No tengo ni un solo amigo cercano aficionado al hockey sobre hielo, o a cualquier tipo de hockey. Ni siquiera al hielo, salvo que esté en dentro de un cubata de ron. Mala suerte para ellos, porque afortunadamente sí que hay grandes aficionados como yo repartidos por toda España y el resto del mundo hispano parlante. A ellos van dirigidas estas reflexiones que, ante todo, son muy personales y cien por cien criticables. No sé si seré digno de compartir sección con dos cracks de la talla Fran e Isi, pero no hay que olvidar que en todo rebaño siempre hay una oveja negra. Hoy, aprovechando que comienza por fin la temporada 2013/2014 de la NHL, voy a hablar de los equipos favoritos, mis favoritos, y de aquellas franquicias que ni son lo que parecen, ni parecen lo que son. Vamos a ello.
No creo que la lista de aspirantes a levantar los quince kilazos y medio que pesa la Stanley Cup sea muy diferente a la del año pasado, salvo contadas excepciones. Tampoco hay que olvidar que no es lo mismo una temporada completa que una mutilada. A algunas de las franquicias que el año pasado estuvieron arriba tras 48 partidos se les va a hacer cuesta arriba una campaña de verdad, con 82 muescas por marcar en el stick. Puede ser el caso de Ottawa, huérfanos de papá Alfredsson tras una salida que ha roto millones de corazones en Ontario. O de Minnesotta, que el año pasado entró en playoffs de milagro pese a reventar el mercado con Sutter y Parise (esperábamos más del hijo pródigo) y que, sobre el papel, ha salido perdiendo en el cambio de cromos veraniego.
Sin embargo, habrá otros conjuntos que se verán favorecidos por el regreso a una temporada completa. Puede ser el caso de los Oilers, un equipo que gana enteros año tras año según van madurando sus jóvenes estrellas y al que la última campaña se le quedó corta. Los Hall, Eberle, Gagner, Yakupov y Nugent-Hopkins van a dar muchas noches de gloria a los fans de Edmonton, pero cuidado, no nos engañemos: las habituales y cada vez más numerosas comparaciones con la gloriosa dinastía petrolera de los felices ochenta están fuera de lugar. Hay que vender ilusiones, periódicos y videojuegos, pero esta talentosa pandilla de imberbes no tiene nada que ver con los hall of famers que todos conocemos. Ni falta que les hace.
Antes de ir con los favoritos y los outsiders, debo reconocer que nunca he conseguido aprenderme las divisiones de memoria y ya no lo voy a lograr ahora, es misión imposible. Voy a tener que utilizar una chuleta constantemente, padezco de senilidad prematura. Lo que sí me ha dejado claro el señor Bettman es que Detroit jugará por primera vez en la Conferencia Este (ya jugó en la División Este en la triste época de los “Dead Wings”, pero esa es otra historia), en un grupo menos complicado, a priori, que la antigua División Central. Y para mí, aunque suene a locura, los Wings siempre aspiran a ganar la Stanley Cup, aunque entre todos los jugadores de la plantilla sumen varios miles de años. Me recuerdan mucho a la Selección Alemana de Fútbol: siempre cumplen, estén como estén. Mecánica fiable, se lo han ganado a pulso. Y como bien dice Maradona, para ganar a un alemán tienes que matarle primero. Papá Alfredsson lo sabe y por eso puso rumbo a Hockeytown en busca del anillo perdido.
Siguiendo con el Este, los Penguins siguen siendo los favoritos sin discusión, siempre y cuando las previsibles lesiones de sus ídolos de cristal, Malkin y Crosby, no sean simultáneas. Lo normal es que repitan fiesta con Boston en las Finales de Conferencia, salvo que los Caps del renacido Ovechkin no den la sorpresa. O Toronto, ¿por qué no? Si el joven padawan Kadri da un paso al frente y Kessel mantiene el nivel, los Leafs pueden ser los grandes animadores del Este. Eso no va a ocurrir con los Rangers salvo sorpresa mayúscula. Con Vigneault al frente esperamos más victorias y más goles en Manhattan, pero no milagros. Si no me falla la memoria, este año se cumplen dos décadas desde que el gran Mark Messier guiara a los Blueshirts a conseguir la que hasta el momento es su última copa Stanley. Poco más van a poder celebrar en el Madison.
En el Oeste, tres cuartas de lo mismo. Lo normal es que Chicago, que mantiene el bloque que le ha dado dos Stanleys, repita. Todo va a depender de que el niñato de Kane siga por el buen camino y demuestre que las borracheras universitarias y las reyertas con taxistas fueron fruto de las hormonas y el acné. Con Toews al frente de la nave, Hossa tan afilado como siempre y el resto de actores secundarios bien metidos en su papel, será difícil que no caiga el triplete en la ciudad del viento. Lo tratarán de impedir una vez más los gemelos Sedin en Vancouver, los chicos de Hollywood y poco más. No confío en el éxito de los Ducks, a pesar de lo que dicen por ahí; y los Blues, aunque me fascinan y merecen la gloria, no parecen tener ese halo de grandeza que distingue a los campeones de los aspirantes.
Es más que posible que me equivoque en todo, pero si las finales las juegan Nashville y Florida (por poner dos ejemplos de franquicias que me resultan absurdas, aunque de eso hablaré otro día), prometo no volver a ver hockey en mi vida. Palabra.