Escriben en New York Times sobre un viaje a Fort Chipewyan, una pequeña comunidad aborigen de 1.000 habitantes en el norte de Alberta (Canadá) accesible en invierno a través de una carretera construida de hielo y en primavera con el deshielo por barco o hidroavión ya que está a las orillas del lago Athabasca.
Como todo canadiense, para los habitantes de Fort Chipewyan respiran el hockey como el oxígeno, pero cuando llega la primavera el frío no mantiene el hielo y un sistema de refrigeración nuevo (ya que el anterior estaba roto) es demasiado caro para este pequeño pueblo, en torno a $2 millones. Entonces optaron por una solución más barata, alrededor de $500.000, en lo que es la primera pista de hockey completamente sintética de Norteamérica. Además, el coste de mantenimiento es mucho menor en tiempo y esfuerzo.
Se puede utilizar el stick, la pastilla y los patines de la misma forma que si fuera hielo natural, como bien cuenta la gente de este pueblo canadiense. Es obvio que no puede competir con el hielo natural, se menos más en frenar y las cuchillas deben ser afiladas menos porque tiene más resistencia añadida, lo que ayuda a hacer las mecánicas del patinaje de forma más correcta en vez de tener prácticamente un vuelo sin motor. Las desventajas son obvias, hay que esforzarse mucho más para patinar y la superficie debe ser limpiada más a menudo.
Las pistas sintéticas siempre han estido mal vistas en el mercado, quizás porque se han desarrollado mal y el uso ha sido enteramente dirigido a la recreación. En los últimos años se ha producido una modernización en el sector, incluso una empresa española, XtraIce, es una de las más importantes del mundo instalando pistas en más de 40 países.