Hay pocas cosas más neoyorquinas que sentarse con una cerveza y un maleducado al lado vociferando viendo un partido de los Yankees, ya sea en el típico dive bar o en los bleachers del Yankee Stadium. El estadio del Bronx, el antiguo y el nuevo, ha sido siempre la casa del macarra neoyorquino que paga una entrada barata en bleachers y crea alboroto. Gritos, abucheos, insultos, mofas, todo ello regado de unas cuantas onzas de cerveza, el fan de los Yankees que va a bleachers es el estudio sociológico de lo que piensa el resto del país sobre los neoyorquinos.
Década tras década, los bleachers del Yankee Stadium siempre han sido notorios por su indecente comportamiento, en muchos casos los aficionados buscan la confrontación si vistes el jersey de otro equipo (en una ocasión, tuve la osadía de ir con la camiseta de los Red Sox a ver qué pasaba y el resultado es el nombre de esta columna), pero esos fans son los que dan esencia al estadio y la franquicia. Le proveen de una identidad única. Son los aficionados más leales, los que ven el partido en el bar de la esquina al día siguiente, los que llevan esa gorra vieja y sucia, los que tienen ese guante desgastado que les regaló su padre.
Esos son los fans que la organización de los New York Yankees lleva despreciando varios años tratándolos como espectadores de segunda. Ese es el retrato del Yankee Stadium.
https://www.youtube.com/watch?v=6J9viOvUbOY

Hace unos días, el contestatario presentador John Oliver (video de arriba) ponía de relieve que la franquicia más exitosa de todas las ligas profesionales norteamericanas siguen siendo los «biggest elites asholes in all the sports» (los capullos más elitistas en todo el mundo del deporte). En su programa semanal de la HBO Last Week Tonight, el cómico británico destacó que los asientos de lujo del parque, zona llamada Legends Suite Club (las cinco primeras filas detrás del plate que además gozan de todo tipo de lujos dentro de las instalaciones), tienen muchas restricciones para su reventa legal (a través de webs como Stubhub.com).
Todo viene a raíz de las declaraciones del Presidente de Operaciones de la organización unas semanas antes, Lonn Trost, que abogaban porque los abonados de asientos Premium no tuvieran cerca a aficionados «que nunca se hubieran sentado en esa zona». Trost, que ya tiene un historial de afirmaciones por encima del hombro, esencialmente admitió que la gran preocupación de la organización es que los fans más listos capaces de conseguir tickets más baratos de última hora por Stubhub.com no se sepan comportar en una zona de tan alta gama. En sus propias palabras: «Francamente, el fan puede ser alguien que nunca se ha sentado en unos asientos Premium. Eso puede ser frustrante para nuestra fanbase».
Ante este desparpajo clasista, Oliver, un habitual desafiando el status quo, puso en ridículo a la franquicia del Bronx comprando seis tickets Premium (dos por cada partido frente a los Astros en las Opening Series de la temporada). Los tickets se darían a seis aficionados con un condición: que llevaran la vestimenta menos habitual que se supone que hay que llevar en unos asientos de lujo. No pudo triunfar más el reto de Last Week Tonight: durante tres días consecutivos, Tortugas Ninja, dragones, tiburones y unicornios se sentaron y disfrutaron de la zona zona más elitista del Yankee Stadium. La organización se vio forzada a plegarse a las relaciones públicas poniendo un amable mensaje en el videomarcador.
Clasismo de naturaleza
En el año 2000, la organización de los Yankees prohibió la venta de cerveza (y alcohol) en la sección 39 del viejo Yankee Stadium, es decir, los bleachers. Únicamente en esos 6.000 asientos, los más baratos en las taquillas. No los asientos de lujo. La franquicia alegó que era una forma de controlar a esas criaturas llamadas aficionados bulliciosos, pero lo cierto es que en los setenta y siete años anteriores la Policía de Nueva York había mantenido a raya a esos «macarras», no hubo un especial crecimiento de altercados en esa zona del ballpark.
Los fans se las tuvieron que ingeniar para comprar e ingerir alcohol, porque si vas a bleachers vas a ver el partido y a divertirte con las groserías neoyorquinas, es su esencia: ocultaban las latas en cajas de pizza, llegaban tarde a la primera entrada para apurar la pinta en el bar de la esquina, se salían del estadio entre-entradas para echar un trago e incluso traficaban con alcohol en los baños como si de camellos se tratasen. La picardía también es algo muy neoyorquino, aunque los aficionados de los Yankees pudieron abandonar el mercado negro con la apertura del nuevo Yankee Stadium en 2009. Ahora, la cerveza en la nueva sección de bleachers solo está permitido adquirirla en un vaso de 12 onzas (35 cl) por 6 dólares en una cafetería detrás de esta zona, sin posibilidad de que pasen vendedores por los asientos.

Continuando la retahíla de hechos que prueban el maltrato de los Yankees a sus mejores fans (los que de verdad representan el «sello Yankees» que quieren ver el partido con una cerveza después de un duro día de trabajo), en el Yankee Stadium no está permitido cambiarse de sección. Es decir, que esos valientes que aguantan en un partido de frío o retrasado por la lluvia, esos noctámbulos capaces de aguantar pasada la medianoche en juegos de entradas extra, no tienen ningún tipo de recompensa ante un parque semi-vacío con asientos disponibles. En otros estadios no ocurre esto, no sólo por premiar a esos fans más leales sino también para crear una sensación de calor a los jugadores agrupando a la hinchada en zonas más bajas del estadio y evitar un efecto visual de desperdigamiento en la televisión.
Sin embargo, probablemente lo más vergonzoso del clasismo de los Yankees es el foso: una enorme barrera que rodea los asientos Premium o de lujo (que tienen sus propios dos túneles de acceso) donde es habitual ver a los empleados de la organización comprobando tickets para evitar que los fans se cuelen de sección.
Las élites y las plebes
Dos de la tarde de un bonito domingo soleado en Nueva York. Los Yankees juegan. Siempre juegan a la 1.05pm los domingos en el Bronx si no es partido de retransmisión nacional (en ese caso es por la noche). Las gradas altas están llenas, familias, jóvenes, jubilados… La vista desde esas zonas a los asientos Legend Suites, Field MVP y field seats, es decir, todo el semi-anillo detrás del plate a pie de campo, es vergonzosa. ¡Los asientos están vacíos! Y no ha ocurrido en una sola ocasión, ese horrible efecto visual (porque en la televisión es lo primero que se ve detrás del bateador) es un patrón común desde la inauguración del estadio noche tras noche.
La dirección de los New York Yankees prefiere matener contentos a los compradores de los sitios más caros del ballpark (asientos de $1.500 de media), directivos de Citibank, Goldman Sachs y bufetes de abogados de Manhattan, que a sus fans más ruidosos y apasionados. Esos aficionados que antes hacían del (viejo) Yankee Stadium una caldera que jugadores y entrenadores visitantes temían. Ya no es así. Los Yankees mantienen un sistema separado de plebes y élites, creando un descontento in crescendo en la fanbase, y así no es cómo continúas cultivando las futuras generaciones de seguidores de un equipo. Es más un sistema de castas. Es, además, el fiel reflejo de una ciudad cada vez más prohibitiva para la gente de clase media y obrera.