Berlín 1936. Sin duda alguna a todos nos viene a la mente de inmediato los XI Juegos Olímpicos de la era moderna, y la presunta bofetada (demasiados dudas existen de que el gobierno alemán no acabara contento en unos Juegos en los que obtuvo el mayor número de medallas y resultaron un éxito de organización) que Jesse Owens, hijo de unos campesinos de Alabama, propinó en la cara del régimen nazi convirtiéndose en el gran triunfador del certamen. Un Jesse Owens que contaba con entrenador personal y muchos otros medios que no eran usuales en aquellos tiempos para cualquier atleta fuese cual fuese su origen. Un Jesse Owens que fue aclamado por el público alemán, que contó con la ayuda y el cariño del saltador teutón Carl Ludwig, el cual perdería la vida en la Segunda Guerra Mundial. Un Jesse Owens que fue saludado en el estadio por el propio Hitler y que tras los Juegos Olímpicos recibió una felicitación oficial del gobierno alemán, no recibiéndola de la Casa Blanca ya que en aquellos tiempos Franklin D. Roosevelt estaba demasiado ocupado en su reelección y en la consecución del voto blanco sureño.
Lo que no tantos recuerdan es que en la final de los 200 metros lisos, otro afroamericano, Matthew MacKenzie “Mack” Robinson, llegó segundo a solo cuatro décimas del de Alabama, segunda mejor marca mundial de todos los tiempos solo superada obviamente por la del propio Owens. Mack no contaba con los medios de Jesse Owens, no disponía de entrenadores personales, de hecho, se encontró con que los trials nacionales que determinaban los integrantes del combinado de las barras y estrellas para los Juegos Olímpicos se disputaban en New York, tan lejos de su Pasadena de residencia que se le hacía imposible participar dada su absoluta falta de recursos. Pudo acudir finalmente gracias a mecenas locales que le donaron $150 para cubrir sus gastos. Y, por supuesto, Mack no contaba con el fervor del público alemán ni recibió felicitación alguna de ningún gobierno.
Eso sí, se quedó muy cerca de Jesse y vivió con el convencimiento de que de haber tenido otras zapatillas (disputó los Juegos con las zapatillas destrozadas que habían aguantado toda la temporada) o un entrenador, el resultado habría sido muy diferente, y de eso no puede cabernos ninguna duda tal y como les gustaba afirmar y reiterar a su hija Kathy y a su esposa Delano.
Mack nació el 18 de julio de 1914 en Cairo (Georgia), pero no tuvo la estable infancia de la que dispuso Jesse Owens. Al ser abandonado por su padre junto con su madre y sus cuatro hermanos, tras el nacimiento del último de ellos, se vio obligado a emigrar a Pasadena (California) en busca de una vida mejor. Mack tenía una hermana, Willa Mae, y tres hermanos: Edgar, Frank y el más pequeño, Jackie, al que siempre le unió una especial relación, para el que fue siempre como un padre y de quien siempre tuvo su total admiración. Y no solo tuvo que luchar contra la pobreza y las barreras raciales, sino también contra su propia condición física. En sus años de instituto, y tal como relata el prestigioso historiador olímpico David Wallechinsky, “los entrenadores no lo consideraban material atlético y obligaron a su madre a firmar una exención de responsabilidad si sufría problemas coronarios a causa de la práctica deportiva”.
Pese a la grandeza de su gesta en Berlín, mayor aún si tenemos en cuenta la carencia de medios, a su vuelta Matthew no fue objeto de reconocimiento alguno. Contaba el bueno de Mack que únicamente en una ocasión se dirigieron a él y fue para proponerle que corriese contra un caballo, pese a ello jamás lamentó ante su entorno dicha falta de reconocimiento, tal y como esgrime con orgullo su hijo Edward. De hecho, de regreso trabajó barriendo las calles de Pasadena, siempre con su sudadera oficial de la selección olímpica americana ya que no podía permitirse más ropa, llegando incluso a perder su empleo fruto de la segregación racial.
Mack Robinson, hermano mayor de Jackie Robinson, para la memoria colectiva permanecerá ninguneado, un héroe discreto. Pese a la grandeza de su gesta en Berlín 1936 detrás de Jesse Owens en los 200m lisos, mayor aún si tenemos en cuenta la carencia de medios, a su vuelta Mack no fue objeto de reconocimiento alguno. Pero sirvió de ejemplo para su hermano para luchar, superar los obstáculos y ser reconocido mundialmente como un héroe.
Pero lo cierto es que en quien sí impactó el triunfo de Matthew fue en su querido hermano pequeño Jackie, el cual (cinco años menor que él) contaba con diecisiete en el largo verano de 1936 y quedó tan feliz e impresionado con lo conseguido por Mack. También quedó indignado por la circunstancia de la falta de reconocimiento de las hazañas de su héroe de Berlín, prometiéndose a sí mismo vencer las mismas barreras que había derribado Matthew y consiguiendo el reconocimiento no alcanzado por su hermano mayor. Cumplió su promesa ya que es historia, pero cuando el próximo 15 de abril en todos los diamantes, administraciones públicas y ciudades de la Unión se recuerde las heroicidades de Jackie Robinson, nadie recordará que sin Mack nada de esto habría sucedido.
Cierto es que Mack obtuvo reconocimientos con posterioridad, pero ello ocurrió una vez Jackie ya había escrito su nombre con letras de oro en la historia de los Estados Unidos de América, También en mayor medida cuando Mack ya había fallecido, con excepciones como la del Memorial Robinson de Pasadena creado en 1997 (foto de portada) o la vuelta de honor junto a otros medallistas olímpicos en Los Ángeles 1984, algo que le emocionó muy especialmente.
Matthew MacKenzie Robinson nos dejó el 12 de marzo de 2000 a la edad de 85 años. Fue entonces cuando se le dio su nombre al estadio municipal y la oficina de correos de Pasadena, esto último obra del Congreso de los Estados Unidos. Aún así, para la memoria colectiva permanecerá ninguneado, un héroe discreto, hasta tal punto que en la recientemente estrenada película sobre Jesse Owens (El Héroe de Berlín en español y Race en inglés) no aparece su personaje en el reparto.