James «Pud» Galvin fue un pionero en muchas cosas. Fue el primer pitcher en acumular 300 victorias, el primero en superar los 5.000 y los 6.000 innings en el montículo y unos de los primeros en saber que se sentía al lanzar un no-hitter. Por no hablar de que es el único lanzador en la historia que puede presumir de tener diez temporadas con 20 o más victorias. Pero por lo que sin duda será recordado es por haber sido el primer pelotero que consumió sustancias dopantes. Al menos lo intentó.
A finales del siglo XIX un médico francés llamado Charle-Édouard Brown-Séquard dijo haber encontrado un tónico rejuvenecedor que se elaboraba, entre otras cosas, con testículos de perro y cobaya. El doctor afirmaba sentirse diez años más joven tras inyectarse su remedio. La noticia alcanzó una gran popularidad en la prensa de la época e incluso medios de Estados Unidos se hicieron eco de tan revolucionario descubrimiento.
En 1889, Galvin estaba desesperado. Sus años de gloria en los Buffalo Bisons quedaban ya muy atrás. Llevaba cuatro temporadas en Pittsburgh y estaba pasando por problemas. Fue entonces cuando los médicos del Western Pennsylvania Medical College se pusieron en contacto con él. Un día antes de enfrentarse a los Boston Beaneaters, uno de los equipos más en forma de la temporada, Galvin recibió una dosis del misterioso remedio.
El pitcher lanzó una blanqueada de solo cinco singles y pegó un doble y un triple cuando le tocó ir al cajón (su promedio de bateo a lo largo de su carrera es de un triste .201). Los periodistas no dejaron pasar aquella historia y desde entonces fueron muchos los jugadores, entre ellos el mismísimo Babe Ruth, que recurrieron a mezclas elaboradas a partir de testículos de animales para (teóricamente) mejorar su rendimiento.
Lo medicina nos dice que ninguna de aquellas prácticas afectaba a los jugadores más allá del posible efecto placebo y de las borracheras que se cogían al estar muchas de esas «pócimas» elaboradas con bebidas alcohólicas. La voluntad de doparse existía, pero aún no se había descubierto una sustancia que mejorara realmente el rendimiento de los peloteros.
El siglo de las drogas
A principios del siglo XX se logran una serie de importantes avances científicos. Primero se consigue sintetizar la adrenalina, algo más tarde, en 1921, se hace lo propio con la insulina. Pero el gran boom se produce cuando en 1928 se comienza a comercializar la Benzedrina. Se trataba de un inhalador que contenía anfetamina y cuyo público objetivo eran asmáticos y otros pacientes con problemas respiratorios.
La anfetamina ya llevaba varios años presente en los laboratorios militares. Se especulaba con que su consumo podría ayudar a los soldados a combatir el cansancio y mantener la moral. La II Guerra Mundial se convirtió en la excusa perfecta para probar la eficacia de la anfetamina. Fue todo un éxito.
Muchos de esos soldados que habían «ido hasta la patas» durante la guerra eran jugadores de las Mayores. Al terminar el conflicto y volver a la MLB se dieron cuenta de lo útiles que podían resultar aquellas pastillas a la hora de afrontar la larguísima temporada regular. No fueron los primeros deportistas que recurrieron a ellas, parece ser que los ciclistas ya las usaban en la década de los treinta.
Sus efectos, explicados de una manera sencilla, son similares a los del café y el mate pero multiplicados. Son un estimulante del sistema nervioso central y ayudan a aumentar la energía y la confianza. Al mismo tiempo reducen el hambre, la ansiedad, el cansancio y el aburrimiento. Esto las convierte en unas compañeras de viaje ideales para una competición que tiene 162 partidos y donde se pasa mucho tiempo fuera de casa.
Poco a poco la anfetamina se convirtió en algo habitual en todos los vestuarios de la liga. Al entrar en un clubhouse, uno se encontraba con bates, guantes, gorras, alguna que otra lata de cerveza y montones de pastillas que estaban a la vista de todo el mundo. En la jerga del béisbol recibían el nombre de ‘greenies’ (por ser el verde su color más habitual).
