Los recientes éxitos de equipos como los Royals o los Indians han hecho que el bullpen se ponga más de moda que nunca. Hasta tal punto se ha desatado la fiebre por los relevistas que en esta pasada agencia libre tres de ellos (Chapman, Jansen y Melancon) han conseguido los contratos más elevados jamás firmados por un pitcher no abridor.
Es fascinante ver cómo este rol ha evolucionado a lo largo de los años. De ni siquiera existir pasó a ser un aspecto marginal, reservado salvo honrosas excepciones a jugadores cuyo nivel no daba para ser abridores. Durante la segunda mitad del siglo XX fue cogiendo importancia hasta convertirse en una realidad fundamental del juego y tan importante (o casi) como la rotación.
Parece pues necesario embarcarnos en una aventura que nos lleve desde los orígenes del béisbol organizado en los últimos lustros del XIX hasta nuestros días para ver cómo el papel del relevista se ha ido redifiniendo.
Antes de empezar me gustaría aclarar un par de cosas. Por un lado decir que voy a utilizar conceptos como saves, closer o bullpen de una manera atemporal, cuando realmente no han existido siempre. Los saves (y por tanto los closers) no aparecen hasta que la MLB comienza a utilizar la estadística en 1969. Mientras que el concepto de bullpen aparece por primera vez en 1924, cuando el Chicago Tribune lo utiliza en un artículo.
Por otro lado habría que decir que este artículo no hubiera existido sin tres libros imprescindibles: Fireman de Fran Zimniuch, The Evolution of Pitching in the Major League Baseball de William F. McNeil y Relief Pitcher de John Thorn. También ha sido fundamental la espectacular información que ofrece la web de la Society for American Baseball Research.
Hecha esta aclaración podemos empezar.
John McGraw y los primeros relevistas
Durante las primeros años del béisbol organizado (y eso significa desde 1876), no se permitía la entrada de jugadores frescos en los partidos. La novena inicial debía disputar el choque completo. Así los primeros «relevistas» de la historia eran jugadores de campo, generalmente outfielders, que se veían obligados a intercambiar su posición con el pitcher en caso de lesión o cansancio de este.
Muchas plantillas tenían simplemente dos lanzadores que se iban alternando en los distintos partidos de los equipos. Las burradas en esta época eran tales que en 1884 Charles Radboum, de los Providence Grays, llegó a abrir 22 partidos de forma consecutiva y consiguió cerrar la temporada con la friolera de 60 victorias.
En 1889 hubo un cambio en el reglamento: se permite la sustitución de jugadores. Aun así las cosas cambiaron poco. Lo habitual siguió siendo que los abridores jugaran los partidos completos. Solo en ocasiones puntuales, cuando los choques llegaban apretados a las últimas entradas, el abridor era sustituido por un bateador para reforzar el turno de bateo. Este jugador, llegado el caso, tenía incluso que pitchear. Si había suerte y el equipo conseguía tomar la delantera el bateador emergente era sustituido por un nuevo lanzador que se encargaba de «cerrar» el partido. Este nuevo pitcher era otro de los miembros de la rotación, no un especialista en relevos.
Otra práctica que trajo consigo esta regla fue la de utilizar a los peores lanzadores del equipo cuando un partido parecía perdido. Si el manager veía que la diferencia de carreras era insalvable sacaba a su abridor de la lomita y daba entrada a uno de los brazos menos habituales. Este rol no era demasiado gratificante y a menudo estaba reservado para chicos jóvenes que buscaban un hueco en la rotación o para veteranos en declive.

La única excepción la encontramos en John McGraw. El técnico de los New York Giants fue el primero en ver que la figura de un relevista especialista podía ayudar al equipo. Después de buscar durante varios años a un jugador que se adaptará a lo que buscaba, McGraw acabó dando con ‘Doc’ Crandall. Entre 1909 y 1913 Crandall lanzó como relevista en más de 100 ocasiones con un récord de 55-24 y 24 saves. Siempre manifestó que se sentía más cómodo si había corredores en bases y en la prensa de la época se le llamaba «the physician of the pitching emergency».
