El pasado mes de octubre se cumplieron 95 años de uno de los episodios más infames en la historia del baseball, un episodio que aun hoy en día sigue siendo motivo de preocupación y debate entre aficionados e historiadores, debido a la masiva influencia que tuvo sobre el devenir de nuestro deporte favorito. La historia de los White Sox de 1919 muestra el reflejo de una sociedad americana sometida a las durísimas condiciones laborales, la codicia y el auge del juego y las apuestas deportivas, las cuales, en beneficio de unos pocos y en detrimento de otros muchos, crearían la primera crisis de identidad en el pasatiempo favorito de los ciudadanos americanos. Hasta entonces, habían visto en el béisbol una manera de escapar de su vida cotidiana, de sentirse conectados a sus jugadores preferidos los cuales, por primera vez, les fallaron, y les hicieron dudar sobre la honradez y el esfuerzo en el juego de equipo. Porque, si Joe “Shoeless” Jackson, un icono americano por aquel entonces, había sido capaz de sucumbir ante la codicia y dejarse ganar por un puñado de dólares, ¿quién no sería capaz de hacerlo? ¿Y eran éstos los modelos a seguir que los padres querían para sus hijos? Sin duda el escándalo de los “Black Sox” supuso una dura mella en la confianza de los aficionados por aquel entonces, y tendrían que pasar años antes de que dicha confianza en el béisbol y sus protagonistas se restableciera.
En 1919, los Chicago White Sox se impusieron en la American League tras conseguir 88 victorias y 52 derrotas, asegurándose un puesto en las Series Mundiales con una plantilla llena de superestrellas y futuros “Hall of Famers”. Sin embargo, a juzgar por el mediocre salario que los jugadores de los White Sox recibían en comparación a la media de la liga, nadie habría dicho que se tratara de un equipo aspirante a ganar sus segundas Series en tres años. El causante de ello era su propietario, Charles Comiskey, quien, aferrándose a la llamada “Reserve Clause”, tenía el derecho sobre la propiedad de sus jugadores durante toda su carrera deportiva, sin peligro de que se marcharan a otro equipo que les pagara más. Así, sus únicas alternativas eran o aceptar la mísera retribución que les ofrecía su propietario, o retirarse del béisbol profesional, y esta última opción no era una posibilidad para muchos jugadores cuyo único talento era su habilidad con el bate o el guante, y cuya limitada educación no les habría permitido desempeñar otra profesión. Tal era el caso de “Shoeless” Jackson o Eddie Cicotte quienes, pese a liderar a su equipo en línea de bateo y en victorias, respectivamente, tenían un salario muy inferior al que habrían cobrado en muchos otros equipos. Cicotte, por ejemplo, firmó una cláusula a principio de 1919 por la que cobraría una prima de $10.000 en el caso en que ganara 30 partidos, y Comeskey procedió a sentarle en el banquillo tras la 29ª para evitar tener que pagarle dicha prima, bajo el pretexto de que le estaba reservando para las World Series. Ese era el estilo de Comeskey.
Bajo estas circunstancias, varios magnates y apostadores, entre los que se encontraba Steve Sullivan, de Boston, vieron la oportunidad de persuadir a los jugadores de Chicago para que se dejaran ganar ante Cincinnati, un equipo muy inferior para las casas de apuestas, con la expectativa de ganar el dinero extra que nunca habrían obtenido trabajando para Comeskey. “Chick” Gandil, primera base de los White Sox, se posicionó como el cabecilla de la operación, negociando con sus contactos mientras reclutaba al resto de jugadores involucrados, los cuales acabarían siendo, además de Gandil, los pitchers Cicotte y “Lefty” Williams, los infilders “Swede” Risberg y Fred McMullin y el outfielder “Happy” Felsch. Además, el tercera base “Buck” Weaver y Joe Jackson se verían involuntariamente envueltos en la trama de la que no querían formar parte, pero de la que acabarían siendo claros protagonistas. Fue entonces cuando entró en escena Arnold Rothstein, un gánster de New York que siempre apostaba a lo seguro, y quien estaría dispuesto a pagar los $100.000 que Gandil le había exigido a Sullivan por dejarse perder. La consigna era clara: Cicotte debería golpear al bateador rival en su primer at-bat para confirmar que el apaño seguía en pie y, a cambio, los ocho White Sox recibirían $20.000 después de cada una de las cinco derrotas sufridas (tras la Primera Guerra Mundial, las Series Mundiales se jugarían al mejor de nueve partidos, con el objetivo de atraer a más aficionados a los estadios y volver a despertar el interés en el deporte).
