Un equipo bendecido. Hay formas y formas de ganar un título. Los Red Sox de 2004 estaban tocados por la varita mágica de romper «la maldición del bambino», los White Sox del año siguiente etiquetados para romper la sequía, los Cardinals de 2006 fue un «tanto va el cántaro a la fuente que al final ganaron», y los Giants de 2010 son el fruto de un sacrificio brutal de un equipo carente de una gran ofensiva, capaz de saber sufrir manejando partidos de márgenes cortos (pues sin buena ofensiva todo queda en los pitchers) e impulsados por una afición locamente ansiosa de que llegara un título de World Series por primera vez a la ciudad del norte de California y 56 años después para la franquicia antes asentada en Nueva York.
San Francisco ha alcanzado la cima del béisbol mundial con unos Playoffs impolutos, pero la historia empezó en marzo, en la pretemporada, con un equipo por el que nadie daba un duro debido a la anemia ofensiva. La temporada regular de los Giants fue como una montaña rusa, comienzo bastante prometedor donde parecía que el poder del montículo se imponía por encima de todo, bajada de rendimiento ya en el primer mes de competición, cogían de nuevo el tren de la cabeza de la división pero ya, en la segunda caída, los Padres tomaron un sorprendente liderato que duraría varios meses mientras los de Bruce Bochy coqueteaban con el 50-50. El verano fue tiempo de reflexión, ¿de qué forma se podía mejorar un equipo sin pólvora? ¿era necesario hacer cambios en la rotación? La primera pregunta se solucionó enviando al veterano catcher Bengie Molina a los Rangers; su sustituto era una apuesta arriesgada pero que había dado garantías en las ligas menores, Buster Posey. La segunda ya había tomado cuajo anteriormente y el novato Madison Bumgarner era del favor de Bochy.
Llegó septiembre, último mes de competición, San Diego tuvo una tremenda pájara de dos semanas; los Giants, en un primer momento, no supieron aprovecharlo, aunque un segundo arreón quitando de la lucha por los Playoffs a Colorado Rockies aupó a los californianos al liderato de la NL Oeste por primera vez desde abril. Aquello fue el impulso psicológico de una plantilla unida que ha comulgado en espíritu durante la fase clave de la campaña; en el partido 162, tras dos sustos de los Padres que engordaron para morir en el AT&T Park, los Giants pasaban a la postemporada sufriendo, la tónica que iban a adquirir en octubre. El equipo se plantaba en Playoffs como el segundo mejor de la MLB en ERA, es decir, nada había cambiado en seis meses; además, Tim Lincecum, su ace, había quedado importantes dudas sobre su rendimiento en agosto y septiembre.
Los Braves eran un serio compromiso, una batalla de montículos; además, Atlanta llegaba con el refuerzo moral de que era la última temporada de Bobby Cox como manager. Comienzo prometedor con 14 strikeouts de Lincecum, las series después se finiquitarían en Atlanta en el cuarto partido. Series por el campeonato de la Liga Nacional, un duro test, el campeón los dos últimos años, unos Phillies que llegaban con la vitola de favorito a estos Playoffs. Pero los Giants, ya desde el primer partido en aquel Halladay vs Lincecum, desmontaron todo el entramado de Philadelphia, algo que parecía imposible en la previa; surgirían dos figuras en estas series que han sido los pilares de este título de Series Mundiales, el cerrador Brian Wilson y el bateador Cody Ross. Y es que San Francisco no ha sido un solo jugador, bien es verdad que su ace ha centrado la atención mediática porque ha tenido unos Playoffs impecables (4-1), sino un colectivo donde de repente aparecía Uribe, Rentería, Ross, Posey, Bumgarner, o cualquier otro.
Con ese espíritu, los Giants echaban por tierra la temporada de los Phillies, y en Filadelfia, porque los californianos han cerrado todas sus series de postemporada a domicilio y el manager Bruce Bochy tuvo gran culpa con una estrategia impoluta. Las Series Mundiales 2010 se planteaban para San Francisco como jugar bajo otro papel de no-favorito; no importó, esta plantilla era una piña, cada uno sabía lo que tenía que hacer, el alma del equipo era alimentada por una ciudad volcada con su equipo de béisbol, se veía que los Giants tenían ese «algo», ese mojo que se presiente, aquel «algo» que tenían los Red Sox de 2004, los White Sox de 2005, los Diamonbacks de 2001.
Un equipo batallador, que sabía mantener la calma en los resultados más ajustados y ha traído a San Francisco el título tras una sequía de 56 años; las World Series fueron la eliminatoria más fácil, ni el mejor ataque de la MLB, ni el MVP de la Liga Americana, ni Mr. October Cliff Lee, ni un equipo con también el mojo. Los Giants barrieron en cinco partidos a los Rangers aplicando su máxima, lanzar la pelota (solo 12 carreras permitidas) con muchos protagonistas: Tim Lincecum (dos victorias vs Cliff Lee), Madison Bumgarner (el rookie que dejó a 0 a Texas en el cuarto), Matt Cain (0 carreras en el segundo), el excelente rendimiento del bullpen al mando del bizarro Brian Wilson, y el sorprendente ataque en los dos partidos de San Francisco, arrollando en el plate, aunque también en Texas, consiguiendo las carreras en los momentos clave, Edgar Rentería (MVP), Cody Ross, Aubrey Huff, Juan Uribe, Buster Posey, Pat Burrell…Todo ello con una afición volcada, se respiraba a las afueras del AT&T Park antes del primer partido de las Series Mundiales, locamente ansiosa, y que ha desvariado, bajo la personalidad narcótica y vividora de los ciudadanos de San Francisco (contagiada en jugadores poco usuales por personalidad y aspecto como Wilson y Lincecum), con este título.
|