No obstante esto fue una rareza muy puntual. La norma durante las dos primeras décadas del siglo XX siguió siendo la ya comentada. Por un lado los pitchers de segunda fila que solo lanzaban en partidos dados por perdidos y por otro los abridores que solían lanzar juegos completos y que llegado el caso eran sustituidos por otros abridores. Nos encontramos así con figuras como Kid Nichols, Jack Stivetts, Slim Sallee o Mordecai ‘Three-Finger’ Brown. Todos ellos eran abridores de primer nivel que en sus teóricos días de descanso salían desde el bullpen si el partido estaba apretado.
Pitcher | Aperturas | Relevos | Saves |
Slim Sallee | 305 | 171 | 35 |
Three-Finger Brown | 332 | 149 | 49 |
Eddie Cicotte | 361 | 143 | 22 |
Walter Johnson | 666 | 136 | 35 |
Rube Marquard | 408 | 132 | 13 |
Hooks Wiltse | 225 | 131 | 33 |
Chief Bender | 334 | 124 | 36 |
Ed Walsh | 315 | 115 | 40 |
Ed Reulbach | 300 | 100 | 11 |
Este uso intensivo de los pitchers fue posible porque las reglas de la época y la fisicidad de la bola les daban una clara ventaja sobre los bateadores. De hecho son años en los que se conseguían pocas carreras y los home runs eran un auténtico exotismo. Pensemos que hasta que Babe Ruth lograra 29 cuadrangulares en 1919 solo cinco jugadores habían conseguido superar la barrera de los veinte desde 1876.
En 1910 se introduce un cambio en la fabricación de las pelotas que ayuda a mejorar sensiblemente las medias ofensivas de la Liga. El interior de las bolas, que era de goma, pasa a ser de corcho. La incidencia de esta modificación debería haber sido mucho mayor, pero las «malas artes» de los pitchers les siguieron dando a estos mucha ventaja sobre los bateadores. Era habitual que los lanzadores mancharan las bolas con barro, que les escupieran e incluso que les practicaran pequeños cortes. Todo con el objetivo de lograr extraños efectos que desconcertaban a los bateadores.
La muerte de Chapman lo cambia todo

Fue un suceso tan desafortunado como fortuito el que acabo con los abusos de los pitchers. Durante la quinta entrada de un Yankees-Indians disputado en 1920, Ray Chapman recibió un bolazo en la cabeza. Falleció. Ni siquiera se movió para esquivar el lanzamiento. No vio la pelota. Hasta ese momento los partidos se jugaban con una sola bola que no se cambiaba en ningún momento. Al empezar el choque era blanca, pero a medida que las entradas se iban sucediendo se oscurecía hasta volverse completamente negra. Llegaba un momento en que para los bateadores el mero hecho de verla se convertía en una auténtica proeza. No imaginemos lo que era batearla. La muerte de Chapman convenció a la Liga de la necesidad de jugar siempre con bolas nuevas y limpias. Además se introdujo otra variación en la fabricación que beneficiaba de nuevo a los bateadores y se prohibió a los lanzadores alterar la pelota de ninguna manera. Ni barro, ni salivazos, ni cortes. La Dead-ball Era había terminado.
Ray Chapman: Víctima del diamante
Las estadísticas ofensivas de la competición se dispararon. En 1919 se promediaban 3.88 carreras y 0.20 home runs por juego. En 1925 la media era de 5.13 anotaciones y 0.48 homers. La solución que encontraron los managers para intentar contener esta sangría de carreras fue cambiar de pitcher con más frecuencia. En 1905 los lanzadores completaban el 80% de los partidos, en 1925 esa cifra había descendido hasta el 40%. La costumbre de utilizar a los abridores como relevistas también comienza su declive y aparecen los primeros relevistas (más o menos) puros de la historia.
‘Firpo’ Marberry y Johnny Murphy: ¿los dos primeros relevistas puros de la historia?
