La llegada de Allen Iverson a las canchas de la NBA vino cargada de enormes ilusiones las cuales se concentraron en un foco fundamental, la ciudad de Philadelphia. La capital del estado de Pensilvania, que había vivido entre los años 50´s y 70´s su mejor época en cuanto a deporte profesional se refiere con dos titulos de NHL, NBA y NFL respectivamente, no pasaba su mejor momento deportivo por aquel año 96. Los Eagles habían tenido su última presencia en la Superbowl 16 años atrás y los Flyers ganaban su última Stanley Cup en el año 87. Pero si nos centramos en la franquicia de baloncesto, el presente tampoco era muy ilusionante. El último título ‘sixer’ ganado en el 83 por Moses Malone, Erving & Co. quedaba muy lejano y el posterior paso de Charles Barkley por ‘Philly’ había dejado una sombra muy alargada. Además el equipo había marcado la temporada anterior un bochornoso record de 18-64, el segundo peor de toda su historia. La ciudad se encontraba huérfana de un líder, de un carismático personaje que volviera a arrastrar a las masas e ilusionara a la afición para hacerla acudir al pabellón todas las noches de partido. Y aunque las expectativas entorno a Allen eran muy importantes, creo que nadie podría haber vaticinado lo fundamental que ese chico procedente de Georgetown se convirtió para narrar la historia del baloncesto tanto en Philadelphia como en Estados Unidos.
Como anteriormente hemos señalado, la entrada de Iverson en el vestuario de los Sixers supuso un soplo de aire fresco para el equipo en un año de grandes cambios en busca de un nuevo rumbo. El haber podido agenciarse al número uno del draft, el traslado de la franquicia al nuevo CoreStates Center (actual Wells Fargo Center), la compra del equipo por parte de un potente grupo de empresarios, y el cambio de entrenador y de Manager General provocó que la afición comenzara a ver el futuro de un color totalmente distinto del que lo habían visto los años anteriores. Todo olía a nuevo en una renovada franquicia que confiaba en Allen para renacer de sus cenizas. Y el estreno de Iverson no pudo ser mejor. Jugó 40 minutos por partido promediando 23,5 puntos y 7,5 asistencias. Se marcó un año espectacular y fue nombrado «Rookie del año», pero el equipo seguía sin carburar: 22-60. Un sobrepasado Johnny Davis en el banquillo fue reemplazado de su puesto y dio lugar a la llegada de la figura más importante en la carrera de Allen, Larry Brown. Brown llegaba al equipo con un cometido fundamental, rebajar la sangría de puntos que recibían por partido, más de 106. Los Sixers eran un equipo anotador pero que defensivamente no cumplían. Brown sabía del potencial de Iverson para guiar el ataque pero necesitaba armar un ejercito fiable que salvaguardara la canasta propia.
Sin duda alguna, el binomio Iverson-Brown ha sido el último gran tándem baloncestístico vivido en Philadelphia y el gran protagonista de la última era dorada de los Sixers. Brown fue armando desde su primera temporada el equipo que él necesitaba y tenía en su cabeza, aún a riesgo de desprenderse de jugadores importantes como Jerry Stackhouse, elegido dos años atrás en el puesto 3 del draft. La llegada de jugadores como Ratliff, McKie o el actual entrenador de los Nuggets Brian Shaw hizo que el equipo rebajara en diez los puntos encajados por partido y esto, sumado al enorme impacto de Allen en la ciudad, produjo que la gente comenzara a palpar un cambio de tendencia en la temporada posterior a la llegada de Larry. Si existe un punto de inflexión ese es la temporada 98/99. Una temporada marcada por el ‘lockout’ y que dejó a los Sixers con record positivo por primera vez desde hacía años y con la vuelta de la legendaria franquicia a la postemporada. Brown construyó un equipo basado en el trabajo incansable en defensa, con hombres diseñados para ese cometido, y fiando el ataque a la genialidad de Allen. El equipo iba hacia arriba pero entre bambalinas se iba gestando un enfrentamiento bastante duro. ¿Entre quienes? Pues efectivamente, entre Larry y Iverson.
