La mayor tontería del mundo como puede ser la apuesta de dejarse una barba bíblica, es la auténtica razón por la que los Boston Red Sox vuelven a ser campeones de la MLB. Un detalle, una chorrada, una moda absurda (#GetBeard) dirán muchos, pero ha sido el verdadero nexo de unión de una plantilla que ha ganado las Series Mundiales como un equipo. Quien haya estado en un vestuario de un equipo deportivo sabrá de que estoy hablando y, quien no, lo sabrá simplemente por haber pertenecido algo.
Hablaba el capitán Dustin Pedroia en marzo con dos de los dueños del club, John Henry y Larry Lucchino, sobre la temporada 2013 y dijo Pedroia que estaba seguro de que iban a ganar el campeonato. Algo sabía Pedroia, pero por entonces le debió sonar a chiste a los propietarios tras una temporada de 93 derrotas (la peor en 40 años) y con un nuevo proyecto entre manos. Un equipo hecho a base de nuevos jugadores del farm system, veteranos que se habían salvado de la limpieza (Lester, Ellsbury, Buchholz…) y fichajes de corte medio (Gomes, Napoli…). Al mando quedaba John Farrell, hombre de la casa y esta vez sí elegido por el general manager Ben Cherington, Red Sox de por vida también. Las predicciones más sensatas para 2013 hablaban de unos ‘Sox’ que no jugarían los Playoffs.
Y es que absolutamente esa ha sido la clave de la construcción del equipo: que lo hicieran los que conocían el terreno, gente de la casa. Cherington no está todavía tan contaminado de ese afán consumista que le dio a Henry, Lucchino y Werner por el que se vio abrumado Theo Epstein. El por entonces general manager sucumbió al lado oscuro y pasó lo que pasó, aquella hecatombe. El actual gerente deportivo lo dejó muy claro: quería a John Farrell, ex entrenador de pitchers en Fenway. Farrell y Cherington no han necesitado más que ordenar la casa sabiendo de su estructura, jugadores cultivados en las ligas menores, contratos a corto y medio plazo a jugadores que no eran estrellas pero aportan cuando se les necesita (tirando de sabermetrics como dijo Jonny Gomes) y algún que otro milloncejo. No hay más. Que le pregunten a Billy Beane que haría con unos millones de más, porque el «Moneyball» está muy bien pero algunos dólares de más seguro que habrían puesto a los A’s más lejos de las series divisionales que nunca pasan.
La temporada comenzó de forma abrumadora, la mejor en 11 años, la típica sorpresa de comienzo en abril, un récord de 18-8 que, a la postre, supuso su mejor mes junto a septiembre. Un mes marcado por los atentados en la Maratón de Boston, día de la ciudad, festivo, y emblema de una ciudad muy pasional. El equipo jugaba series contra Cleveland esos días y nación el lema #BostonStrong («This is our fucking city», dijo David Ortiz) que han llevado por todo el país y han dejado sellado sobre el césped de Fenway Park toda la campaña. Los Red Sox son el emblema deportivo de la ciudad, es béisbol, el pasatiempo favorito de América, y en este caso el equipo de Boston, Massachusetts y Nueva Inglaterra, he ahí el componente emotivo. Clay Buchholz era por entonces la gran sensación con un comienzo de 7-0, pero pronto el pitcher iba a decir adiós a casi toda la temporada (no volvería hasta septiembre). Mayo suponía el único mes irregular con un balance de 15-15, a partir de ahí el equipo fue regular manteniendo siempre margen sobre los Rays hasta que en septiembre les dejaron atrás.
Entre medias perdían a efectivos como Joel Hanrahan y Andrew Bailey, ambos en la posición de closer, de nuevo con problemas en esa posición. Pero, para sorpresa de todos, un veterano japonés iba a venir al rescate, Koji Uehara, quien ha alcanzado la gloria a sus 38 años. Uehara ha acumulado unas cifras espectaculares, hasta tal punto que solo acumulaba 1 walk desde julio y ha sido pieza clave en postemporada cerrando dos juegos clave en Detroit. Muchos jugadores han tenido una segunda oportunidad con este equipo, firmaron contratos cortos sabiendo que la gerencia quería probar si su perfil iba a funcionar, tirando de estadística sabermétrica, y el experimento (o más bien gestión del equipo) ha funcionado. David Ross, 36 años y 2 años firmados; Jonny Gomes, 32 años y 2 años firmados; Mike Napoli, 32 años 1 año firmado. En otros han empleado algo más que 5 millones de dólares anuales: Shane Victorino (3 años y $39 millones), Jake Peavy (llegado en traspaso desde Chicago), Stephen Drew (1 año y $9,5 millones) necesario en el puesto de shortstop tras el trade de Jose Iglesias a Detroit y Ryan Dempster (2 años y $26 millones) quizá la decepción de la rotación.
Y es que todas estas piezas nombradas han aportado las migas que han hecho un montón al final de temporada, pero sobre todo han aparecido en momentos clave, cuando tenía que pasar algo, si no lo hacía uno lo hacía otro. El farm system ha puesto de lo suyo con dos adquisiciones con mucho futuro, un joven de Aruba de 21 años consolidado en tercera base, Xander Bogaerts, y el relevista Brandon Workman que entró en verano desde la doble A. Por supuesto, todo ello construido sobre una base en la que confiaba Farrell, esos veteranos que siempre están ahí, Jon Lester se ha comportado como el ace que es, John Lackey ha hecho valer por primera vez en cuatro años lo que le pagan los Red Sox, Jacoby Ellsbury en sus últimos alientos como bostoniano, el capitán Dustin Pedroia es uno de los jugadores más regulares de la liga ofensiva y defensivamente y la guinda final, el MVP de las Series Mundiales con unos números espectaculares, David Ortiz, que ya tiene tres anillos.
Visto esto a toro pasado, normal que Pedroia dijera en marzo que iban a ganar el campeonato, pero no todo es tan fácil con 162 partidos por en medio, de hecho nadie daba un duro por este equipo en reconstrucción. Sin embargo, estas barbas bíblicas le han dado una alegría a una ciudad necesitada, y es que últimamente parece que todas las Series Mundiales están escritas por un guionista de Hollywood.