Tenemos por ejemplo a Allen Russell, que entre 1915 y 1925 jugó para Yankees, Red Sox y Senators. Fue el primer jugador en acumular más de 200 apariciones como relevista. También merece una mención Claude Jonnard, una pieza importante de los Giants de John McGraw y que en 1922 lanzó 96 entradas sin empezar un solo partido como abridor, algo nunca visto antes. Ya en los años treinta nos encontramos con Mace Brown y Clint Brown, pero sin duda los dos nombres más importantes de la época fueron Frederick ‘Firpo’ Marberry y Johnny ‘Fireman’ Murphy.
Marberry era un texano con planta de boxeador que poseía una recta potentísima. En 1923, a los 24 años, le llegó su oportunidad con los Washington Senators. En esa primera campaña tuvo un rol menor (solo lanzó 44 entradas) pero dejó muy buen sabor de boca. En 1924 empezó como brazo extra para la rotación y como suplente del relevista Allen Russell, al que ya hemos mencionado y que venía de firmar la mejor temporada jamás completada por un relief pitcher. Russell no respondió en el nuevo año y poco a poco Marberry se convirtió en el principal relevo de los Senators.
Durante la temporada regular apareció en 50 partidos y acumuló 15 saves, consiguiendo superar el récord de 13 establecido por Brown en 1911. Uno de los mejores momentos de ‘Firpo’ se dio en las Series Mundiales de ese mismo año. Lanzó en cuatro de los siete partidos y consiguió dos saves y un ERA de 1.13, aportación que resultó fundamental para que su equipo saliera campeón. Una situación que ilustra muy bien el cambio en la gestión de los pitchers se produjo en el segundo partido de las Series Mundiales. Cuando empezó la novena entrada los Senators ganaban 3-1, pero los errores del pitcher Tom Zachary permitieron que los Giants empataran. Entonces el manager Bucky Harris puso a Marberry en el montículo y el diestro consiguió cerrar un inning que se había convertido en una high leverage situation de libro. En la parte alta de la entrada los Senators consiguieron una carrera que les dio la victoria.
En 1926 Marberry volvió a establecer un nuevo record de 26 saves que duró hasta 1949. Su dominio en las entradas finales fue tal que en el Griffith Stadium, la casa de los Senators, se acuñó el termino «Marberry Time». Después de unas muy buenas temporadas en las que fue mayoritariamente relevista, ‘Firpo’ empezó a abrir cada vez más partidos. Su rendimiento en esta faceta también fue bueno, pero no tan espectacular. «Evidentemente puedo engañar a los bateadores durante unos pocos innings», le explicaría a Baseball Magazine una vez retirado, «pero ellos acaban conociéndome». Marberry fue el primer pitcher en alcanzar los 50 y 100 saves.

Solo con ver su apodo es fácil ver el tipo de jugador que fue Johnny ‘Fireman’ Murphy. Es cierto que no fue el primer pitcher en ser llamado así, y que en el vestuario de los Yankees era conocido como ‘la Abuela’, pero sus actuaciones con los Bombarderos del Bronx de los treinta y los cuarenta han hecho que sea recordado con ese sobrenombre.
Su primera temporada completa en Nueva York fue la de 1934. La lesiones de otros compañeros lo convirtieron en un miembro más de la rotación y llegó a abrir 20 partidos con un ERA de 3.12. No obstante, los Yankees siempre lo vieron como a un relevista. Que solo abriera 20 partidos más en los siguientes 11 años que duró su carrera lo demuestra. Su gran virtud era una sorprendente bola curva que dejaba helados a sus rivales. Murphy fue el relevista más dominante de la época y lideró la liga en saves hasta en cuatro ocasiones.
Jugar en los Yankees de Gehrig, Dickey y DiMaggio le permitió ganar siete World Series (es el pitcher que más veces ha salido campeón), pero sus actuaciones fueron casi tan importantes como las de los bateadores. En más de 16 entradas lanzadas en las Series Mundiales solo permitió dos carreras. De hecho las únicas World Series que perdieron aquellos Yankees fueron las de 1942, Murphy no pudo jugarlas por lesión. Con él se demostró que incluso los lineups más poderosos necesitan de especialistas en el bullpen si aspiran a ganar títulos.
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