el equipo en 1962, se negó a convertirse en el primer jugador negro de los Redskins. Parece que sus palabras exactas antes de salir traspasado a los Browns fueron: «Nunca jugaré para ese hijo de puta».
Otro de los grandes propietarios racistas del deporte americano fue Tom Yawkey. A pesar de que Jackie Robinson debutara con los Dodgers en 1947, el mandamás de los Red Sox impidió que su equipo rompiera la barrera del color hasta 1959, convirtiéndose en la última franquicia de la MLB en incluir negros. El fanatismo de Yawkey era tal que rechazó el fichaje del propio Robinson en 1945 y de Willie Mays en 1949.
El racismo no ha sido el único motivo que ha impedido que determinados jugadores encontraran su sitio en la liga. Como estamos viendo en el caso de Kaepernick a las Grandes Ligas estadounidenses nunca les ha gustado que sus jugadores se signifiquen políticamente. El de Craig Hodges es sin duda el caso más claro.
En 1992 los Bulls ganaron la NBA por segundo año consecutivo. La visita a la Casa Blanca tuvo un protagonista inesperado. Craig Hodges, un triplista afroamericano natural de Illinois, acudió a Washington vestido con un dashiki, vestimenta tradicional africana. Además le entregó al Presidente Bush una carta en la que se recogían las pobres condiciones de vida de determinadas minorías y colectivos.
«El propósito de esta carta es hablar en nombre de la gente sin recursos. En nombre de los nativos americanos, de los sin techo y especialmente de los afroamericanos. De la gente que no tiene la oportunidad de venir a este gran edificio y conocer al líder de la nación en que viven,» rezaba la carta en sus primeras líneas.
La respuesta de los Bulls no se hizo esperar. Hodges fue cortado. La lógica hacía indicar que un jugador que venía de jugar en un equipo campeón y que se había hecho con el concurso de triples en las dos últimas ediciones no tendría problemas para encontrar equipo. Fue imposible. El teléfono solo sonó una vez. Billy McKinney, un afroamericano que trabajaba para los Supersonics, le dijo a Hodges una frase tan críptica como reveladora: «Brothers have families, if you know what I mean.»
De la frase se deduce que Hodges había ingresado en una lista negra en la que cualquiera que le ayudara podía entrar. «Encuentro extraño que nadie lo quisiera fichar,» reconoció Phil Jackson años después. «Es cierto que su defensa no era buena, pero tampoco había muchos tiradores de su nivel.»
Hodges pasó los últimos años de su carrera en Europa y la CBA. En 1996 denunció a la NBA y a todas sus franquicias y criticó muy duramente a los jugadores por no utilizar su dinero e influencia en ayudar a los más desfavorecidos.
Otro de los grandes motivos de conflicto entre propietarios y jugadores ha sido la formación de sindicatos. En el mundo del béisbol son famosas las broncas que mantuvieron Marvin Miller y el comisionado Bowie Kuhn. El propio Miller, del que todo el mundo habla verdaderas maravillas y al que los jugadores deben agradecer la figura del agente libre, parece que ha sido vetado en el Hall of Fame de Cooperstown a pesar de haber sido propuesto en varias ocasiones nunca ha conseguido entrar.
Ted Lindsay es otra de las figuras que sufrió en sus carnes el miedo de los dueños a cualquier tipo de agrupación organizada de jugadores. Durante la década de los cincuenta las condiciones laborales de los profesionales del hockey estaban muy lejos de ser buenas. Mientras que los clubs se llenaban los bolsillos «a manos llenas» los jugadores recibían pagas miserables, pensiones ridículas y cobertura sanitaria muy limitada. La mayoría tenía que buscarse un trabajo extra durante el verano y eran muchos los que acababan viviendo en la miseria una vez se retiraban.
Esta situación empujó a varios jugadores, con Lindsay a la cabeza, a crear una asociación que velara por sus intereses. Conn Smythie, propietario de los Maple Leafs, no dudó en hablar de comunismo, mientras que el general manager de los Red Wings afirmó que Linsday era un cáncer para el deporte. Todos los jugadores que impulsaron la creación de la National Hockey Leagues’ Players Association fueron incluidos en una lista negra y sus carreras se vieron afectadas de una u otra forma. La gran mayoría fueron enviados a equipos de Ligas Menores, mientras Linsday fue tradeado y difamado públicamente por la propia gerencia de los Red Wings.
El béisbol tampoco se ha librado de vetos impuestos por los propietarios. Pese a no ser ninguna estrella de la MLB, el pitcher Bill Lee era uno de los favoritos de los aficionados. La gente le obsequiaba con botellas de tequila, había reconocido fumar marihuana y tenía fama de ser un poco «revoltoso». En mayo de 1982 los Expos se deshicieron de sus servicios por sus duras críticas al corte del infielder Rodney Scott. Ese mismo año fue fichado por un equipo de Phoenix que estaba asociado a los Giants; fue despedido a las tres semanas. Parece ser que el propietario del equipo recibió presiones, según dicen una serie de ejecutivos le dijeron que la MLB se estaba planteando establecer una franquicia en Arizona y él estaba muy bien posicionado para ser el dueño, siempre y cuando no hiciera tonterías.
Tres años después, en 1985, Lee recibió una llamada del entrenador Dick Williams invitándole a unirse al Spring Training de los Padres. Lee llevaba un par de años jugando fuera de la MLB pero Williams le aseguró que estaba interesado en sus servicios, necesitaba un relevista zurdo que fuera capaz de lanzar strikes. Cuando Lee se presentó en las instalaciones de los Padres fue recibido con sorpresa: «¿Qué haces tú aquí?» le preguntó Ballard Smith, general manager del equipo de San Diego. Instantes después fue llevado al despacho de Dick Williams. «Te voy a decir la verdad», se sinceró el entrenador, «le comenté a la gerencia que creía que podías ayudarnos y les pedí que te dieran una oportunidad. Me dijeron que no te podían tocar. No que no te quisieran, sino que no te podían tocar.»
Estos son solo algunos ejemplos. No debemos olvidarnos de Jim Bouton, cuyo libro Ball Four destapó todas las miserias que hay en un vestuario de la MLB. Ni de Glenn Burke, el primer gay reconocido en jugar en la MLB y cuya dramática historia merece un capítulo aparte. Ni de muchos otros a los que el establishment deportivo dio de lado por intentar aprovechar su posición para cambiar las cosas.