Josh Ziegler es uno de los personajes claves para entender aquello que hemos acabado llamado la ‘Era de los Esteroides’. Durante los cincuenta Ziegler fue el doctor del equipo de levantamiento de peso de los Estados Unidos. En los Mundiales de 1954 viajó a Viena con su delegación para ver como sus chicos eran superados por los soviéticos. Durante el campeonato tuvo una serie de conversaciones con médicos rusos en las que estos le confesaron que la testosterona era una de las claves del éxito de la URSS.
Química en el diamante (I): Remedios milagrosos y anfetaminas
Química en el diamante (II): Las drogas recreativas
Cuando volvió a casa, Ziegler comenzó a experimentar con la testosterona. Se puso en contacto con la farmacéutica suiza CIBA y en sus laboratorios consiguió desarrollar una sustancia llamada metandrostenolona. En 1958, CIBA la comercializó en forma de pastillas rosas llamadas Dianabol. Estas píldoras permiten mejorar la síntesis de proteínas del organismo y aumentan considerablemente la masa muscular. Estamos ante el primer esteroide de la historia.
Popularización de los esteroides
Solo cuatro años después, CIBA lanzó al mercado el Wistrol. Otro esteroide que en vez de consumirse por vía oral era inyectable. Ambas sustancias se popularizaron rápidamente entre los levantadores de peso. Ziegler, que trabajaba en el York Barbell Club de Pennsylvania, principal centro de entrenamiento de los levantadores americanos, comenzó a utilizarlas de manera masiva sin ser consciente de sus riesgos para la salud. «¿Los esteroides anabólicos son buenos para las personas con problemas médicos? ¿Por qué no deberían ser también beneficiosos para gente sana? ¿Los harán más fuertes?», le diría a un reportero del York Daily Record.
Los siguientes en usar los esteroides fueron, por motivos obvios, los jugadores de fútbol americano. Los San Diego Chargers, por ejemplo, fueron uno de los equipos pioneros durante los sesenta y los setenta. El uso y el abuso en el vestuario estaba generalizado. Sin embargo, el mundo del béisbol los desprecio. Se creía que una musculatura demasiado desarrollada podía afectar negativamente al swing o a la mecánica de los pitchers.
La popularización de estas sustancias en el football se hizo muy evidente durante los ochenta. Tanto que en 1989 dos agentes federales, Stejskal y Randall, iniciaron una investigación sobre una red de doping que afectaba a los Michigan State Spartans. En el curso de la investigación, se descubrió que la Universidad de Ohio también estaba «pringada» y finalmente se destapó que muchos programas universitarios de todo el país recurrían a los esteroides con total descaro.
En 1992, Stejskal y Randall detuvieron en Oakland a un culturista sospechoso de distribuir sustancias ilegales. Curtis Wenzlaff era un joven que apenas llegaba a los 25 años y que llevaba tomando esteroides desde que estaba en el instituto. En 1987 había conocido en un gimnasio de la zona de la Bahía a un Reggie Jackson recién retirado. Trabaron amistad rápidamente y éste le presentó a algunos jugadores de los A’s. De esta manera, Wenzlaff se convirtió en una de las figuras clave en el doping de José Canseco y Mark McGwire. Era el «camello».
Durante esos primeros años de la década de los noventa los esteroides encontraron un nuevo competidor. ¿O un aliado? La hormona del crecimiento. Este medicamento se volvió muy popular en Florida, donde una serie de «iluminados» decían que servía para «frenar» el envejecimiento. Por todo el estado aparecieron multitud de clínicas anti-edad que se acabaron convirtiendo en tapaderas perfectas para la distribución de todo tipo de sustancias dopantes. El Dr. Bosch, uno del los gurús del anti-aging, fundaría en 2012 una clínica llamada Biogenesis de la que hablaremos más adelante. El uso conjunto de esteroides y hormona del crecimiento acabó siendo un éxito.
La huelga convocada por el sindicato de jugadores en 1994 hizo que la temporada terminará en Agosto. Esto no fue solo perjudicial para la MLB por el bajón de popularidad que sufrió la competición, sino que parece ser que fue durante aquel invierno increíblemente largo cuando muchos peloteros se iniciaron en el doping. El miedo a quedarse sin trabajo y la opción de acceder a los contratos millonarios que ofrecía una agencia libre totalmente disparada fueron las causas fundamentales.
(En ‘La Lata de Maíz’ contamos cómo fue aquella parte de la historia del béisbol en Estados Unidos).