Eran dos personalidades muy chocantes. Larry representa al deportista americano tipo de mediados de siglo. Un medallista olímpico recto, conservador y con unos conceptos de la ética del trabajo muy serios, que fiaba todo el éxito colectivo a la subordinación de los jugadores hacia su autoridad sin ningún tipo de titubeo. Pero, por el otro lado, teníamos a un Iverson que ya llevaba tres temporadas en una liga donde ya se había convertido en referente en las canchas y, lo que es más importante, en un icono mediático. Su aire rebelde lo había encumbrado como uno de los jugadores más queridos del país y era el gran estandarte de la ciudad. Su gran carisma enamoraba y la afición del equipo estaba convencida que con él podían llegar a ser campeones. Pero su falta de profesionalismo enervaban a Brown. Continuos reproches, faltas de asistencia a los entrenamientos, graves problemas extradeportivos… un gran choque de trenes que estuvo a punto de romper por la mitad la última gran era baloncestística de los 76ers. Tanto es así que justo antes de comenzar la temporada 2000/01, el gran año de Iverson, estuvo a punto de ser traspasado, un traspaso que solamente no se produjo por complicaciones con los topes salariales y que hubiera acabado con Allen en Detroit. Una vez pasado este bache, ambos contendientes tuvieron una reunión en las que intentaron acercar posturas y, tal como resultó la temporada siguiente, parece que el encuentro no pudo ser más oportuno.
Y de esta manera llegamos a la temporada 2000/01. La mejor temporada de nuestro protagonista. Llegaba en su mejor momento de forma y junto a él tenía un equipo diseñado para trabajar al servicio de su juego. Tras una gran temporada regular, Iverson se alzó con el título de MVP promediando 31,1 puntos por partido y comandó a su equipo hasta las finales de la NBA, donde no pudieron contra los Lakers de Bryant, O´Neal y Jackson pero aún así se alzó con el título de mejor jugador de las Finales. Fue su mejor temporada pero la más decepcionante. No consiguieron el campeonato. Se había quedado a las puertas y, como pudimos ver los años posteriores, no tuvo otra oportunidad de asaltar el título. Al año siguiente Larry Brown abandonaba la ciudad para hacerse cargo de unos Pistons a los que haría campeones y Allen se quedaba sin su figura de autoridad y sin la persona que mejor le sabía llevar aunque mantuvieran duros enfrentamientos. Cinco años más en los Sixers, Denver, Detroit, Memphis, Sixers en una breve segunda etapa y Turquía fueron los lugares por donde Iverson pasó hasta colgar definitivamente las zapatillas.
¿Pero qué caracterizaba el juego de Iverson y por qué es uno de los mejores bases de la historia? 11 veces All Star, 4 títulos de máximo anotador, 3 de máximo recuperador, MVP de la temporada 2001, de las finales de ese mismo año, del partido All-Star, etc… para aquellos que nunca han podido tener el placer de verlo jugar, Allen era una grandísimo base anotador y ladrón de balones. Atlético, con gran tiro exterior, gran capacidad de salto… pero lo mejor que tenía era lo imprevisible de su juego y su increíble conducción de balón. Su famoso crossover creó escuela en la liga. Nunca sabías lo que iba a hacer. Iverson fue y es para el basket lo que Ronaldinho o Romario han sido para el fútbol. Genios que cada noche te mostraban algo diferente y que fuera de la cancha eran realmente indomables. Deportistas que vivían felices sin las ataduras de las directrices de vida del deportista profesional y que no veían mermado su rendimiento en la cancha. Pero dicho tren de vida, por contra, da lugar a que sus carreras sean más cortas que jugadores que son más profesionales fuera de la cancha como Kobe Bryant por ejemplo, un jugador de su misma hornada. Iverson estuvo a un gran nivel durante diez temporadas, justamente hasta su segunda temporada en Denver, a partir de ahí su carrera comenzó un descenso precipitado. Kobe por contra lleva 16 años en el top de la liga y nadie descarta que tras su lesión siga por sus fueros. Pero lo grande de Allen es que es leyenda por lo que fue y no por lo que podría haber sido. Ha sido y es irrepetible, y será siempre uno de los jugadores más grandes que ha dado este deporte.