Llegó el momento más esperado de toda la temporada en el fútbol americano, el momento más esperado de todo el año en el deporte americano. 49ers y Ravens se enfrentan por reconquistar un trofeo Vince Lombardi que se les resiste desde hace varios años. Baltimore llega finalmente a la gran final tras una serie de intentos fracasados en las finales de conferencia, trece años después de su primera Super Bowl y en el día que el mítico Ray Lewis se retira de este deporte. Es por eso que a los Ravens les rodea un halo de sentimientos, como ha pasado durante toda la postemporada, que les ha llevado en volandas hasta este partido.
Delante, San Francisco no ha perdido nunca una Super Bowl, un impecable récord de 5-0 amasado entre los años ochenta y noventa por Joe Montana y Steve Young. Pero hoy no tienen en el pocket a un Montana, sino a un sorprendente y atlético pasador de segundo año, Colin Kaepernick, que fue puesto de titular a mitad de temporada sin motivo aparente y la maniobra le salió muy bien al coach Jim Harbaugh. Hablando Harbaugh, esa es otra de las grandes historias de esta Super Bowl, dos hermanos frente a frente, uno en cada banda, John (Ravens) un año mayor que Jim (49ers). Todo esto se ha bautizado como la Harbaugh Bowl, y es que en Estados Unidos de forma vulgar todo se suele titular con «bowl» si es una competición, como si es un partidito en el jardín de detrás de casa, es esa coletilla.
Fuera del apartado mediático y centrándonos en lo deportivo, San Francisco parte con ligera superioridad en el encuentro. La defensa se ha mostrado más rocosa y el ataque es más dinámico que el de los Ravens. Pero el que pasa es un jugador de segundo año, y Baltimore seguro que hará lo imposible por desestabilizar a Kaepernick.
110 millones de espectadores, Beyonce en el descanso, 3,8 millones de dólares por 30 segundos de anuncio. Señores, bienvenidos al espectáculo en el Superdome de Nueva Orleans.