Récord tras récord mientras la liga mira hacía otra lado
En 1998, el béisbol recuperó parte de la popularidad perdida durante la huelga. En ese momento muy pocos sabían que fue gracias a los esteroides. Mark McGwire y Sammy Sosa protagonizaron una carrera de home runs que atrajo mucha atención mediática. Los dos pegadores superaron el mítico récord de 61 cuadrangulares que Roger Maris estableció en 1961. Sosa alcanzó los 66 y McGwire se fue hasta los 70. Además otros dos jugadores alcanzaron los 50 homers: Ken Griffey Jr. y Greg Vaughn. La MLB estaba de enhorabuena. El bateo de poder había devuelto el béisbol al corazón de los aficionados.
Sin apenas tiempo para digerir el récord de McGwire llegó el año 2001. Barry Bonds estableció una nueva marca: el slugger de los Giants se fue hasta los 73 home runs. El público estaba encantado y la MLB veía como sus ingresos aumentaban sin parar. Pese a que los rumores sobre un dopaje generalizado eran un clamor, la liga miraba hacía otro lado. No querían matar a la gallina de los huevos de oro.
«No son las bolas. No son los parques. No son los pitchers. No son los bates. No es el barro. Son los jugadores. ¿Querías diversión? Los jugadores van hasta arriba. Esteroides. Drogas. Batidos de testosterona».
Así empezaba un artículo de Rick Reilly publicado por Sports Illustrated durante ese mismo 2001. El periodista recogía testimonios de jugadores y especialistas que afirmaban que el consumo de sustancias para mejorar el rendimiento era algo generalizado en los clubhouses. Al mismo tiempo se preguntaba como era posible que mientras que los controles anti-doping existían en NFL, NBA o NCAA, no existieran en la MLB.
El comisionado los intentó implantar ese mismo año. En las negociaciones del Convenio Laboral se planteó la posibilidad de un test anti-dopaje pero los jugadores se cerraron en banda. Bud Selig solo consiguió implantarlo en las Menores, donde no había ningún grado de sindicación: 1 de cada 10 jugadores dio positivo.
En 2002, Sports Illustrated volvía a ponerlo todo patas arribas. En esta ocasión cambiaron la historia del béisbol para siempre. El 3 de junio, la revista publicó un reportaje de Tom Verducci titulado Totally Juiced. Está considerado uno de los números míticos de la publicación.
Allí se recogía por primera vez el testimonio de un jugador que reconocía haber consumido esteroides. Ken Caminiti, MVP en 1996, afirmaba que una lesión le empujo a probar sustancias que nunca había tomado y cómo eso le cambió la vida. Pasó de los 26 a los 40 home runs y de las 94 a las 130 impulsadas.
Verducci hizo también mucho hincapié en las vertiginosas transformaciones físicas sufridas por algunos jugadores. En como gente de 80 kilos pasaba a los 100 en un solo invierno. Se habló incluso de gente a la que el uso abusivo de la hormona del crecimiento le provocó un aumentó en el tamaño de la cabeza. En cuestión de meses se veían obligados a cambiar la talla de sus gorras y cascos.
El uso de esteroides, nos dice Verducci, estaba tan generalizado que hasta los jugadores hacían bromas sobre ello.«Toma tanta de esa mierda para caballos (en referencia a una sustancia que en principio usan lo veterinarios para tratar a caballos de carreras) que un día lo vamos a ver comiéndose el césped del outfield», bromeaba un pelotero anónimo.
El artículo obligó a la MLB a tomar cartas en el asunto. Ya no se podía seguir mirando hacía otro lado. Que el uso de esteroides no estuviera prohibido era un escándalo. En 2002 la MLB y los jugadores llegaron a un acuerdo: se hicieron test anónimos a todos los peloteros y se estableció que si más del 5% daban positivo los controles se convertirán en rutinarios a partir del 2004.
Fueron 104 los que dieron positivo, más del 5%. A pesar de que que fueron pruebas totalmente anónimas algunos nombre acabaron filtrándose en 2009: David Ortiz, Álex Rodríguez, Sammy Sosa, Manny Ramirez, Jason Grimsley y David Segui, entre otros.
Caso Balco y el Informe Mitchell
En 2003, cuando parecía que la MLB tenía el toro agarrado por los cuernos, estalló el Caso BALCO. Una clínica de California regentada por un tal Victor Conte fue investigada. Tanto el FBI como la USADA sospechaban que era el centro de una red de dopaje que tenía en la atleta Marion Jones a su cliente más reputado.