Uno de los primeros en hablar de esta práctica sin tapujos fue Jim Bouton. En su libro Ball Four no solo hacía públicos los problemas con la bebida que tenía Mickey Mantle, ni los comportamientos misóginos de muchos jugadores, también afirmaba que el uso de ‘greenies’ era algo totalmente normal.
«En los setenta la mitad de los tíos en las Grandes Ligas tomaban anfetaminas,» afirmaría Bouton en una entrevista concedida a ESPN en 2002. «Si hubiera existido una píldora que te garantizara ganar 20 partidos por temporada a cambio de cinco años de tu vida la hubieran tomado igualmente.»
Marvin Miller, secretario de la Asociación de Jugadores, afirmó que a los equipos no les preocupaba el tema y que incluso daban facilidades a los jugadores. «En la mayoría de los vestuarios», diría Miller, » las anfetaminas (verdes, rojas, etcétera) están en boles sobre las mesas, como si fueran golosinas».
Jhonny Bench, para muchos el mejor catcher de la historia, ha contado como una vez vio a un compañero atiborrarse de ‘greenies’ hasta que los pupilas se le dilataron y los ojos se le pusieron bizcos. «Ni siquiera podía hablar».
En 1968, un reportaje de Sports Illustrated afirmó que las World Series de aquel año habían sido un duelo entre las farmacéuticas de Detroit y St. Louis. Tanto Bob Gibson como Denny McLain, que venían de ganar el Cy Young en sus respectivas ligas, abusaron de los relajantes musculares, la cortisona y la lidocaína.
El doctor de los Cardinals ha reconocido que la lista de drogas que consumían los jugadores incluía: anfetaminas como el Dexamil y la Dexedrina, los barbitúricos Seconal, Tuinal y Nembutal; Triavil, Tofranil y Valium. Casi nada.
La política de la MLB en aquellos años consistía en mirar hacía otra parte. En 1975, el Oakland Tribune hacía publicas unas declaraciones que Reggie Jackson le había realizado a Bill Libby. Durante el curso de una serie de entrevistas mantenidas entre el jugador y el periodista para elaborar un libro llamado Reggie: A Season with a Superstar, Jackson dijo lo siguiente: «Boosters, greenies, bennies lo que sea» (…) continuare tomándolos a menos de que empiece a tener mucha mierda encima y me vea obligado a parar».
Bowie Kuhn, comisionado de la MLB en aquellos años, se limitó a decir que no le hacía ninguna gracia que se conocieran las declaraciones. No hubo ningún tipo de investigación ni ningún tipo de sanción. Un comportamiento similar al que años después Selig tuvo con el tema de los esteroides.
En 1980 se produce el que podría haber sido el primer gran escándalo de doping en el mundo del béisbol. A las pocas semanas de que los Phillies ganaran sus primeras Series Mundiales, fue detenido un médico vinculado a los equipos de Ligas Menores de la franquicia de Pennsylvania.
El doctor Patrick Mazza fue acusado de haber prescrito anfetaminas de manera ilegal a varios jugadores de los Phillies. Los presuntos destinatarios de aquellas sustancias eran: Steve Carlton, Larry Christenson, Randy Lerch, Pete Rose, Greg Luzinski, Larry Bowa y Tim McCarver.
Los jugadores lo negaron todo. Finalmente el caso no prosperó y nadie fue declarado culpable. A pesar de ello hubo dos declaraciones que merecen ser recordadas y que resultan muy ilustrativas. Por un lado la del fiscal de distrito LeRoy Zimmerman: «No hay ninguna ley en el estado de Pennsylvania que vea como un delito lo que han hecho los Phillies. Aunque puede ser poco ético, deshonesto, insincero y deplorable…». La otra fue de Emmanuel Dimitriou, abogado del Dr. Mazza: «Aquí tenemos a un puñado de jugadores que son campeones del mundo, pero que también son unos mentirosos».
Si este episodio no se convirtió en un gran escándalo fue porque buena parte de la prensa y el grueso de los aficionados no parecían considerar las anfetaminas una sustancia dopante. Una consideración que aún sigue muy presente y que explica que jugadores que consumieron ‘greenies’ estén en el Salón de la Fama mientras que los que usaron esteroides en las décadas siguientes estén totalmente vetados.
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