Hay una imagen de estos Juegos Olímpicos de Sochi ya finiquitados que se me ha quedado grabada en la retina con inusitada nitidez. Y digo inusitada porque tengo menos memoria que el protagonista de ‘Memento’ un domingo de resaca y no soy capaz de memorizar ni un triste eslogan electoral. La imagen en cuestión sintetiza de forma magistral lo que fue el torneo de hockey sobre hielo para Rusia. Y no hablo sólo de los jugadores o del pobre tovarich Bilyaletdinov en la lastimosa rueda de prensa que dio después de la debacle de cuartos de final (“comedme vivo”, le dijo a los periodistas, al más puro estilo Loles León). Ni siquiera de los pobres hinchas rusos, desolados e incrédulos. Hablo de Rusia entera, desde Moscú hasta el Este de Siberia. Se trataba de un primer plano de Alex Ovechkin durante el tercer periodo del partido ante Finlandia. ¿Uno de tantos? Ni mucho menos. La cámara no enfocó rostro habitual de Ovechkin, salvaje, barbudo y desafiante, incluso sonriente ante alguna de sus rutinarias muestras de superioridad sobre el hielo. Lo que vi fue un junior asustado y lampiño, con la piel tersa y ojos de cordero degollado. Al ver eso comprendí que Rusia jamás iba a remontar, ni aunque el partido tuviera 18 periodos. El blitzkrieg de Finlandia había sido brutal y definitivo, un golpe en la nuca de un conejo indefenso.
Si alguien tenía alguna duda, creo que ya está despejada, señores: los rusos no son soviéticos. De Gorbachov a Putin, pasando por Yeltsin; del Lada a la limusina; de Ivan Drago a Nikolái Valúiev. El equipo ruso de hockey sobre hielo ha pasado de ser un bloque disciplinado con los engranajes de la maquinaria siempre engrasados y a punto a una banda de nuevos millonarios sin orgullo ni amor propio. Por bien que lo haya hecho Finlandia (y ojo, que los suomis lo han bordado y el eterno Selanne se ha ganado el derecho a que derriben la estatua del Zar Nicolás II de la Plaza del Senado de Helsinki y le dediquen una a él, stick en mano), Rusia tenía la obligación, como mínimo, de plantarse en la final. Sí o sí, no había otra. Los 25 señores que han perpetrado este torneo tienen suerte de que estemos en el siglo XXI y Putin no les pueda encerrar en un gulag hasta que el hombre ponga un pie en Marte.
Lo de Estados Unidos fue un poco lo de siempre, pero peor. Su trayectoria descendente terminó en la lucha por la medalla de bronce. Allí, y con los finlandeses dando un espectáculo, el equipo yanqui volvió a estrellarse estrepitosamente con todos sus complejos, que son muchos y muy viejos. Canadá les dejó fuera en semifinales y su moral saltó por los aires. Yo, que estoy medio loco, aposté por ellos desde el principio y estaba convencido de que este era su año. Hombres como Kane en plan adulto, Kessel (máximo anotador del torneo junto al sueco de los Senators Erik Karlsson), Stastny o Quick, por citar a algunos de los pesos pesados del equipo, tenían una cita con la Historia en Sochi. Una vez más, llegaron tarde.
Canadá repitió medalla de oro por la sencilla razón de que es el mejor equipo (subráyese la palabra ‘equipo’), de largo, y porque lo saben. Se lo creen. Por eso mismo no necesitan que su superestrella tire del carro salvo en momentos puntuales. Sid the Kid volvió a aparecer en una final con su sonrisa blanqueada para marcar el gol del telediario, el que sale en todos los resúmenes y todas las webs especializadas, un exquisito breakaway resuelto con maestría ante el sueco Lundqvist. Si no me equivoco, fue su único gol en Sochi y su único disparo en la final. De hecho, a lo largo del campeonato, Crosby sólo lanzó a puerta once veces en seis partidos. Como ya he dicho alguna vez en El Castañazo, Sidney te puede caer bien o mal, pero tiene al destino de su parte.
No puedo finiquitar este Castañazo sin hacer un par de brindis. Uno, por mi amiguete y paisano de barrio y grada Antonio Baeza (@ABaezaF), gran periodista especializado en fútbol americano y hockey sobre hielo (entre otras rarezas) que se llevó la porra tuitera del medallero de Sochi. Y dos, por los mendrugos de Teledeporte, que se cepillaron las semifinales en directo para retransmitir, en diferido, la final de petanca sobre hielo. ¿Lo hubieran hecho con un Argentina-Brasil de Juegos Olímpicos (el equivalente futbolístico a un Canadá-EE.UU) por emitir un vídeo de la final de bádminton?
¡Que les cuelguen de los pulgares!