Tras los dos primeros partidos, que cayeron del lado de Cincinnati, 9-1 y 4-2, se hizo evidente el hecho de que varios jugadores no parecían estar jugando a su máximo nivel y, cuando las casas de apuestas empezaron a recibir grandes cantidades de dinero a favor de los Reds, fue entonces cuando se empezaron a originar las sospechas de un posible amaño. Mientras, los jugadores también empezaron a tener sus propias sospechas de que habían sido víctimas de un engaño tras recibir tan sólo una pequeña parte del dinero prometido, y en el tercer partido salieron victoriosos por 3-0, gracias a una majestuosa actuación de su joven pitcher Dickie Kerr, algo que, por supuesto, no sentó demasiado bien entre los apostadores, quienes se vieron obligados a silenciar sus sospechas con $20.000 adicionales, siendo la última cantidad de dinero que los jugadores verían. Pese a que Chicago volvería a perder los siguientes dos partidos, por 2-0 y 5-0, respectivamente, estos decidieron que iban a girar las tornas e intentar darle la vuelta a la eliminatoria, empezando por ganar el séptimo partido, en el que esta vez Cicotte dominó a las Reds y acabó con un resultado de 4-1, forzando un octavo partido en Chicago, en el que todos los Sox estaban convencidos de que iban a ganar.
Todos menos “Lefty” Williams, el pitcher encargado de abrir este octavo partido, quien la noche anterior recibió la visita de varios matones contratados por Arnold Rothstein, amenazándole con dañar a su familia y obligándole a perder como habían acordado, a lo que Williams respondió concediendo 4 carreras antes de conseguir un solo out, siendo relevado en la primera entrada y metiendo a los White Sox en un agujero del que no pudieron salir. Los White Sox jugaron con fuego al subestimar hasta qué punto podían llegar los gánsters, y a punto estuvieron de quemarse. Los Reds cerraron la Serie venciendo por 10-5, pero el escándalo de los Black Sox no había hecho más que comenzar.
El escándalo vino después
Durante la temporada 1920, los rumores de que cada vez más jugadores y apostadores estaban apañando partidos volvieron a levantar las sospechas de las Series Mundiales del año anterior, lideradas por el periodista Hugh Fullerton. En una serie de artículos apuntó uno a uno a todos los jugadores involucrados en el escándalo, entre los que se incluían Joe Jackson y “Buck” Weaver, los cuales habían tenido la mala suerte de encontrarse en el momento y lugar menos oportunos, porque lo cierto es que en realidad ambos habían realizado unas Series Mundiales impecables en el terreno de juego. Tras la decisión de varios jugadores de testificar y admitir su culpabilidad, en octubre de 1920 los ocho jugadores fueron acusados de conspiración pero, bajo misteriosas circunstancias, dichas confesiones desaparecieron, en un movimiento orquestado supuestamente por los propios Comeskey y Rothstein, a quienes lo último que les convenía era que se destapara el escándalo. Así, ya en agosto de 1921, los ocho “Black Sox” fueron declarados no culpables por falta de pruebas.
Sin embargo, la sentencia del jurado no convenció en absoluto al recientemente nombrado como nuevo comisionado del béisbol, el juez Kenesaw Mountain Landis, para quien era prioritario limpiar el deporte a base de mano dura, suspendiendo de por vida a todo jugador que se viera involucrado en apuestas deportivas y se comprometiera a apañar un partido de baseball. Gandil, Risberg, McMullin, Cicotte, Williams, Jackson y Weaver no volverían a pisar un campo profesional.
El daño ya estaba hecho. “Shoeless” Jackson, quien tuvo una línea de bateo de .356/.423/.517 durante su carrera, había sido un icono americano y el ídolo de toda una generación de aficionados. Si uno de los mejores jugadores en la historia del deporte podía haber sido corrompido de esa manera, entonces cualquier otro podría también serlo. La primera gran crisis sufrida en el baseball hundió la confianza que los ciudadanos tenían en su pasatiempo favorito, y fue necesaria la llegada al estrellato de un tal Babe Ruth para que dicha confianza y las ilusiones de millones de aficionados, quedasen restauradas. ¿Y qué pasó con los apostadores? Como era de esperar nunca se encontraron pruebas para incriminarles en el escándalo, y durante varios años personas como Arnold Rothstein siguieron dejando su huella en la historia del deporte y America, siempre en busca de una nueva oportunidad para hacer dinero a cualquier precio y a toda costa.
Para el interesado en la cultura popular, seguro que habrá oído el nombre de Rothstein en más de una ocasión, recientemente como personaje secundario en la serie de HBO Boardwalk Empire, donde en más de una ocasión se hace referencia a la trama de las World Series de 1919 y a su papel como gánster y apostador.