Rápidamente se vio que el mundo del béisbol también estaba salpicado. Jason Giambi fue llamado a declarar y reconoció haber usado sustancias dopantes. Además, uno de los principales distribuidores de la trama de Conte era Greg Anderson, un entrenador personal que tenía relaciones con el propio Giambi, con Gary Sheffield y con un pelotero al que muchos ya relacionaban con los esteroides: Barry Bonds. De hecho Anderson llegó a estar en la nómina de los Giants y llevaba la preparación de Bonds personalmente.
Barry Bonds nunca ha reconocido haber consumido sustancias para mejorar el rendimiento y nunca dio positivo en ningún test. No obstante, la minuciosa investigación llevada a cabo por Mark Fainaru-Wada y Lance Williams, dos periodistas del San Francisco Chronicle, indica lo contrario. Estos dos reporteros publicaron en 2006 un libro titulado Game of Shadows en el que se recogen una serie de pruebas que señalan a Bonds como uno de los principales clientes de Victor Conte.
En 2005, con la imagen muy tocada, la MLB recibió otro mazazo. José Canseco publicaba un libro en el que hablaba sin tapujos de una cultura del doping totalmente arraigada en los vestuarios de la liga. Juiced se convirtió en un bestseller que afirmaba que prácticamente todos los peloteros consumían PED’s. Además, daba nombres propios de jugadores que según el autor recurrían al doping: Roger Clemens, Juan González, Rafael Palmeiro, Iván Rodriguez o Mark McGwire, al que el propio Canseco decía haber pinchado distintas sustancias.
El libro es un egotrip absoluto. Canseco no solo trata el doping, sino que aprovecha para hablar de su hombría, de sus affairs con mujeres de lo más atractivo (Madonna incluida) y de su gusto por los coches de lujo. Es evidente que hay mucha fábula. Así lo vio Tony LaRussa, manager de Canseco en Oakland, que afirmó que el libro era una gran mentira que el jugador escribió acosado por los problemas económicos y legales. Verdad o no, ayudó a hundir todavía más la imagen de la liga y la credibilidad de los jugadores.
Es entonces cuando el Gobierno Federal decidió intervenir. En parte porque la propia MLB pidió ayuda y en parte porque la situación era escandalosa y la liga estaba superada. El Senador George Mitchell inició en 2006 una investigación y acabó elaborando un informe en el que se recogían aquellos aspectos en los que la liga había fallado y cómo era posible implementarlos.
Los jugadores se negaron a colaborar con Mitchell. No solo a nivel individual, sino que la propia Asociación de Jugadores se posicionó claramente en contra de la medida del senador. Se tuvo que recurrir a terceras personas para obtener información. Tres de los testigos principales fueron: Kirk Radomski, Brian McNamee y Larry Starr.
Radomski fue empleado de los Mets entre 1985 y 1995. Empezó como bat boy y luego pasó a tener otras responsabilidades, pero los que le hizo especial para los jugadores fue su físico de culturista. Algunos de ellos se interesaron por su entrenamiento y el empleado de los ‘Amazin’ se acabó convirtiendo en su principal suministrador de sustancias dopantes. Su éxito fue tal que acabó montando una red que distribuía sustancias por correo.
McNamee fue entrenador de Blue Jays y Yankees y puede «presumir» de haber introducido a Roger Clemens en el mundo de los esteroides. También se le vincula con otra dos grandes estrellas de la época: Andy Pettitte y Chuck Knoblauch.
«Tenías que vivir en Siberia para no saber lo que estaba pasando.» Estas son declaraciones de Larry Starr, el más interesante de los testigos. Entrenador de Reds y Marlins durante 30 años criticó duramente la gestión de Bud Selig y los equipos. Los acusó de mirar hacía otra parte. Además, nunca culpó a los jugadores y sostuvo que solo se aprovecharon de un sistema ineficiente. En una ocasión Starr encontró una bolsa llena de jeringuillas en el vestuario. Se lo comunicó a la gerencia del equipo pero no hubo ningún tipo de investigación al respecto.
Biogenesis y Álex Rodríguez
Poco a poco la MLB fue recuperando su credibilidad. Los jugadores híper musculosos que dominaron la liga durante los noventa y los primeros dos mil fueron desapareciendo y al entrar en la década de los 2010 el tema del doping parecía bajo control. De hecho, ya se hablaba de esa época pasada como la ‘Era de los Esteroides’.
