En una época en la que la seguridad y garantía financiera dentro del automovilismo es cuanto menos dudosa e inestable, Jeff Gordon es sinónimo de regularidad, tanto en lo deportivo como en lo económico; esta temporada se cumplen veinte años desde su debut en Winston Cup, veinte años de una estabilidad sin precedentes dentro de este negocio al que llamamos NASCAR. Veinte años de la más exitosa alianza que un equipo ha encontrado jamás en un piloto y en su patrocinador y cuyo rendimiento parece inagotable. Veinte años de «Wonder Boy»:
No es casualidad que Jeff Gordon haya sido considerado siempre como un «chico prodigio». A los diez años ya había ganado dos campeonatos de Quarter Midgets, una Serie en la que llevaba participando desde los cinco. Antes incluso de obtener el carnet de conducir, Jeff Gordon ya era un cuatro veces campeón de go-karts, pero sin embargo su California natal se le quedó pequeña debido a las restricciones competitivas de menores. En el estado de Indiana, y siempre apoyado por su padrastro, Gordon logró potenciar su prometedora carrera hasta aterrizar en las Busch Series, la antigua Nationwide, donde encontró una oportunidad que en absoluto desperdició.
Aquella temporada 1992, hace ya dos décadas, le valió para llamar la atención de un propietario como Rick Hendrick, quien andaba entonces en busca de un piloto que pudiera hacerles sombra a Richard Childress y Dale Earnhardt. Gordon firmó un largo contrato junto a su entonces nuevo patrocinador DuPont, debutando al fin en la última carrera del año disputada en Atlanta. Tras ganar uno de los dos eventos clasificatorios en Daytona, el número 24 experimentó una irregular temporada «rookie», en la que el gran talento mostrado solamente se vio acompañado por un buen puñado de accidentes. En 1994 llegarían sus dos primeras victorias, la Coca-Cola 600 y la inaugural Brickyard 400 de Indianapolis, para tan sólo una temporada después, a los 24 años, levantar su primera Winston Cup, convirtiéndose así en el segundo piloto más joven en lograrlo.
La leyenda de «Wonder Boy», el «chico maravilla» de la NASCAR, no había hecho más que comenzar; tras el sub campeonato de 1996, Gordon ganó 23 carreras entre el 97 y 98, logrando dos títulos consecutivos a los que se les sumaría una nueva Winston Cup en 2001. Desde 1994 a 2007, el californiano encarriló catorce temporadas seguidas con al menos una victoria, y su total de 85 (incluidas 3 Daytona 500) le colocan como tercero en la lista histórica, tan sólo superado por Richard Petty (200) y David Pearson (105). Por si no fuese suficiente, Gordon es el primer y único piloto en la historia de la NASCAR con más de cien millones de dólares obtenidos en ganancias, una cifra a la que nadie se acerca.
Más allá de los números, sin embargo, podemos asegurar, sin miedo a equivocarnos, que Jeff Gordon es el piloto más influyente del automovilismo moderno. Gordon ha cambiado la historia del deporte dentro y fuera de la pista. Su apariencia, su inédito trato en las relaciones con la prensa y sus raíces no sureñas lograron abrir la competición al resto de los americanos y al mundo, y han servido como inspiración para la gran mayoría de los pilotos modernos, por eso no es de extrañar que se le considere como «la imagen de la NASCAR» en los últimos diez años. Tampoco es de extrañar, por el mismo motivo, que una empresa como DuPont, pese a los malos tiempos que corren, haya apostado con éxito durante dos décadas por un patrocinio sin posibilidad de pérdida.
El tiempo dirá hasta donde puede llegar Gordon antes de poner fin a su carrera. Los siete campeonatos de Petty y Earnhardt parecen quedar lejos al fin y al cabo, aunque bien sabemos que nada es imposible con «Wonder Boy» detrás del volante. Lo que sí podemos asegurar es que, al final, Jeff Gordon siempre tendrá garantizada su salida por la puerta más grande de la plaza.
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