Bud Selig podía respirar y disfrutar del talentoso chico con el que se habían echo sus queridos Milwaukee Brewers. En 2007, un ex de la Universidad de Miami debutaba con la franquicia de Wisconsin después de haber sido la quinta elección del Draft de 2005. Su nombre era Ryan Braun y tenía vitola de estrella. No decepcionó. En 2011 se llevó el galardón de MVP y metió a su equipo en las Finales de la Liga Nacional. Parecía destinado a marcar una época.
Sin embargo, en diciembre del mismo 2011 se hizo público un positivo de Braun por elevados niveles de testosterona. Se pensó que era un caso aislado, pero a lo largo de 2012 y 2013 se destaparía otra trama de dopaje que tendría su centro neurálgico en Florida.
Tras el positivo de Braun llegaron los de Melky Crabrera, Bartolo Coloó y Yasmany Grandal. Todos ellos figuraban en una lista que llegó a manos del Miami New Times en 2013 y en la que aparecían distintos clientes de un tal Dr. Anthony Bosch. Bosch tenía una clínica llamada Biogenesis que decía prescribir tratamientos para perder peso. Lo cierto es que se dedicaba a distribuir hormona del crecimiento.
En dicha lista aparecían salpicados 19 jugadores: Ryan Braun, Melky Cabrera, Bartolo Colón, Yasmany Grandal, Nelson Cruz, Johnny Peralta, Antonio Bastardo, Francisco Cervelli, Fautino de los Santos, Sergio Escalona, Jesús Montero, César Puello, Jordan Norberto, Jordany Valdespin, Fernando Martínez, Everth Cabrera, Gio González, Danny Valencia y la súper estrella Álex Rodríguez.
En cuanto la lista se hizo pública, se desencadenaron una serie de acontecimientos dignos de un capítulo de Corrupción en Miami. Los distintos empleados (o mejor dicho ex empleados) de Biogenesis lucharon por hacerse con todo tipo de documentación de la clínica que fuera susceptible de ser vendida a la prensa, a la MLB o al propio Álex Rodríguez, que según dicen estuvo interesado en hacerse con ciertos documentos para que no se demostrara su culpabilidad.
Finalmente, fue Dan Mullin, un detective a sueldo de la MLB, quien consiguió hacerse con unos papeles que resultaban de lo más esclarecedor. Para lograrlo tuvo que entregarle unos $125.000 a Gary Jones, un criminal de poca monta que a su vez le había robado los documentos a Porter Fischer, un antiguo empleado de Bosch.
Después de realizar sus investigaciones la MLB decidió sancionar a 17 de los 19 jugadores implicados. Solo Gio González y Danny Valencia fueron consideraron inocentes. Se suspendió a Álex Rodríguez con 211 partidos, a Ryan Braun con 65 y a los demás peloteros con 50. Salvo Rodríguez, todos aceptaron el castigo.
El tercera base de los Yankees, por su parte, comenzó una campaña furibunda tanto en los medios como en los tribunales. Quería demostrar su inocencia a toda costa. Tan virulentas fueron las fuerzas desplegadas por A-Rod y su entorno que Anthony Bosch dice que llegó a temer por su vida. El médico asegura que para evitar que testificara contra la estrella una persona muy cercana al bateador le ofreció irse a vivir a Colombia con un «sueldo» mensual de $25.000. Bosch rechazó la oferta porque pensaba que todo era una estrategia para asesinarlo en el país sudamericano.
Por momentos se vio a A-Rod totalmente fuera de si. «No tiene el coraje (refiriéndose a Selig) para venir aquí y decirme por qué quiere acabar con mi carrera,» declaró en una ocasión. También intentó poner a los fans de los Yankees de su lado al vender todo el asunto como un ataque contra el equipo y la ciudad: «Sé que no le gusta Nueva York. Yo amo esta ciudad. Amo ser un yankee.» Incluso jugó con el tema racial. La asociación Hispanics Across America siempre le apoyó. Según el libro Blood Sport lo hizo debido a una cuantiosa donación anónima que pedía el apoyo de la asociación para el jugador.
Finalmente Álex Rodríguez perdió todas sus apelaciones y fue sancionado durante todo el 2014. No será el último escándalo beisbolístico relacionado con las drogas pero si el que ponga fin a una época.